Registrarse

[Historia] Cómo Matamos al Tiempo

Estado
Cerrado para nuevas respuestas.

Caeles

Midnight Melody
Animado por @Dr Rocket , me he decidido a traer un original que terminé hace cosa de un año, aunque lo cierto es que estoy casi reescribiéndolo. A continuación, os dejo con los datos técnicos y el prólogo. Enseguida postearé también el primer capítulo, ¡gracias por leer y espero que os guste!




Título: Cómo Matamos al Tiempo
Autor: Caeles
Capítulos: Indefinido.
Género: Fantasía, Ciencia-Ficción, Drama
Persona gramatical: Primera.
Sinopsis:

A pesar de que podíamos influir en el curso de los eventos, nunca prestamos a esa capacidad demasiada atención. Fue por eso que, mientras tratábamos de ignorar nuestros poderes, el Tiempo se rebeló contra nosotros; en vez de intentar alterarlo, era él que quería cambiarnos. Con el fin de defender nuestra vida normal y poner fin a la desesperación, decidimos cometer una locura como ningún humano había cometido jamás.

Asesinar al Tiempo.

Índice:

Preludio: Promesas hechas antes de tiempo.
Capítulo 1: Pasada la oscuridad.
Capítulo 2: Matar el Tiempo.
Capítulo 3: El demonio detrás de la máquina.
Capítulo 4: Chess.
Capítulo 5: Hace seis años.
Capítulo 6: Horizonte de Eventos.
[...]

***​

Preludio:
Promesas hechas antes de tiempo

“Puedes salvarlas, si lo deseas.”

—No. No es tan sencillo. No puede serlo.

“¿Acaso dudas de mi palabra? Has de saber que no has sido el único bendecido. ¿Por qué renegar del don que te ha concedido el azar? Tarde o temprano encontrarás al resto; verás que no hay ninguna mala intención en ello. No es más que un pequeño regalo de mi parte.”

Apreté el retrato que tenía en mis manos. Lo devolví a su sitio con todo el cuidado que pude, mientras mis dientes rechinaban. Una gota de sudor frío cayó por mi espalda. Dos pupilas rojas se reflejaban en la superficie de cristal pulido.

—Admito que hubiera deseado que fuese diferente, pero mi pasado es lo que me hace ser quien soy —bajé la vista. Era un argumento barato, un razonamiento plagado de hoyos y escapes. Pero por desgracia, era verdad—. Cambiarlo sería negarme a mí mismo.

Silencio. Alcé los ojos, girándome de forma brusca y me atreví a hacerle frente. Un frío innatural recorría mi cuerpo. Suspiré, tratando de calmar mi temblor. La noche entraba por la ventana.

Sombras danzantes con forma humana me observaban desde el otro extremo de la habitación, a una distancia que parecía cien veces más larga de lo que realmente era. Habló. Su voz sonaba como un murmullo reverberante, como un secreto dicho en voz alta. Su timbre robótico perpetró la oscuridad, llegando hacia mí ampliado con tantos matices diferentes que me hicieron dudar de si eran los mismos sonidos que habían surgido de su garganta, si es que tenía.

“No tiene sentido negarse. Los dones que concedo son irreversibles. No te queda más remedio.”

Algo parecido a una sonrisa asomó entre las sombras que componían su figura humanoide.

“Vivirás con ese legado hasta el fin de tus días.”

Tragué saliva.

—Si realmente tengo ese poder, no lo usaré —dije todo lo firme que fui capaz—. Nunca.

Susurros de viento entraron agitando las cortinas, dispuestos a escuchar mi juramento. Tomé aliento. Debía reafirmarme. Debía dejarlo claro. Me había costado años superar ese trauma, no iba a permitir que nadie reabriese ahora las heridas. Ni siquiera un Dios. Ni siquiera el mismísimo Tiempo.

—Nunca viajaré en el tiempo.
 
Última edición:

Karlsetin

Leyenda de WaH
WUOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!
Primer post (creo?)

Me siento sonrojado al leer mi nombre en la primera línea de este nuevo texto (/-\)
Me encantó tu narración, tu forma de expresar los detalles, de contar la situación. Es realmente admirable.

Ya espero poder ver como seguirá.
 

Caeles

Midnight Melody
@Dr Rocket , gracias a ti por sacar esto del fondo de mi PC, es un placer tener lectores como tú ^^

Y ahora sí, ¡primer capítulo! Así, yo sí abro una puerta a esta historia. Diría "espero que la disfrutéis tanto como yo escribiéndola", pero todos sabemos que escribir puede dar verdaderos dolores de cabeza en algunos momentos, así que en su lugar diré: "¡Espero que os guste!"


Capítulo I:
Pasada la oscuridad

Movía el pie con impaciencia.

El eterno semáforo en rojo trataba de tentarme. Sabía de sobras quién, o qué, se encontraba detrás de todo eso. La calle estaba desierta y era el momento perfecto de hacer mi vida un poco más imposible. Me mordí el labio inferior. El semáforo se volvió verde durante un instante. Agarré la bolsa a mi espalda, avancé dando zancadas hacia el paso peatonal y mis ojos se dirigieron hacia el cristal esmeralda, que pasó a un llamativo rojizo casi al instante. Retrocedí a duras penas. Justo en ese momento, un coche pasó por donde yo había pisado.

Me revolví el pelo.

No, no es que yo estuviera siendo paranoico.

O tal vez sí, pero tenía mis motivos.

Un suspiro se escapó de mis labios casi al mismo tiempo que oía una risa que me resultó familiar. Giré la cabeza esperando encontrar alguien conocido, pero en su lugar vi a dos chicas cuyos rostros no conseguí asociar a nada en particular. Situándose a mi lado, observaron al semáforo con disgusto e intercambiaron miradas de complicidad. Sus siluetas parpadearon durante un segundo. Antes de que me diera cuenta, estaban a varios metros de mí.

Sentí una mano en mi hombro. Eliza sonrió.

Mi amiga me miró, con aquella expresión amable que cubría su rostro, cada vez que trataba de animarme. No era muy alta, pero tampoco la llamaría menuda. Tenía el pelo negro y un mechón azabache le caía a un lado de la cara, realzando la luz que emanaba de sus ojos a pesar de que los tenía oscuros. Siempre consideré aquello como una señal de buena suerte para ella. Nadie podía darse cuenta de que su pupila, lejos de ser el círculo negro opaco común en los humanos, tenía en realidad pequeños números de color marrón a su alrededor junto con una aguja que señalaba el uno. Tal y como los míos.

—Eres muy gracioso cuando estás tenso —comentó, subiendo la mochila con un movimiento de hombro y observando al semáforo—. Hacía mucho que no nos veíamos.
—Sí… —suspiré—. Últimamente no vas mucho a pie, ¿verdad?
—Estas semanas me ha estado llevando mi padre—comentó—. Ya sabes que él no suele interferir cuando se involucran personas normales… pero hoy no podía, así que aquí estoy.

Sonreí.

—Es extraño tener que admitir que lo normal no es encontrarse con personas como nosotros. Cuando dijo que “otros habían sido bendecidos”, juraría que se refería a alguna especie de secta o algo por el estilo.

Eliza se encogió de hombros.

—Según la versión de Alexis, él comentó que todos estamos destinados a encontrarnos a lo largo de nuestra vida, aunque no fuésemos capaces de reconocernos. “El precio a pagar por alinear vuestros tiempos con el mío”.
—Lo sé. También me lo contó —una pequeña pausa incómoda levantó la distancia entre nosotros. Suspiré. Aunque agradecía las buenas intenciones de Eliza, no me encontraba con ganas de conversar al respecto—. En fin, tendremos que llegar al instituto algún día. Será mejor que vayamos pensando en cruzar.

Eliza me miró, sorprendida.

—¿Has estado aquí todo el rato?
—Claro —encorvé las cejas—. ¿Qué querías que hiciese si no? Siempre se acaba cansando.

La chica meneó la cabeza con desaprobación y mostró una sonrisa traviesa. Me miró durante un instante y avanzó hacia el paso de zebra. Supuse que en cualquier momento se detendría, pero ella seguía andando, impasible. El semáforo cambió a rojo. Ella seguía avanzando. Un coche apareció por la esquina.

Abrí mucho los ojos, arrojé la mochila al suelo y comencé a correr. Recé por llegar a tiempo. Sentía el asfalto quemando bajo las suelas de mis zapatillas. El coche se acercaba. Traté de agarrarla del brazo. No llegué a tiempo. Vi el mundo pasar delante de mí. Me impulsé, saltando sobre ella y empujándola con mi cuerpo. Caímos sobre el frío pavimento. El dolor recorrió mis manos y mis piernas. Levanté la vista. Cuatro ruedas se alejaban calle arriba. Me apresuré a levantar a Eliza, pero esta me apartó de un manotazo.

—¡¿Por qué has hecho eso?! —se giró hacia mí, enfadada.
—¿Cómo que por qué? ¡Ese coche casi te mata!

Ella me miró por unos instantes sin saber qué decir. Entonces soltó un pequeño aliento. Sus pequeños labios formaron una dulce y cálida sonrisa. Me recordó a aquella que usaba cuando de pequeño no entendía algo que a ella le parecía fácil de comprender. Como aquella que utilizó para consolarme por la muerte de mi madre y mi hermana.

—Leo… —aún sonriendo, ella me cogió de la mano y me arrastró consigo.
—¡Eli! —exclamé, sobresaltado— ¿Qué estás haciendo?

Otro coche apareció. Traté de llevarla hacia atrás, pero su fuerza era superior a la mía. El coche avanzaba cada vez más deprisa. De repente, se giró, me miró con sus pupilas afiladas y me abrazó. Me sorprendí, pero no pude disfrutar del momento. La máquina estaba a tan solo unos metros de nosotros. Traté de zafarme, en vano. Nos iban a atropellar. Ya no podía escapar. Cerré los ojos esperando el golpe.

El coche se acercó.

Oí sus ruedas traqueteando sobre el asfalto.

Silencio.

Muy lentamente, comencé a subir mis párpados. Eliza me soltó, algo enrojecida. No me miró. Yo no podía articular palabra. Girándome sobre mí mismo, veía coches pasar en ambas direcciones, algunos incluso a punto de rozarnos, otros juraría que nos estaban atravesando.
Pero ninguno nos tocaba. No daba crédito a lo que estaba viendo.

—¿Qué…?
—Él nunca permitirá que nos pase nada —miré a Eliza. Su voz sonaba quebrada, desfallecida. Pude ver un reflejo acuoso en sus ojos—. No permitirá que muramos mientras sigamos teniendo estos poderes, Leonard. Esa es la vida que nos depara. Llena de amenazas, de miedo a que en cualquier momento nos pueda pasar algo, de angustia, de desesperación.

Absorto por sus palabras, no podía sentir nada más que la aflicción que la rodeaba. Su cuerpo entero tembló. El rocío de sus ojos ya no pudo contenerse más y cayó hacia abajo como gotas desprendiéndose de las hojas por la mañana. Se abrazó a sí misma, apoyando su cabeza sobre mi pecho.

—¿No lo ves? Soy patética —gimió, sollozando—. No soy capaz de hacer nada. Ninguno de nosotros podremos hacer nada para evitar nuestro destino si seguimos negándonos. A veces no puedo dormir, Leonard. Tengo miedo de que llegue la siguiente mañana y me quedo despierta horas y horas. Ya no puedo disimular más las ojeras. Y si consigo dormir, una terrible pesadilla me asola y me despierto con náuseas.
—¿Una… pesadilla?

Asintió con pesar. Sorbió por la nariz, tratando de detenerse, pero la tristeza de su corazón no disminuyó ni un ápice. Pude verlo en el interior de aquellos ojos marrones. Su desesperación me causó una incertidumbre en el pecho que no fui capaz de calmar.

—Estoy en mi cama, pero de repente me veo arrastrada a un sitio que no conozco y os veo. Veo que estamos a punto de desaparecer, todos. Y me veo a mí misma y descubro que soy la que os ha tenido al borde de la muerte, con vosotros tirados por el suelo, malheridos y cansados. No quiero seguir viendo eso. Nunca os haría algo así.

No tenía ni idea de que Eliza estuviera sufriendo tanto. Verla llorar hizo que ese dolor incrementase. Idiota de mí, había pasado todo aquello por alto.

Los coches seguían pasando. Solo entonces mi mente ató cabos. Probablemente desde fuera nadie nos viese, ni siquiera los conductores que pasaban a nuestro lado. Estábamos en un espacio donde el tiempo había sido detenido, pero podía verse lo que pasaba fuera de esa burbuja.
Posé los ojos de nuevo sobre Eliza. No pude decir nada. No sabía qué hacer para consolarla.

—Si no hubiese sabido que vosotros también habíais rechazado vuestros poderes negándoos a usarlos —dijo—, si no os hubiese conocido y hubiera tenido que pasar sola este infierno… probablemente… yo… quizás hubiera perdido interés por… seguir aquí.

Se me hizo un nudo en la garganta. Siempre había pensado que nuestra situación era muy dura. Demasiado, incluso. Pero nunca había creído que alguien sería capaz de eso, a pesar de todo.

Qué idiota había sido. ¿Qué hubiera pasado si Eli nunca nos hubiese conocido? Con Eliza llorando a mi lado, la abracé en lugar de decir nada. Mi amiga, que siempre sonreía y encaraba todos los desafíos que se ponían por delante, estaba ahora llorando en mi pecho. Me arrepentí de mí mismo. De las cosas que había pasado por alto y de todas esas lágrimas que también había escondido muchas noches bajo las sábanas y que jamás había contado a nadie. Me arrepentí de ser como era y deseé ser más confiable, ser capaz de llevar a aquella chica a un sitio lejano, fuera de todo esto.

¿Qué hubiera pasado si yo jamás hubiera conocido a esos cuatro? ¿Qué hubiera pasado si Eliza jamás me hubiera sacado de abismo de oscuridad que se hallaba en lo más profundo de mi infancia?

Sacudí la cabeza. Tomé de la mano a aquella chica y comenzamos a andar hacia el instituto. Así eran mis días normales. Así eran mis preguntas habituales.

Me pregunté si, de no haber pasado todo eso, hubiera sido capaz de quitarme la vida.

La respuesta me dejó tan confundido que decidí sellarla en lo más profundo de mi oscuridad bajo miles de candados y buenos recuerdos.

Observando a Eliza, prometí no volver a abrir aquella puerta en todo lo que me quedase de vida.
 
Última edición:

Tyren Sealess

A fullmetal heart.
Sólo tengo que decir una cosa: no me explico cómo no lo has publicado antes. Me encanta el nivel de detalle de esta historia y su misterioso argumento. Espero poder seguir leyéndola y que no pase lo mismo que con la otra.
 

Caeles

Midnight Melody
Sólo tengo que decir una cosa: no me explico cómo no lo has publicado antes. Me encanta el nivel de detalle de esta historia y su misterioso argumento. Espero poder seguir leyéndola y que no pase lo mismo que con la otra.
Bueno, en principio no estaba muy convencido ni con la narración ni con cómo llevaba algunas cosas, así que la reescritura se ha hecho esperar, pero ahora que la estoy publicando me alegro de haberla dado a conocer ^^
No te preocupes, que esta se publica hasta el final seguro xD

Ha pasado una semana y ya tengo listo el capítulo, por lo que... ¡aquí lo tenéis! Comentarios y críticas son bien recibidas, ¡disfrutad de la fruta! De la lectura también me vale (?)


Capítulo II:
Matar el Tiempo

El camino a clase se alargó del mismo modo que se alargarían las horas en la consulta del médico. El silencio nos acompañó como si fuera un caminante más, interponiéndose entre nosotros con su presencia invisible. Llegamos al instituto y nos despedimos con apenas un gesto de la mano, sin despedirnos siquiera. El resto de la mañana transcurrió de forma normal, con alguna que otra clase que pasé distraído por mi parte.

Apenas hubo sonado el timbre que anunciaba el final del día, fui hacia la puerta de entrada, donde siempre nos volvíamos a reunir los cinco tras acabar el horario lectivo. No tardaron mucho en aparecer. La primera fue Eliza, que se situó a mi lado sin decir una palabra. Suspiré. Estaba a punto de iniciar una conversación, cuando un grito cargado de energía hizo que pegase un bote por la sorpresa.

—¡Hey! ¡Eliza, Leo! ¿Vamos a algún sitio esta tarde?—exclamó una voz aguda y juvenil.

Alexis se plantó ante nosotros. Recogiendo su pelo en una coleta castaña, nos dirigió una mirada fugaz.

—Hace mucho que no quedamos.
—¿Has avisado a Chess?
—Se lo he dicho en clase. Me ha pedido que lo esperemos.

Exhalé un pequeño aliento, recogiendo las manos en los bolsillos.

—Supongo que era mucho pedir que llegase pronto por una vez.
—Oh, estoy segura de que lo ha hecho con toda su buena intención —comentó risueña— Como sois tan inseparables, habrá pensado que preferiríais adelantaros e ir a un lugar más… íntimo.

Nos dirigió una mirada pícara. La rechacé arqueando una ceja. Eliza soltó una pequeña risa, que no pude sino imitar yo también. Alexis siempre había sido así. Le encantaba malinterpretar cada uno de nuestros gestos y conversaciones, pero desde secundaria estaba especialmente obsesionada con que ella y yo nos gustábamos.

—Lo siento tanto, Alexis —se burló Eliza, sin dejar de reír— Sé que estás celosa, pero verás, resulta que… —de repente, sentí su brazo tirando del mío, obligándome a acercarme hacia ella. Sus labios dibujaron media sonrisa— …Leonard es mío, me temo que no te lo puedes quedar.
—¿Quieres competir? —respondió con una mueca de fingida superioridad— Sabes que me encantan los desafíos.
—¿Ya estáis otra vez con el tema? —comentó una voz masculina, anunciando su llegada.

Chess caminaba a paso ligero hacia nosotros. Su largo flequillo negro botaba sobre su frente mientras andaba. Aquello, sumado a su nada desechable altura y a la palidez de su piel le conferían aspecto de aparición o de muerto viviente, impresión que solo era apartada cuando te fijabas en sus pupilas ambarinas.

—En vez de quedarte ahí, podrías hacer algo para ayudarme, ¿sabes? —le insté en voz alta.

Vale, es que estuviera en una situación desesperada, pero me daba demasiada vergüenza. Sabía que solo estaban jugando entre ellas, pero deberían pensar un poco en el pobre chico atrapado en el medio.

—Vamos, vamos, dejadlo ya —trató de terciar Chess, poniéndose en medio— Además…

Chess se acercó a mí. Demasiado. Una sonrisa felina apareció en su rostro, símbolo inconfundible de que estaba a punto de hacer algo poco apropiado.

—Sea lo que sea en lo que estás pensando, no… —no pude acabar la frase. Su mano cogió mi barbilla. Se aproximó todavía más. Pude sentir su aliento sobre mis labios.
—Todo el mundo sabe que Leo no es más que mi pequeño gatito.

Silencio.

Gran carcajada.

El resto del instituto mirándonos.

Mi sexualidad fue tan puesta en duda que creó una perturbación en las ondas del universo, viajó a la velocidad de la luz a una galaxia lejana, conquistó un planeta lleno de pequeños hombrecillos multicolor y volvió a mí con la imagen de todos los presentes convirtiéndonos en pareja mental. De hecho, hubo alguno que incluso lo ilustró a base de gestos.

—¿Podemos irnos ya? —rogué, abrumado por la vergüenza.



Sin saber muy bien hacia dónde dirigirnos, deambulamos los alrededores hasta encontrar un pequeño café donde pasamos el rato y hablamos de nuestras pequeñas cosas sin importancia, bromas de por medio.

Sin embargo, aún bajo aquellas cálidas sonrisas, sabía que todo era fachada. Las horas pasarían como si nos hubiésemos sentado hacía minutos, dejándonos en la boca una sensación amarga que no era debido al café. Podía parecer algo normal, algo lógico, incluso. Algo tan sencillo que no nos dimos cuenta hasta mucho más tarde. Nuestro sentido del tiempo… estaba siendo manipulado. Los momentos duros se hacían eternos, los instantes felices eran comprimidos hasta casi segundos. La tristeza y desesperación se extendía mientras la poca alegría y felicidad que pudiéramos conseguir duraba lo que dura una exhalación.

El reloj sobre la pared marcaba el avance del segundero, advirtiéndonos de que nunca podríamos escapar de ese acosador nuestro que no permitiría que huyésemos de nuestro destino. El Tiempo.

—No lo mires —me susurró Eli en voz baja.

Cuando me giré, hablaba tranquilamente con una falsa despreocupación en el rostro. Observé las caras de los demás, sumidas en reflexiones que trataban de apartar entablando conversaciones anodinas. Sí, claro que sabía aquello. Todos estaban sufriendo. Aunque había algunos que lo vivían peor.


Cuando salimos de la cafetería, el sol se había puesto ya sobre el cielo, coloreando todo de un tono anaranjado que indicaba el final de la jornada.

—¡Qué rápido se pasa el tiempo con amigos! —exclamó Chess mientras sonaba el alegre tintineo de la campanilla al abrir la puerta. Una sombra apareció en su sonrisa—. Casi se puede decir que parece que hayan pasado minutos.
—¿Verdad? Parece mentira que llevásemos allí tres horas —añadió Eliza, bajando la mirada.

Silencio.

—¡Ya sé! —exclamé, tratando de animarles— ¿No os parece aburrido matar el tiempo siempre yendo a cafeterías? A la semana que viene probaremos algo diferente. ¿Qué os parece si preparamos algo cada uno durante la semana? —ninguno contestó. Mire hacia Alexis, rogando su ayuda— ¿Tú qué opinas? ¿Te gustaría empezar?
—Cla-claro —afirmó con un ligero tartamudeo, leyendo el ambiente—. No será ningún problema.
—Hey, chicos… —susurró Chess. Nadie lo escuchó.
—¡Pues decidido! Entonces…
—¡Hey!

Todos nos giramos hacia él. Había gritado. El chico de pelo negro tenía los ojos exorbitados, a punto de salirse de sus órbitas, con una gran expresión de temor en el rostro. Alzó el dedo, estremecido.

Nuestra vista siguió su trayectoria y quedé igualmente horrorizado. La reconocí al instante. Era una de las chicas que había visto aquella mañana en el paso de cebra, a la que le habían cogido la mano. Estaba detenida en mitad de la acera, a la salida de un supermercado en frente de la cafetería. Pero en lugar de la mano de su compañera, sostenía un cuchillo.

Mis piernas estaban congeladas. Era incapaz de moverme. A sus pies se hallaba el plástico de embalaje del utensilio. Miró a la punta de acero durante unos instantes. Entonces, la situó a la altura del corazón, apuntando hacia ella misma. Y sonrió.

Sangre.

Metal brillando.

Rojo escarlata. Cuerpo cayendo. Gritos ahogados, lágrimas, mueca de sufrimiento, gemidos, dolor, desesperación.

¿Por qué?

Aquello fue lo primero que pensé.

¿Por qué no iba nadie a socorrerla?

No había nadie salvo nosotros en la calle, pero la gente de la cafetería y de la tienda podrían verla. Alexis fue la primera en reaccionar.

—¿¡Qué coño estáis haciendo!? —su voz tembló, pero el grito sacudió el miedo irracional que se había apoderado de nuestro cuerpo— ¡Tenemos que ayudarla!

Libres de aquella sensación, corrimos hacia la chica, que nos miró desconsolada. Apenas tardamos, pero la sangre salía ya de su boca, resbalando por los rasgos de su rostro y cayendo hacia el resto del cuerpo. De su pecho manaba una cantidad incluso mayor. Un charco rojizo comenzó a formarse debajo de ella. Alexis nos daba indicaciones con voz ahogada y palabras a medias, mientras se ocupaba de los primeros auxilios. Me quité la chaqueta, colocándola bajo la cabeza de la moribunda chica, pero cuando me fui a apartar, agarró mi hombro, sin retirar la vista.

—¿Cuánto…?

Ladeé la cabeza. No entendía su pregunta. Podía sentir cómo su agarre perdía fuerza por momentos.

—¡Chica, no hagas esfuerzos! —exclamó Chess, nervioso, mientras trataba de mantener su lucidez. Ignorándolo, ella siguió hablando. Su voz sonaba ahogada y débil.
—¿Cuánto tiempo ha pasado… desde que… me lo clavé? —tosió de repente, terminando de forma abrupta sus palabras. Fui incapaz de apartar la vista de sus labios.

Lo entendí todo. El resto se detuvieron al escuchar aquella pregunta. Una sombra invadió sus miradas, deformando sus rostros en una mueca de rabia. Pude ver las lágrimas de Eliza caer.

—Bastante, por desgracia —dije tratando de apartar aquel sentimiento de mi corazón—. Hemos llegado tarde, pero seguro que te recuperarás. Lo prometo.

La chica se quedó perpleja por un momento, pero casi al instante sonrió, mostrando un pequeño hoyuelo en su mejilla. Su brazo resbaló y cayó al suelo. Apoyó la cabeza sobre el cojín improvisado y la giró en mi dirección, sin dejar que aquella expresión se desvaneciese. Algo en el fondo de mí se agitó.

—Pensaba… que él… ni siquiera me iba a dejar… irme en paz. Gracias...
—¡No vas a morir! —grité de repente, mientras un sentimiento desconocido se abría paso en mi corazón— ¡No vas a morir, maldita sea! No pienso dejar… que algo así ocurra.

Noté una extraña calidez bajo mis párpados. Yo estaba… ¿llorando?

De repente, una multitud proveniente del supermercado se congregó a nuestro alrededor. Una ambulancia apareció de la nada, llevándose a la chica directa al hospital, dejando tan solo detrás un charco de sangre en la calzada.

Poco a poco, la marea de gente se fue dispersando, mientras yo no podía más que darle vueltas a lo que acababa de pasar. Solo nosotros quedamos allí.

Nadie dijo nada.

Nadie necesitaba hacerlo.

Apreté los puños con fuerza, chasqueando la lengua. Tenía ganas de gritar, de arrasarlo todo, pero sabía que, si abría la boca, solo saldría un llanto de desesperación. No estaba dispuesto a ser el gatillo que hiciera quebrarse la voluntad de todo el grupo.

¿Por qué… había pasado esto? ¿Y qué había sido aquella sensación?

Nosotros solo queríamos alejarnos de nuestro infierno personal, aquel que él nos había designado. Los momentos agradables parecían minutos, y los malos, horas. Aunque tiempo en el día a día transcurría con normalidad, vivíamos en constante riesgo, a pesar de que éramos conscientes de que nunca iba a hacernos nada. Todo para presionarnos y usar nuestros poderes.

¿Por qué?

—¡¿Por qué, maldita sea?!

Pegué un golpe al muro que estaba a mi lado. Yo solo quería… solo quería matar el tiempo con mis amigos… matar…

—El tiempo…

Sonreí. Una lágrima cayó de mis ojos. Procuré que fuera la última.

—Alexis… —mi tono tan neutro y ronco que me sorprendí incluso yo mismo al escucharlo. No obstante, no me importó—. ¿Te molesta si cambiamos turnos? La semana que viene me encargo yo. Aunque me temo que probablemente necesitaremos más de una.
—¿Qué estás diciendo ahora, idiota? —soltó ella, mirándome. La furia destelló en su mirada.
—También… necesitaremos usarlos. Nuestros poderes.

Fue hacia mí. Me pegó una bofetada. Sin embargo, aun con las mejillas incendiadas, seguí sonriendo. Agarró las solapas de mi camiseta, empujándome contra la pared. Su mirada me dijo que estaba a punto de matarme como no cerrase la boca. Sí, esa era la respuesta. Matar. No había otra solución. Observé a Eliza, que me contempló afectada, como si fuera un animal extraño. No pensaba dejar que siguiera sufriendo. Ninguno de ellos.

—¿Qué demonios te pasa a ti? —dijo de nuevo, cabizbaja.
—Lo he descubierto.
—¡Déjate de tonterías! ¡Esa chica ha intentado matarse, maldita sea, tú también lo has oído! ¡Ha sido culpa de ese desgraciado!
—Precisamente.

Aparté su mano. Ella me soltó automáticamente, dejándome caer. La sorpresa y la incertidumbre ocupó su rostro.

—¿De qué… estás hablando?
—Nosotros…

Los miré. Alexis, Eliza, Chess.

—Vamos a matar al Tiempo.
 
Última edición:
Estado
Cerrado para nuevas respuestas.
Arriba