10. La Garra
Fellek se encontró de nuevo caminando junto a un pequeño pero rápido río en un valle. Se dio un momento para reflexionar sobre lo que acababa de ocurrir. La inesperada revelación le golpeó con tanta fuerza que creyó que las heridas de su último combate volvían a doler. Apenas pudo volver a hablar coherentemente imploró al Selan que dejara a sus compañeros vivir: sin ellos, nunca habría llegado hasta allí. El Selan asintió. Después le ofreció que él y algunos de sus hermanos llevaran al grupo a la vieja Tirs. Cuando Fellek tradujo la propuesta los cinco hijos del bosque se revolvieron visiblemente. Cuando se calmaron, Dyogun explicó:
- Somos hijos del bosque, no del viento. No es bueno que volemos.
Fellek lo tradujo, y el Selan le miró a los ojos. El color de atardecer hizo que el alma de Fellek se calmara, limpiándola de toda emoción excepto una profunda paz.
“De acuerdo, rey Fellek de la casa Hyulaera. Nos veremos en Tirs.”
- No sé dónde está Tirs- había respondido Fellek, las dudas volviendo a invadir su alma.
Pero la mirada de Íesin le volvió a calmar. El primer hijo murmuró unas palabras en una lengua más antigua que la que hablaba Fellek. Era la esencia del susurro del viento.
“Ahora sí.”
Salió volando tan majestuosamente como había llegado. Y sin sus ojos, Fellek se volvió a aturdir por la confrontación de emociones y pensamientos que atormentaban su alma y mente.
Solo en ese momento había vuelto a encontrar la claridad suficiente para pensar.
Durante dos días apenas habló. Estuvo inquieto por el día pero durmió mejor que nunca por la noche. Le parecía que reconocía cada ruina, cada charco, cada hoja, cada elevación del terreno.
Al final del tercer día llegaron a Tirs.
A medida que se iban adentrando en Elenth, los montes se fueron suavizando hasta que el grupo se encontró caminando por un gran valle. Y en el corazón de ese valle estaba Tirs. La ciudad tenía dos partes. La primera eran edificios bajos, muchos de ellos derruidos, a la orilla de un gran lago al que todos los ríos de esa tierra, al estar aprisionados por los Picos Vínteos, debían ir a morir.
La segunda parte de Tirs estaba sobre el lago. De sus orillas se levantaban puentes que llegaban a una isla en su centro. De esa isla brotaban construcciones de piedra que estaban hechas a la vez para Selan y humanos; y eso se notaba: sus entradas eran gigantescas, no había puertas que las cubrieran y muchas de ellas no estaban sobre el suelo
- Sus torres besan el cielo y sus muros son de agua…- recordó Fellek.
Tréngol le dio una brusca palmada en la espalda.
- ¿A qué esperas? ¡Venga, vamos allá!
- ¿Qué? ¿Por qué?
- Es tu reino, ¿no?
- Es mi tierra, sí, pero… no siento que sea mi reino. No quiero profanar ese lugar.
- Y sin embargo debes ir, Fellek- se acercó Zakk-. No iremos si no quieres, pero tú debes entrar. Esa es la isla de las Garras y Espadas, el bastión que tu antepasado Hyul, Etharen y otras parejas de humano y Selan empezaron a construir. Ahí está tu destino, Fellek, y nuestra única esperanza de éxito en esta empresa.
El chico se dio la vuelta y les miró a todos a los ojos. Por un momento se permitió pensar cuánto habían cambiado las cosas: al inicio del viaje, Zakk y Saelar habían discutido sobre si aceptarle o matarle; ahora ambos, y el resto de la compañía, esperaban una orden suya.
- Venid conmigo- dijo-. Sois mi segunda familia, y si los Selan no saben aceptarlo, me arrancaré el colgante que llevo y negaré ponerme la coorna.
Y tras un instante, añadió en el idioma de los hijos del bosque:
- Lo juro.
Eso pareció infundir seguridad a sus acompañantes, lo que reconfortó a Fellek. Se giró, miró la isla y empezó a avanzar por el puente.
Nadie dijo nada mientras cruzaban el lago, pero no por miedo a los Selan: la estructura que pisaban debía de llevar cientos de años sin arreglar, y los siete estaban concentrados en dónde ponían los pies.
Fellek se alivió al pisar la isla, ya que no tendría que temer por que cediera el suelo. Empezó a subir por las calles empedradas. Pero pronto le volvió a invadir el desasosiego. Había visto grandes cosas, como la torre del emperador de la Ciudadela de Engol o los cuatro árboles de Wïnt. Pero esa ciudad, que no contenía cosas grandes, era grande, y estaba vacía, lo que la hacía fantasmagórica. Puede que las plantas crecieran en cualquier lugar posible, y que llenara la ciudad el silencio, pero no era un silencio de cementerio. Ninguno de los edificios había caído en tanto tiempo. No, la ciudad no estaba muerta, la llenaba una vida extraña e incomprensible.
- Desconfían de vosotros- habló Fellek repentinamente-. O de nosotros, no sé.
- ¿Quiénes?- preguntó Dyogun tras unos segundos.
- Los Selan…
Sí, quizá estuvieran escondidos en esa ciudad hecha también para ellos, esperando cualquier paso en falso para aparecer…
Fellek sacó el colgante de bajo su remendada camisa: era lo que le había salvado en su enfrentamiento contra Íesin. Dolorosamente reanudó la marcha. Y reticentemente los demás le siguieron.
En el punto más elevado de la isla encontraron un edificio de una sola planta, aunque bastante alto (incluso para esas construcciones) y circular. La puerta se abría ante ellos como las fauces de algún gigantesco animal hambriento.
- Creo que a partir de aquí has de continuar solo, Fellek- dijo Zakk.
Y Fellek asintió. Entró al edificio.
Cuando sus ojos se acostumbraron al cambio de luminosidad se asustó. Muchos Selan le miraban desde los bordes de la sala.
Había humanos frente a ellos.
“No te asustes, rey Fellek. Son esculturas.”
Fellek parpadeó un par de veces y vio que era así. Miró alrededor de la sala.
Las estatuas eran ocho humanos y ocho Selan, en parejas. Rodeaban la sala. En su centro había un círculo de suelo elevado donde se encontraba Íesin.
- ¿Quiénes son?
“Los primeros Garras y Espadas. Hyul, Etharen, y los que se les unieron tras derrotar al rey de Annun.”
Fellek se paseó por la sala observando las estatuas. Parecía que fueran sus modelos petrificados, de tan logrado como estaba el retrato. Se detuvo en la estatua de Hyul. Llevaba puesta una armadura de ventacero, y sobre su casco estaba escrito en pequeñas runas: “Hyulaera”. Siguió avanzando y vio a una mujer coronada.
- ¿Quién es esta mujer?
“Es la Reina Thanla.”
- ¿Por qué no lleva Hyul corona?
“Hyul nunca aceptó ser rey. Él decía que un rey debe hacer medrar a su reino en tiempos de paz, y como él era un guerrero, no reinaría bien. Pero ven aquí.”
Fellek se acercó al estrado central mientras el blanco Selan se bajaba de él.
“Aquí estaría el trono de los elenthis. Pero era de madera, y los años lo han devorado. Mira sobre qué se alzaba el trono, rey Fellek; mira qué sostenía el reino de Elenth.”
El chico miró el suelo del estrado. Vio unas runas grabadas sobre las losas de piedra. Eran pocas, y decían…
Nada. Absolutamente nada. Era un lío de letras sin sentido.
- ¿Qué es?
“Es el hechizo que el padre Etharen y el guerrero Hyul tejieron cuando eran jóvenes con sus últimas fuerzas para atar sus almas y así salvarse ellos y salvar a su pueblo. Con este hechizo elenthis y Selan se unían para convertirse en parejas de garras y espadas. Y con él te unirás a alguno de mis hermanos. Pronúncialo, rey Fellek.
Fellek volvió a leerlo y a intentar descifrarlo. Y esa vez leyó en esas runas las nanas de su madre, los cuentos de su tío, todo el idioma en el que estaba hablando con el Selan.
- Hay demasiadas maneras de leerlo…- dijo desanimado.
“Sí. Es porque está escrito en mi idioma, del que el tuyo procede. Puedes leer todo ese idioma en estas runas. Pero hay un significado más allá de todo eso.”
- Debe de estar en tu lengua. Yo no la conozco.
“Sí. En ella te indiqué el camino que has seguido para llegar aquí.”
Fellek recordó esa frase del Selan. Y aunque no la entendiera se aferró a ella, y volvió a enfrentarse a las runas. Y esta vez leyó algo más, y supo que eso era lo que tenía que pronunciar. Al principio se perdió entre las sílabas y las palabras, ese idioma era demasiado retorcido. Pero después empezó a comprender algo de lo que decía. Hablaba de una unión tan cercana que Fellek no encontraba palabras para ella, hablaba de muerte y poder y los castigos que sufriría quien rompiera ese lazo.
- Y así, alma de viento, me uno a ti- concluyó.
Inmediatamente después se sentó en el suelo de puro cansancio. Ahora entendía todas las palabras, pero tras ellas había una fuerza inexplicable que se había liberado mientras pronunciaba el hechizo. Se sentía como si le hubiera atravesado un huracán.
“¿Os encontráis bien, rey?
- Sí… sí. Solo estoy algo cansado.
“De acuerdo. Ahora que ya está hecho lo imprescindible, ¿hay algo que desees saber?”
- ¿Qué ha sido de mis compañeros?
“Una hermana les ha guiado a un sitio con suelo de tierra, para que se acomoden. Tienen madera para hacer fuego. Están a salvo,aunque creo que aún no muy tranquilos. Eres tú quien puede calmar realmente sus corazones.”
- Bueno, supongo que podrán esperar…
La pregunta que hizo Fellek a continuación llevaba mucho tiempo rondando su mente, pero jamás se la había formulado a Zakk.
- ¿Por qué cayó Elenth?
“Es una larga historia, rey Fellek. Se remonta al conjuro que acabas de pronunciar. Para asegurar la unidad entre nuestros pueblos, poco después de la muerte de Hyul los sabios decidieron que los reyes Selan y humanos deberían estar unidos. Por ello modificaron el significado del conjuro e hicieron que uniera el poder político, además de el mágico. Pero el conjuro es profundo y retorcido,modificarlo es tarea de titanes. Esos sabios hicieron un excelente trabajo, pero el tiempo demostró que no fue perfecto.
Poco antes de la caída, Elenth era un reino próspero. No había guerras. Aquello era bueno,pero tenía su parte mala: habíamos bajado la guardia. La vieja reina humana murió y su pareja, el viejo rey Selan, cedió su puesto a su primogénito. Sin embargo, al pronunciar el hechizo, los nuevos reyes no se unieron el uno al otro. Parecía no haber problemas, pero las parejas de los reyes, ansiando poder, convencieron a los soberanos de que debían derrocar al otro rey y darle su puesto. Al declarar estas intenciones en público, las Garras y Espadas se dividieron. Así empezaron las Guerras Fratricidas.”
- Padres mataron a hijos, hermanos mataron hermanos…- el chico recordó esa canción.
“Veo que conoces la historia, aunque sea poco, rey Fellek. Sí, y el final de las Guerras Fratricidas vio la muerte del último elenthi. Se dieron cuenta entonces los Selan de lo que habían hecho, y por eso juraron que hasta que un elenthi volviera a Elenth, matarían a todo segundo hijo que profanara el reino.
- ¿Y yo?- preguntó Fellek. ¿Por qué yo soy elenthi si todos fueron asesinados en esas guerras?
“He dicho que no quedaron humanos en Elenth. No todos murieron. Una espada, Syltha Hyulaera, vio a su pareja morir asesinada por sus propios hermanos, y se dio cuenta de la atrocidad de la guerra. Viajó a ambos aspirantes a reyes y les imploró que cesaran las batallas, pero no logró nada. Entonces proclamó que se iría tan lejos de Elenth como pudiera, hasta que esa guerra absurda hubiera acabado. Algunos la siguieron y fueron a otros rincones del mundo. La llamamos la Desgarrada, pero bien podríamos llamarla la Salvadora: tú, rey Fellek, desciendes de ella.
Después de eso no dijeron nada. Fellek intentaba reflexionar. No podía. Era demasiado.
- Voy… con ellos.
Y salió.
No le costó encontrar el edificio donde se había asentado el grupo: salía humo por una ventana.
En lo primero que se fijó nada más entrar fue en que la ventana por la que había salido el humo no era una ventana, sino la chimenea, que en vez de estar abierta por el techo, lo estaba por la pared.
Después vio que los que le habían acompañado durante mucho tiempo ya le miraban como a un extraño. Y se preguntó si se conocía a sí mismo. ¿Cuánto de él había cambiado irreversiblemente tras leer ese conjuro? Demasiado, quizá demasiado.
Se sentó frente al fuego entre ellos. El interior del edificio estaba completamente desnudo. El suelo no estaba empedrado. Lastenn estaba usurpado, pero en él vivían todos los hijos del bosque. Elenth no existía. No era Saelar el rey sin reino, el rey de nada; era él mismo.
- ¿Qué tal?- preguntó Dréngle.
No respondió. Lentamente unas palabras salieron de su boca.
- Saca aterz, Saelar…
- ¿Por qué?- preguntó el verdadero rey.
- ¿Estamos a salvo?- preguntó Tréngol.
Con dificultad, él asintió con la cabeza.
Y de pronto Dyogun soltó una risotada.
- ¿A qué vienen esas caras largas? Padre, ¡haz caso a su majestad! Hemos sobrevivido al Reino Peligroso, ¡nos merecemos un trago!
No pasó mucho tiempo hasta que estuvieron bebiendo, comiendo y contando historias. Sew fueron a dormir tarde, y la sonrisa no les abandonó. Esa noche no hubo guardias.
Fellek se despertó temprano. Los demás aún dormían. Alguna fuerza tiraba de él hacia el exterior.
El sol se alzaba sobre las montañas al este de la ciudad. Fellek corrió sobre las calles empedradas hasta llegar a una plazoleta. Ahí estaba ella. ¿Pero podía estar seguro de que era una Selan? Sí, estaba claro. Era negra, muy delgada. Se miraron a los ojos un instante. Los tenía color mediodía. A Fellek le invadió el entusiasmo, pero no solo el suyo. En el fondo de su alma se estaba llenando un hueco del que hasta ahora no sabía nada.
Corrió hacia la Selan. Ella bajó la cabeza, y él abrazó su cuello.
“Fellek Hyulaera”, susurró.
- Náilze. Náilze Zuilkat- respondió el chico.
“Nunca pensé que sería yo la que sintiera tu llamada.”
- Y yo jamás pensé que sería una espada.
Entonces, lentamente, Fellek le fue contando a su nueva compañera su historia. Todo lo que no sabía poner en palabras lo recordaba, sabía que ella lo entendería.
“Eres fuerte para tu corta edad, Fellek. ¿Cuál es?”
- ¿Eh? ¿Mi edad?
Ella asintió, y él se ruborizó.
- Eh… No lo sé… Más de once años, menos de quince, creo… ¿La tuya?
“Cincuenta y ocho de vuestros años.”
- ¿Tanto?
“Es poco para un Selan.”
Fellek se sintió tonto. Los primeros hijos vivían mucho más que los segundos, y de estos, los humanos eran los que menos duraban.
Náilze miró el sol.
“Íesin quería que te presentases con tu pareja frente a la sala del trono.”
- ¿Cuándo?
“Ahora.”
Así que la recién formada pareja subió al punto más alto de la isla.
Allí, de pie sobre el tejadillo que cubría la sala del trono, estaba el Selan blanco.
“¿Náilze?”
“Así es”, respondió ella.
- ¿Qué pasa con ella?- preguntó Fellek.
“Ella… es joven.”
- También lo soy yo.
“De acuerdo, no hablemos más de esto. A partir de ahora notaréis muchos cambios. Náilze, tu mente se organizará y te será más fácil razonar. Rey Fellek, sobre lo tuyo no sé tanto. Tu magia crecerá, pero no puedo decirte más. Ahora seguidme.”
- ¿Por qué?
“Tenéis que aprender a volar y luchar como Garras y Espadas. y tú, rey, necesitas armas.”
Estas, y otros utensilios que necesitaban (como un sistema de correas para impedir que el humano se cayera del Selan cuando volaran) se encontraban en unos amplios arcones que a su vez estaban en un edificio extenso, pero de una sola planta.
Fellek encontró dos espadas que se parecían a las que había usado hasta que el Antimago las partió. Las sacó de sus vainas, y no pudo evitar una exclamación de asombro. El metal era ligerísimo, y brillante, como nuevo. Su brillo era azul. Deslizó el dedo por el borde de una de ellas. Las gotas rojas que se formaron sobre su piel le confirmaron lo que ya pensaba: en todos los siglos que llevaban sin usarse, no se habían desafilado. Así que esas eran armas de ventacero, el metal de los elenthis.
Se fijó en la parte superior de la hoja. Bajo la juntura con el mango había una runa en cada espada, y rezaban “Ala” y “Garra”.
- ¿Son estas las armas de Hyul?- preguntó a Íesin.
“No. He de hablarte sobre él. Parece que los humanos habéis olvidado muchas cosas. Tu ancestro nunca luchó con filo. Pero esas son grandes armas. Fueron del guerrero Aneth, uno de los primeros aprendices de Hyul.”
Fellek, algo desencantado, las miró de nuevo. De todas formas, él luchaba con esas armas, por lo que cogió las vainas de las espadas, se las ató a la espalda como había llevado las que le regaló Saelar, e introdujo las armas en ellas.
Y le inundó un sentimiento de seguridad:se había olvidado, o se había acostumbrado, a lo desnudo que se sentía desarmado.
Como ya tenían lo que necesitaban, la pareja y el anciano salieron al aire libre y volvieron a la sala del trono, solo para rodearla. En la parte posterior, la opuesta a la puerta, había un gran espacio vacío que no era una plaza: su suelo no estaba empedrado. A Fellek le sorprendió, aunque no demasiado: Náilze ya conocía bien este lugar.
“Aunque podamos caminar por las calles, este sitio es mejor para saltar al aire y posarnos sobre la tierra: es más amplio, y con las piedras es más fácil dañarnos.”
“Os he traído aquí”, habló Íesin, “para que voléis. Una pareja de Garras y Espadas no lo es hasta que no saben volar juntos.”
Fellek y Náilze pasaron la siguiente hora tratando de envolver bien la maraña de correas alrededor del cuerpo de la Selan. El anciano blanco trataba de darles indicaciones, pero estas eran bastante pobres: él nunca había tenido que manejar uno, y habían transcurrido siglos desde que su espada se lo puso por última vez.
Cuando por fin las correas estuvieron bien colocadas alrededor del cuerpo de Náilze, su función se hizo clara: estaban hechas para sujetar las piernas y los brazos del humano al cuerpo del Selan, y darle puntos de apoyo a la hora de subirse o bajarse.
De estos puntos de apoyo hizo uso Fellek, avisando a Náilze únicamente con un pensamiento. Ella no se sorprendió cuando el chico saltó y escaló hasta su lomo. A la hora de atar sus extremidades, vio que las correas que sujetaban las piernas estaban mucho más desgastadas que las que sujetaban los brazos: se usaban más. Además, pensó, solamente podía atar un brazo, nunca ambos. Sin embargo, los dejó libres. Cuando terminó de asegurar sus piernas, Náilze exclamó:
“¡No molestan!”
Estaba sorprendida.
“¿Dejarías que un segundo hijo se subiera a ti si doliera, Náilze?”
Ella no respondió, pero Fellek notó su orgullo. Era una primera hija, no se subyugaría así frente a un segundo. Y Fellek atisbó la grandeza del conjuro que le unía a Náilze: vencía el miedo del segundo y el orgullo del primero.
- ¿Tienen nombre?
“¿El qué?”
“Las correas.”
Fellek cerró la boca. La había abierto para contestar, pero la Selan se le había adelantado.
“Las llamábamos ligaduras. Si no vais a decir nada más, saltamos.”
Y sin previo aviso, Náilze echó a correr. Iba demasiado rápido. Saltó. Batió las alas. ¡Ya no estaba sobre el suelo! ¡No podía ser! ¡Se…!
“¡Cálmate, Fellek! Me estás poniendo nerviosa… ¿De verdad crees que vamos a caer?”
Fellek respiró hondo y trató de tranquilizarse. Sin embargo, quedó en él una tensión que no le permitía mirar hacia abajo, únicamente al frente. Solo entonces notó que, aunque Náilze había hablado en voz baja, la había escuchado perfectamente.
“Náilze, habrás notado que así eres más torpe volando. Y tú, Fellek… Siempre resulta difícil volar por primera vez. Pero tienes que estar tan calmado como ella. Y a ti, Náilze, te falta la amplitud de visión que puede tener Fellek. Por eso tenéis que acercar vuestras mentes, mucho más de lo que están ahora, y así conseguiréis volar mucho mejor.”
“¿De verdad?”, Náilze estaba incrédula.
“Si no, Étharen no habría aceptado el pacto.”
Durante varias horas Íesin les puso pruebas para enseñarles a volar juntos, y no consiguieron hacer nada bien. Sin embargo, cuando por fin se posaron sobre la tierra, estaban riendo sin razón.
- Náilze, ¿por qué Íesin te habla en mi idioma?- fue lo primero que dijo Fellek tras calmarse.
“No creo que fuera muy cómodo para ti no entendernos. También nuestra habla tiene… poder. Nos limitamos al usarla.
Fue entonces cuando Fellek recordó:
- ¡Los demás!
A la vez que lo decía notó su hambre, y empezó a pensar en lo preocupados que estarían los hijos del bosque y el mago. ¡Llevaba desde la noche anterior sin verles! ¡Y el mediodía ya había pasado!
Echó a correr por las anchas calles. Náilze trataba de seguirle. Pero en tierra era mucho más torpe. A menudo sus garras se quedaban trabadas entre las piedras.
Llegó frente al edificio donde el grupo había dormido. Nada más asomar por la puerta, los mellizos se lanzaron a él.
- ¡Por fin!- exclamó Dréngle.
- ¿Dónde te habías metido?- preguntó su hermano.
Fellek resopló unas cuantas veces: acababa de correr un buen trecho. Después no supo qué decir.
Por la calle llegó Náilze, tan rápido como podía, quejándose en voz baja del empedrado.
- Ella es Náilze- dijo Fellek como respuesta.
Los mellizos parecieron recibir ambos un golpe, y retrocedieron rápidamente. Los otros hijos del bosque tampoco pudieron ocultar su susto al verla. Únicamente Zakk permaneció impasible. Miró a la puerta y, como si solo hubiera pasado un gato por ella, volvió a centrar su atención en la chimenea, que encendió usando su magia.
Fellek se dio cuenta de que Náilze no conocía la lengua común, y rápidamente señaló a sus compañeros uno a uno y murmuró sus nombres.
“Podría haberlo sabido. Antes me hablaste de ellos.”
- ¿Qué hace este Selan aquí?- preguntó Dyogun.
- Náilze es mi vínculo- explicó el elenthi-. Soy una espada.
- ¿Qué?
- Un jinete del viento.
- ¿Por qué has tenido que hacerlo?
Saelar se había acercado a la puerta mientras tanto, pero aún así se mantenía alejado. Fellek entendió el miedo de los hijos del bosque: la primera vez que habían visto a un Selan, la única, había estado a punto de matarles.
- ¿Es que no recuerdas la empresa? Hemos estado a punto de morir por tu insistencia al venir aquí, y en cambio, ¡tú te conviertes en rey y jinete del viento! ¿Cuánto queda hasta que nos abandones?
- ¿Y qué si lo hace? Saelar- Nerya había irrumpido en la conversación-, nuestras vidas no están para servirte. Le arrancamos de todo lo que conocía, le despreciaste hasta que mostró su poder, y ahora pretendes usar al niño en tu lucha igual que usas tu espada. Lastenn será nuestro legítimo reino, pero su tierra es Elenth.
“¿Qué está pasando?”
Náilze estaba extrañada pero no sorprendida. Fellek se lo explicó rápidamente.
- ¡Deja esa lengua sibilante- exclamó Saelar en su propio idioma- y habla la de la verdad! ¿Continuarás con nosotros, o nos traicionarás?
Fellek se contuvo.
Náilze no.
Entró al edificio y encaró a Saelar. Rápidamente se irguió. Abrió las alas y produjo un sonido carente de tono pero profundo y afiladísimo.
“¡Te atreves a llamarle traidor! ¡Tras intentar matarle mientras dormía!”
- ¡Náilze!
Fellek se interpuso, tan veloz como pudo, entre el rey y la primera hija. El ambiente se volvió silencioso, pero tan tenso que casi se podía palpar. El chico se tomó un momento para pensar. ¿Cómo de fuerte era su conexión con Náilze? Ella acababa de entender lo que Saelar había gritado, o parte de ello, y la única manera posible era a través de él. Por eso agradeció silenciosamente que Náilze y Saelar no compartiesen ningún idioma.
En su mente se empezó a formar una idea.
Ceremoniosamente se empezó a subir la manga izquierda, y cuando se aseguró de que su pequeño movimiento había atraído toda la atención mostró el interior del antebrazo descubierto. La fina cicatriz retorcida que era el glifo que representaba el nombre de Tréngol se apreciaba claramente.
- Cuando esta cicatriz se borre será cuando deje de prestaros mi ayuda- hablaba en la lengua de los hijos del bosque, aquella en la que la mentira era casi imposible-. Continuaré el viaje, por mucho que me duela dejar aquí a Náilze.
Después cambió de idioma y le comunicó a Náilze su decisión, aunque quizá ella ya lo supiera.
“También iré”, dijo ella rápidamente.
Fellek lo tradujo.
- Bien, bien, bien.
La voz de Zakk adquiría ahí la fuerza de un martillo golpeando metal al rojo.
- Hay posibilidades, entonces.
- Explícate, mago- exigió Saelar.
- Solo un dios puede luchar contra dioses. Así pues, para luchar contra guerreros y dragones…- señaló a la pareja de Garras y Espadas.
- Lo tenías planeado desde el principio, mago.
El tono de Saelar se había enfriado. Zakk asintió despreocupadamente.
- ¿Y por qué no lo has dicho?
- Me aprecio.
Así empezó otra de las frecuentes discusiones entre Saelar y Zakk.