maxcareno69
Segundo capone Capriccola
@Serrano @Asfaloth @DeadApolo @Tyren Sealess @CentralCovenant @Subzero @The
Doctor
Bueno chicos estuve ocupado con la reinscripcion de la universidad y no me dio tiempo de escribir, sin embargo estuve haciendo esbozos de relatos lo cual me llevo a un pequeño escrito de reflexión. Los problemas no son tan grandes, lo que sucede es que los vemos de rodillas. Tenemos que afrontar las dificultades para no encontrarnos en la posición del protagonista de la reflexión.
Doctor
Bueno chicos estuve ocupado con la reinscripcion de la universidad y no me dio tiempo de escribir, sin embargo estuve haciendo esbozos de relatos lo cual me llevo a un pequeño escrito de reflexión. Los problemas no son tan grandes, lo que sucede es que los vemos de rodillas. Tenemos que afrontar las dificultades para no encontrarnos en la posición del protagonista de la reflexión.
El espacio que queda entre la espada y la pared es
exiguo. Si huyendo de la espada, retrocedo hasta la
pared, el frío del muro me congela; si huyendo de la
pared, trato de avanzar en sentido contrario, la
espada se clava en mi garganta. Cualquier
alternativa, pues, que pretenda establecerse entre
ellas, es falsa, y como tal, la denuncio. Tanto el muro
como la espada sólo pretenden mi aniquilación, mi
muerte, por lo cual me resisto a elegir. Si la espada
fuera más benigna que el muro, o la pared, menos
lacerante que el filo de aquella, cabría la posibilidad
de decidirse, pero cualquiera que las observe -la
espada, la pared- comprenderán enseguida que sus
diferencias son sólo superficiales. Sé que tampoco es
posible dilatar mi muerte tratando de vivir en el
corto espacio que media entre la pared y la espada.
No sólo el aire se ha enrarecido, está lleno de gases
y de partículas venenosas: además, la espada me
produce pequeños cortes (que yo disimulo por
pudor) y el frío de la pared congestiona mis
pulmones, aunque yo toso con discreción. Si
consiguiera escurrirme, la
espada y el muro quedarían enfrentados, pero su
poder, faltando yo entre ambos, habría disminuido
tanto que posiblemente el muro se derrumbara y la
espada enmoheciera. Pero no existe ningún
resquicio por el cual pueda huir, y cuando consigo
engañar a la espada, la pared se agiganta, y si me
separo de la pared, la espada avanza.
He procurado distraer la atención de la espada
proponiéndole juegos, pero es muy astuta, y
cuando deja de apuntar a mi garganta, es porque
dirige su filo hacia mi corazón. En cuanto al muro, es
verdad que a veces me olvido que se trata de una
pared de hielo, y, cansado, busco apoyo en él: no
bien lo hago, un escalofrío mortal me recuerda su
naturaleza.
He vivido así los últimos meses. No sé por cuánto
tiempo aún podré evitar el muro, la espada. El
espacio es cada vez más estrecho y mis fuerzas se
agotan. Me es indiferente mi destino: si moriré de
una congestión pulmonar o me desangraré a causa
de una herida; esto no me preocupa. Pero denuncio
definitivamente que entre la espada y la pared no
existe un lugar donde vivir.
exiguo. Si huyendo de la espada, retrocedo hasta la
pared, el frío del muro me congela; si huyendo de la
pared, trato de avanzar en sentido contrario, la
espada se clava en mi garganta. Cualquier
alternativa, pues, que pretenda establecerse entre
ellas, es falsa, y como tal, la denuncio. Tanto el muro
como la espada sólo pretenden mi aniquilación, mi
muerte, por lo cual me resisto a elegir. Si la espada
fuera más benigna que el muro, o la pared, menos
lacerante que el filo de aquella, cabría la posibilidad
de decidirse, pero cualquiera que las observe -la
espada, la pared- comprenderán enseguida que sus
diferencias son sólo superficiales. Sé que tampoco es
posible dilatar mi muerte tratando de vivir en el
corto espacio que media entre la pared y la espada.
No sólo el aire se ha enrarecido, está lleno de gases
y de partículas venenosas: además, la espada me
produce pequeños cortes (que yo disimulo por
pudor) y el frío de la pared congestiona mis
pulmones, aunque yo toso con discreción. Si
consiguiera escurrirme, la
espada y el muro quedarían enfrentados, pero su
poder, faltando yo entre ambos, habría disminuido
tanto que posiblemente el muro se derrumbara y la
espada enmoheciera. Pero no existe ningún
resquicio por el cual pueda huir, y cuando consigo
engañar a la espada, la pared se agiganta, y si me
separo de la pared, la espada avanza.
He procurado distraer la atención de la espada
proponiéndole juegos, pero es muy astuta, y
cuando deja de apuntar a mi garganta, es porque
dirige su filo hacia mi corazón. En cuanto al muro, es
verdad que a veces me olvido que se trata de una
pared de hielo, y, cansado, busco apoyo en él: no
bien lo hago, un escalofrío mortal me recuerda su
naturaleza.
He vivido así los últimos meses. No sé por cuánto
tiempo aún podré evitar el muro, la espada. El
espacio es cada vez más estrecho y mis fuerzas se
agotan. Me es indiferente mi destino: si moriré de
una congestión pulmonar o me desangraré a causa
de una herida; esto no me preocupa. Pero denuncio
definitivamente que entre la espada y la pared no
existe un lugar donde vivir.