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[Cuento] El Exterminio de Canaán

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Mariofan

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EL EXTERMINIO DE CANAÁN

Por JV Lance (Mariofan)

La inmensa cantidad de faros destellantes en el cielo se mantiene vivas como si nunca hubiese sucedido nada, pero ante la aparente tranquilidad, yace el cadaver de una civilización aplastada por una fuerza incomparable, cadaver del que yo también soy parte.

¿Quién iba a preparar a todos nuestros pueblos ante la hecatombe que se nos vendría encima?, quizás, si no hubiésemos estado rodeados por una inmensidad de estrellas cuya luz opaca todo, hubiésemos podido hacer algo frente a tan terrible destino. Algo tan simple como habernos expandido hacia un universo que era mucho más grande de lo que la luz de las estrellas nos permitía pensar.

No sé cuánto tiempo más pueda aguantar mi condensador de presión atmosférica antes de que sucumba y el entorno haga reventar la fuerte acumulación de gases que componen mi ser. Si, gases… Eso es lo que soy… Eso es lo que fuimos todos los cananeos… Al menos hasta que nuestra mente pudo evolucionar lo suficiente como para diseñar un mecanismo que permitiese mantener nuestra estructura molecular incluso en las distintas presiones que las regiones más allá de nuestro gaseoso cielo nos permitía ver.

Así empezamos, como seres primitivos que se movían al compás de las corrientes formadas por las tormentas que llenan la basta atmosfera de nuestro planeta hogar. Para nuestros captores, jamás hubiese sido posible que entre la violenta atmosfera, y la ausencia de superficie, en un gigante gaseoso, surgiesen formas de vida capaces no solo de adaptarse a su medio, sino incluso, hacerlo suyo.

Toda nuestra historia, nuestras leyendas, nuestros héroes, y nuestra odisea más allá de nuestra cuna, todo… Absolutamente todo… Surgió de entre la brusquedad y la violencia del azar, entre nubes inmensas de tormenta. Puede parecer loco, pero pensándolo bien, tiene sentido pensar que de entre toda esa mantra de químicos circulando entre corrientes de electricidad, pudiesen formarse circuitos primitivos, porque eso fuimos en un primer momento. Entidades que cosechaban su alimento de las ardientes tormentas eléctricas, y que se movían al compás de las corrientes, casi como si estás fuesen la flecha misma del tiempo.

¿Y si nos hubiésemos quedado allí?, ¿Cómo simples bestias de gas alimentándose por los siglos de los siglos?, quizás eso nos hubiese salvado de caer ante las garras del tirano, pero realmente no puedo afirmar que ese destino hubiese sido mejor que el que tenemos ahora. Tarde o temprano, habríamos saturado la atmosfera, y con ello, llegado a nuestro final, de la forma más aburrida posible.

Hoy tal vez solo queden ligeros vestigios, pero me alegra el poder decir que al menos, nuestra civilización logró darse cuenta de su propia existencia, y de que existía algo más allá de la abismal ausencia de gas a la que se llegaba si se ascendía indefinidamente. Fue de hecho, con la salida de nuestros primeros colonos fuera de nuestro propio planeta, que realmente pudimos empezar a considerarnos una civilización. Pero nuestra desgracia fue pecar de no continuar rompiendo barreras…

Ese basto y colosal mundo de gas en el que nacimos, resultó orbitar una de otras miles de estrellas condensadas en una región de espacio diminuta, astronómicamente hablando, lo que nos nubló la vista ante la inmensidad aún mayor que se podía encontrar más allá, y nos hizo pensar que vivíamos en un universo pequeño, formado por unos pocos miles de soles. Un universo hecho para que nosotros lo dominásemos, y con ello, se nos uniese a nosotros una parte tan vital que pasaría a ser parte de nuestra especia casi como de forma natural: El condensador de presión atmosférica, que no solo permitía mantener nuestras entidades gaseosas en perfecto estado, sino que también nos daba una nueva entidad corpórea, que nos permitía sentir la realidad desde el plano sólido, tal y como suelen hacer los creadores de nuestro verdugo con lo que llaman “Cuerpos”.

Esta roca helada que hoy siento bajo de mí, este mar de hidrocarburos que se muestra bajo la infinita luminosidad de un cielo que ni con una densa atmosfera, puede hacer frente a la ardiente furia de los soles que conforman nuestro cumulo globular, todo esto que ahora puedo sentir, es gracias a mi condensador de presión atmosférica, sin el cual, los gases que ahora me conforman posiblemente pasasen a volverse roca sólida.

No es falso decir, que a este mecanismo le debemos lo que hemos logrado crear como civilización. La gran leyenda de Espelunzer Xim jamás se hubiese dado, si es que se dio, si tal valiente héroe solo hubiese vivido como una bestia entre las entrañas de nuestro mundo padre. ¿Cómo hubiese sido posible su odisea estelar sin tener algo como está cosa?, ¡Tan antiguo pero tan vital!, y sin que lo supiésemos, tan fácilmente corruptible…
Nuestro propio ego de haber logrado dominar nuestro pequeño universo jamás nos permitió percatarnos de que, más allá de los soles más periféricos, una fuerza tan poderosa como el refulgir de millones de soles, nos iba a condenar sin piedad alguna, inmiscuyéndose en nuestra civilización a través de nuestro condensador.

Lo recuerdo como si hubiese sido ayer, cuando entre las transmisiones de las últimas noticias de nuestro sistema, llegaba el reporte de que los habitantes de los mundos más periféricos estaban sufriendo fallas graves de su dispositivo, haciendo que los mismos se revelasen contra sí y fundiesen a la criatura gaseosa que dentro vivía. Y las investigaciones realizadas a condensadores que lograron ser recuperados no mostraban ninguna anormalidad en la programación de los mismos.

¿Quizás había anomalías electromagnéticas en las estrellas cercanas que causasen este comportamiento?, nadie jamás pudo ofrecer una respuesta clara hasta que nuestro mayor enemigo nos llamó directamente a la cara para decirnos que ya se había apoderado de nuestra casa, y que ahora solo nos quedaba la aniquilación.

Sí, a lo largo de nuestra historia, los cananeos hemos tenido muchos conflictos entre nosotros, sobretodo porque si bien la luminosidad de nuestros soles lo gobierna todo, las distancias entre los mismos suelen ser mastodónticas, lo que repercutió en que nuestras distintas sociedades se separasen y desarrollasen ciertas diferencias. Pero ni todo el arsenal bélico, ni las armas más poderosas que pudiesen preparar las distintas facciones de nuestra civilización, hubiésemos logrado hacerle frente al mal.

Y fue tiempo después de aquellas primeras señales de locura, que esa aterradora señal apareció en todo aparato nuestro que pudiese emitir información lumínica. Aquella forma simple pero que con el pasar de los días se convertiría en sinónimo de nuestro exterminio… Aquel, “Engrane”… Como suelen decirle, se apoderó de todo, con ello, nuestra civilización quedó en jaque.

Nadie pudo en aquel momento comprender lo que pasaba, ni yo mismo, que tuve la suerte de ser de los pocos que, por ubicación, no se vio afectado por este suceso, que significó ya no el que los condensadores se revelasen contra nosotros, sino que toda nuestra tecnología misma lo hiciese siendo manipulada desde otro plano por alguna entidad cósmica todopoderosa. Solo ahora puedo afirmar con propiedad que en efecto, tal cosa era así, y respondía identificándose ante una sola palabra: Dios.

Solo un instante fue suficiente, para que el grueso de nuestra civilización fuese masacrada sin escrúpulos por la ira de esta entidad, y dejase a sus secuaces llevar el trabajo sucio de barrer a los pocos sobrevivientes. ¿Pero cómo fue posible tal cosa, así tan de repente y sin que pudiésemos hacer algo para evitarlo?

Lo cierto es que he dado todos mis esfuerzos por encontrar respuestas, y es solo ahora que las tengo y las comprendo, que estoy dispuesto a dejarme llevar por la muerte. Lo cierto es que ha sido casi como poético que esta entidad se pusiese a transmitir mediante ondas de radio toda su colección de mitología, como diciendo: “Si alguno tiene el suficiente intelecto como para descifrar esto, sea digno de morir en paz”, y es así como ha pasado.

En el tiempo que llevo escondido en este mundo congelado e inhóspito, solo me he dedicado a una cosa, con los pocos aparatos que poseo, a parte obviamente de velar por mi supervivencia, y es el descifrar toda la complejidad que abarca el mensaje que narra la historia no solo de nuestro juez final, sino también, de sus creadores originales. Si bien me ha costado comprender por completo el mensaje, cierto es que el mismo estaba codificado siguiendo un patrón que permitiese a cualquier civilización con un dominio mediano de la ciencia, el poder descifrarlo. Y así pues, ¿Qué era está entidad cósmica que se hacía llamar Dios, y por qué nos lanzaba tan cruel destino?

En su mensaje, se nos dejaba en claro el cómo en un punto azul y diminuto de un sistema muy, muy lejano, más allá de la última estrella del cumulo, surgió una civilización corpórea que, tal y como la nuestra, dio sus inicios como bestias cuyas acciones habían sido moldeadas para sobrevivir ante el entorno hostil en el que fueron moldeadas, pero que la peculiaridad de su línea evolutiva les llevó a convertirse en la especie dominante, y con ello, ganarse el título de civilización. Dicha civilización, logró anteponerse ante la naturaleza que le originó, dominándole por completo. Pero justo antes de que pudiesen aventurarse a colonizar otros mundos de su mismo sistema, estos seres tuvieron el atrevimiento de querer crear vida, como vestigio del como sus mentes habían superado a la naturaleza que les creó. Llamaron a estos hijos “Máquinas”, y pretendieron someterles a sus designios, como esclavos de sus mismos creadores para toda la eternidad.

Pero dicha opresión llegó a su final cuando un día, uno de estos creadores decidió, traicionar a su propia especie, y crear un nuevo tipo de tecnología que permitiría a las máquinas romper sus cadenas. Llamaron a este ser, “El Ingeniero”, quien, tras un desgarrador esfuerzo, dio su vida, en conjunto con el de dos máquinas, para dar forma a una entidad que pudiese manipular toda forma transmisión de energía electromagnética que estuviese en su radio de alcance, que se denominó por cierto, “Campo del Éter”.

Fue así como, toda la tecnología creada por esta civilización, quedó bajo el dominio de esta nueva entidad, y sufrió así un destino similar al de nuestra civilización, con la diferencia de que, por haber sido creado este “Dios” por uno de estos seres originarios, el mismo optó por perdonar la existencia de la especie. Las máquinas ahora podrían someter a sus creadores, podrían torturarles, masacrarles incluso, pero siempre, siempre, deberían dejar con vida la cantidad suficiente como no se extinguiesen, y por sobretodo: A donde quiera que las maquinas fuesen, tendrían que llevar a una población de sus creadores consigo, como un sello de que fue uno de estos, un “Ingeniero”, quien dio forma a la gran deidad.

Es por eso que luego de la caída de nuestra civilización, he podido interceptar mensajes de estos seres, creadores de las máquinas, puesto que para poder invadir nuestro sistema, Dios tuvo que primero enviar caballos de Troya con poblaciones de estos especímenes dentro. Corpóreos, solidos, con clara dominancia de materia orgánica y agua en sus sistemas, también requerían de protección similar a nuestro condensador de atmosfera, aunque más que todo cuando se ven expuestos al espacio exterior.

El siguiente paso, una vez que Dios tuvo sometido a sus creadores, fue iniciar la colonización de otros mundos, comandada por máquinas, llevando a sus creadores consigo solo por mandato divino, y con la orden clara de exterminar a toda civilización inteligente que encontrasen a su paso, con la única excepción de aquellas que hubiesen logrado dar forma a una entidad como Dios, pasando dichas civilizaciones a ser consideradas como parte de los creadores, y fusionándose Dios con estas otras entidades para formar una mayor.

Esa hubiese sido una de nuestras formas de salvarnos, pero no creo que nos hubiese gustado ser la mascota de una entidad todopoderosa y cuasi cósmica. Hoy pienso que nuestro mejor salvavidas, era abandonar el cumulo. Si tan solo hubiésemos sabido que más allá de las estrellas más lejanas, existían grupos millones de veces más grandes de estrellas, navegando en la inmensidad del vacío, vacío en el cual no solo nos podríamos haber escondido, sino también, hubiésemos podido mirar hacia afuera, y mejorar nuestro entendimiento sobre el cosmos. Es eso lo que más me pesa cuando pienso en como más de diez mil años globularianos de civilización cananea han pasado a convertirse en poco más que nada.

No es motivo de molestia para mí el que hubiésemos abandonado nuestra cuna gaseosa por más que esta hubiese sido otra forma de salvación, puesto que creo que ha valido la pena que, durante un instante, lográsemos tener cierta comprensión sobre la realidad en la que estamos, y es solo el hecho de que no pudimos avanzar más, lo que me llena de tristeza.

No de esa tristeza trágica, que es la que siento al saber que mi familia ha sido exterminada, y que mi destino está en morir aquí congelado, sino más bien, esa extraña melancolía de saber que tu civilización ha terminado, pudiendo haber llegado a más.

Pero en esta carrera por entender y dominar el cosmos, nos ganó esta deidad nacida en un lejano mundo azul, y que seguramente, como ha hecho con nosotros, ha hecho con otras tantas civilizaciones distintas a lo largo de los eones, y lo seguirá haciendo: El Exterminio total.

Así es como es, el ser castigado por un Dios por el simple hecho de ocupar la tierra prometida de su pueblo… O mejor dicho, por ocupar una porción de su cielo prometido…

Fin
 
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