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[Historia] Viaje sin destino [Completada]

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Tyren Sealess

A fullmetal heart.
Este es el proyecto del que os hablé al acabar Hijos del bosque, hijos del viento. Es un intento de conseguir en una narración larga el estilo que ahora tengo en mis relatos cortos y poemas.


1. Irse de casa​

Esta es la historia de un gatito. Pero no un gatito cualquiera. Uno de sus ojos estaba muerto, en el otro tenía la luz de una estrella. Nació en una casa olvidada y destartalada, de una gata que era demasiado vieja como para darle otra cosa que no fuera una leche agria y limpieza cuando lo necesitara. El esfuerzo de cuidar a su hijo tardío le dio una muerte prematura. El gatito pasó entonces unos días de hambre, y conoció a su padre. Era un gato frío, que se enfadaba por todo y nunca le aceptó. Un día, el gatito cazó un ratón y se lo llevó para comerlo a la chimenea. El calor de los rescoldos le recordaba al de su madre. Y cuando su padre le vio allí, comiendo, no se sintió orgulloso, sino que le invadió una rabia de acero y chispas. Le gritó que no cazara en su territorio, le quitó el ratón y le dio un zarpazo que se hundió en su cara.
El gatito cerró un ojo para aliviar el dolor de marfil, y al abrirlo le pareció que seguía cerrado. Después se puso triste, y miraba a las golondrinas que cruzaban siempre la casa, no con hambre sino con envidia y anhelo.
La riada de su tristeza destruyó toda su alma. Había visto que, aunque fuera pequeño, la muerte ya le había tocado. Tan profunda era su pena que no notó cómo su padre le iba quitando todas las ascuas hasta que se quedó frío. Después de arrasar con todo, el agua triste se detuvo y formó un lago tranquilo, que limpió caso todo el escombro. Cuando se secó solo quedaba de viejo en el alma del gatito su forma de mirar a las golondrinas. Y había algo nuevo: la resolución de irse, de ver más allá de esas cuatro paredes de polvo.
Por eso un día se presentó frente al señor de la casa. Era un viejo humano de largo pelo. El gatito creía que nunca había apartado su mirada de la ventana. Entonces le habló por primera vez:
- Me voy.
Para su sorpresa, el dueño le respondió con su voz, el susurro del viento entre el trigo.
- Espera. Te daré mi bendición.
El gatito se ilusionó.
- ¿Usted me quiere?
- No. Llevo tantos años en esta casa que conozco todo lo que ha habido y habrá, y por eso no puedo querer nada de aquí. Pero tú has nacido en mi casa, y por eso te daré mi bendición.
El gatito se asustó un poco cuando lo levantó del suelo para ponerlo en su regazo.
Se miraron. En los ojos del viejo había demasiadas cosas como para verlas con su solitaria pupila.
- Tu padre es un desalmado. No se merece serlo...
Le alzó la barbilla con un dedo, le acarició la frente con otro. Y despegó los labios.
- Nix.
En su pulgar apareció una estrella, con su blanco puro que era azulado, y su minúscula luz que alumbraba grietas resecas. Con un movimiento la metió en el ojo que veía del gatito. Este se sorprendió y saltó hacia atrás. Con un ojo todo era negro, con el otro, blanco. Pero ese blanco se hizo el mundo, y volvió a ver.
- Veo igual- dijo decepcionado.
- Eso crees ahora- respondió el viejo-. Ahora marcha.
Volvió a mirar por la ventana.
Al gatito no le quedó más remedio que cumplir su promesa y salir de la casa. Fuera no había nada más que campo yermo y un sol abrasador, atravesado por un camino negro. Como parecía ser lo único con una orientación allí, el gatito se subió al camino y empezó a andar. El camino estaba abrasado y quemaba las almohadillas de sus patas.
Quizá fuera un espejismo del calor, pero cuando el sol se empezó a poner y el cielo se llenó de sangre derramada el gatito vio una pequeña casa. Era vieja, como aquella de la que venía, pero esta era de un blanco limpio. Tenía la pulcritud de un esqueleto. El tiempo allí era más gentil, y en vez de devorar las paredes se contentaba con roer la podredumbre que las cubría.
La puerta tenía una gatera. El gatito entró y buscó al señor de esa casa. Le encontró en una sala oscura, iluminado por una vela, garabateando signos incomprensibles tan rápido como el frío, encorvado sobre una mesa. Era joven, y en su cara se veía la luz de la vida. De un salto, el gatito se subió a la mesa, desde donde esperó su permiso para dormir ahí. Mientras tanto, observó su mano: aunque no comprendiera los movimientos, tenían una cadencia reconfortante. Estuvo allí tanto tiempo que creyó que el señor de la casa no le había notado, pero el joven alzó su mano izquierda y acarició el pelaje casi líquido del gato. El gatito se asustó al principio, pero no se escabulló porque no era una sensación desagradable. Después le empezó a gustar y ronroneó por primera vez en su vida.
Cuando por fin el joven dejó de mover las manos, el gatito preguntó:
- ¿Puedo quedarme aquí esta noche?
- Sí- respondió él-. Esta y todas las que quieras.
- Solo esta- afirmó con decisión el gatito.
- ¿Estás de viaje?
- Sí.
- ¿Qué buscas?
- No lo sé...
- Entonces iré contigo.
El gatito se sorprendió.
- ¿Por qué?
El joven señor señaló los papeles.
- Llevo mucho tiempo buscando en otros mundos. Ya es hora de empezar a hacerlo aquí. Me llamo Carl, ¿y tú?
El gatito se calló. En su mundo nada tenía un nombre para ello solo. Nada era tan especial.
- ¿Qué pasa? ¿No me lo quieres decir o no te acuerdas?
- No sé si tengo nombre- dijo apenado.
- Todos tenemos nombre. Todo tiene un nombre. Si no, se le da. Algo sin nombre casi no existe, porque ni se puede hablar de ello ni pensar sobre ello.
El gatito recordó su corta vida. Y se dio cuenta de la palabra que nunca había comprendido, la única.
- Creo que me llamo Nix.
- Es un buen nombre- sonrío Carl.

Nix no sabía que ese no era su nombre, pero desde el momento en que lo dijo caló hasta lo más hondo de su alma.

2. Un viaje a dos​

Carl dio de beber a Nix, y quiso darle de comer, pero su carne salada no era adecuada para un pequeño gatito, ni para ningún gato. Pero Nix olió algo apetitoso, y rebuscó entre los rincones y las grietas más escondidas de la casita hasta sacar un pequeño ratón. Esta vez nadie le dio un zarpazo mientras lo devoraba, y esa noche durmió a los pies de Carl.

A la mañana siguiente el joven señor de la casa dejó su casita blanca como un hueso para viajar junto a Nix. Cuando caminaban sobre el camino negro hablaban, sobre todo Carl, que respondía a las preguntas de Nix. Este se maravillaba al oír que no todo el mundo eran llanos secos, y que había plantas tan altas como veinte hombres, y montones de rocas más altos que veinte de esas plantas, y sitios con tanta agua que no se podía abarcar con la mirada, ni siquiera con dos ojos. Carl sonreía ante la joven curiosidad de su compañero.
La noche anterior habían forjado aprecio. Pero esa mañana, bajo el tórrido sol y el abrasador camino, ambos vieron a un amigo, para Nix, el primero.

Nix ya empezaba a pensar que los llanos áridos seguirían para siempre, y que nunca llegaría a ver las maravillas que Carl le había descrito. Pero al atardecer el camino negro les llevó a un gran grupo de casitas. No todas eran blancas y grises desvaídas. Las había de otros colores, y algunas tenían dos filas de ventanas.
- Nix, ¿te puedo coger?
- Bueno...
Carl le cogió con sus manos de centeno y le alzó alto, muy alto. Las patitas de Nix empezaron a temblar. Solo su madre le había alzado así, de una manera mucho más delicada que Carl. Le dio la vuelta, Nix veía su nuca, y le metió en una bolsa de tela que colgaba por su espalda. Allí no había luz. El bamboleo del avance de Carl hizo que por las entrañas de Nix comenzaran a caminar pequeñas hormigas. Rato más tarde, se paró.
- ¿Puedo pasar aquí la noche, buena mujer?- oyó a Carl preguntar.
- Entra.
Esa voz no era de hombre, casi ni siquiera humana. Parecía que surgiera de grietas en la tierra, de polvo, polvo que había visto más que todos los ojos. Carl empezó a andar de nuevo, pero se detuvo a los pocos pasos.
- Si quieres dormir aquí, niño, muestra a quien escondes.
Esta vez la voz estaba tan cerca que a Nix le pareció que el polvo se colaba en su pelaje, y empezó a acicalarse. Por eso se sobresaltó cuando la mano de Carl rodeó su cuerpo. Uno de sus ojos salió de la oscuridad, y reconoció una estancia tan noble que casi no parecía pobre. Y Nix miró a aquella de la que venía la voz. Era una mujer, y las grietas de la tierra de las que provenía su voz estaban en su cara. Parecía más vieja que el señor de la casa donde había nacido Nix, y más vieja que la casa misma.
- Conque un gato... Llevaba muchos años sin ver un gato... Antes uno entraba a mi patio, algunas veces, y yo le cuidaba como si fuera mío... Después yo dejé de salir y él dejó de venir- fijó sus ojo casi ciegos en Nix-. ¡Menudo estropicio de ojo!- Nix sintió una mezcla de culpa y vergüenza-. Pero el otro... El otro es muy bonito...

Era aquella mujer un poquito bruja. La llamaban Maerga, aunque como no quedaba nadie que conociera a sus padres menos ella nadie podía decir si ese era su nombre. Tanta gente había pasado por su lado, tantos animales, tantas guerras sin ojos, paces sin piel y pájaros sin garganta, que había aprendido mucho más de lo que su memoria podía tener. En su tejer, que no parecía tener final, intercalaba lanas de colores sin nombre, y de vez en cuando, agarraba un rayo de sol y lo metía en el tejido. Nix tardó muy poco en darse cuenta, y cuando se lo fue a susurrar a Carl, la vieja le calló.
- Hay muchas cosas que no ves sin tu ojo muerto, gato. Pero hay muchas otras que solo tu ojo de estrella ve.
Maerga no le dejó cazar esa noche. Para ella hasta el último mosquito de su casa era sagrado, porque ella enseñaba a todos, ratones, golondrinas e insectos, y ellos le enseñaban a ella. En cambio, Nix comió un guiso que ella había hecho. Sabía delicioso, pero un gato no podía digerirlo del todo, y Nix no durmió bien esa noche.

Salieron del pueblo por la mañana, tan pronto que el cielo aún no era azul, sino gris. No había nadie en las calles, y en ellas se paseaba el silencio como una dama por los pasillos astillados de su palacio.
Al salir del pueblo el campo dejó de ser seco. Plantas retorcidas y espinosas, pero verdes, se alzaban tan altas como Nix, o más; a veces llegaban hasta la orilla de Carl. El sol era mucho más gentil. Parecía que esa mañana estuviera perezoso. La piel de papel de Nix, bajo su pelaje, lo agradeció.
- Carl, Carl, háblame del mar- pidió.
- El mar... ¿Por qué, Nix? Nunca lo he visto. Conozco mejor los bosques y las montañas, y las grietas que se hunden en el vientre de la tierra. Y nadie conoce del todo el mar...
- Si nadie lo conoce, no importa que lo hayas visto o no- maulló Nix alegremente.
- Tienes razón, Nix. El mar... El mar nunca se acaba, porque nadie del mundo, ni todos en el mundo, lo puede ver entero. En él viven criaturas extrañas, que nunca han tocado la tierra, y por eso no tienen hogar. Ni familia, ni recuerdos...
- Quiero ver el mar, Carl.
- Yo también, Nix. Quiero verlo, aunque sea una vez...
- Cuéntame más historias, Carl.
Y Carl le habló de reyes que ya habían sido olvidados, reinos que aún no habían nacido y de una guerra, una guerra que había sacudido las vigas del cielo y los ojos de los muertos.
- Luchaban porque unos querían vivir y otros no querían morir. Los humanos de entonces habían conseguido todo lo que querían, los dones que no tenían los habían inventado, todo menos la vida. No fue una guerra noble, fue una pelea de codicia y cobardía, ambición y miedo. Los humanos entraron en guerra con otros seres que tenían el don de la vida, y se la quitaron, los mataron por cientos, pero no consiguieron quedársela ellos.
- Claro...- Nix bajó la cabeza, su ojo le picaba- Todo muere...
- Y ellos también morían, pero morían tras haber vivido más, mucho más... Aún existen, pero los humanos les guardamos un rencor egoísta, egoísta como el rencoroso...
- ¿Cuáles son esos seres, Carl?
- Nix...- pero no empezó a hablar, suspiró y calló.

El silencio fue horrible. No porque no dijeran nada, sino porque había algo, algo que ninguno de los dos quería decir porque ninguno de los dos sabía del todo.

3. Casi un hogar​

Nix no conocía lo que era la familia. Incluso aunque sus padres le hubieran podido dar el amor que merecía, un gato es salvaje. Eso quiere decir que cuando un gato quiere comer, come. Y cuando quiere un compañero, trata de conseguirlo. Y cuando lo consigue, va con él. Pero un humano necesita introducir a la familia en todo el proceso. Cuando quiere comer, tiene que comer con la familia. Y cuando consigue un compañero, la familia tiene que aprobarlo. En cambio, la familia siempre irá con el humano. En lo bueno y lo malo. Los gatos son navegantes de barcos, los humanos, miembros de tripulación.
Carl tenía una familia. Su madre había muerto en el parto, y por eso siempre estaba con él, porque la vida que ella tenía había pasado a su hijo. Su padre tenía una casa con un huerto y dos pequeños compañeros que vivían con él.
- ¿Quieres conocer a mi padre?- preguntó Carl cuando llegaron a una bifurcación.
Un lado del camino seguía pulido por pasos y transporte, el otro había sido repoblado excepto por un pequeño sendero.
Nix sintió un pequeño miedo. El único padre al que conocía era el suyo propio, por lo que cualquier otro padre le producía desconfianza. Se habría sentido desgarrado si hubiera pensado que él mismo podía ser padre. Pero era pequeño y aún no se le había pasado por la cabeza. Y después de ese día, creo, no podría tener ese problema.

La casa del padre de Carl, Damien, era bastante grande. Tenía dos pisos, por lo que a Nix le parecía que llegaba al cielo. A su lado, estaba arado y sembrado de verduras un pequeño trozo de tierra. Las paredes eran de piedra. Al lado de la puerta había un gran objeto que Nix no supo reconocer.
- ¡Vaya!- exclamó Carl al verlo-. ¡Mi padre se ha comprado un automóvil!- y alzó la voz-. ¡Padre! ¡Soy Carl, ábreme!
Nix cerró el ojo, no quería que el padre se lo sacara y se quedara con su estrella, y él, ciego. Se oyó un crujido, el de la puerta abriéndose.
- ¡Carl! ¡Cuántos inviernos han pasado!
La voz de Damien estaba muy maltratada, pisoteada por años, veneno y balas. Pero en ella estaba la ternura de Carl. Era como un árbol quemado en el que una rama conservara las hojas. Nix abrió el ojo para mirarlo. Era un hombre lleno de tristeza, lleno de alegría, lleno de historias. Tenía que llevar gafas, porque si no, el mundo entero se habría quedado mirando sus ojos, y comprendiendo lo que había detrás. Eso era imposible. Su sonrisa era como un rescoldo, un rescoldo entre la ceniza. Y, como las hogueras, no había quien no fuera bienvenido para Damien. Árboles, pájaros, incluso un can hacía años. Él daba a cada uno un poco de sus ojos, un poco de su sonrisa, un poco de sus historias. Pero no menguaban. Rompiendo las leyes dictadas hacía demasiado, cada vez que Damien regalaba trocitos de su sonrisa, sus ojos o su historia, estos crecían. Nix comprendió lo maravilloso que era Carl. Él había recibido amor y vida de ese hombre.
- ¿Y el pequeño, Carl?
- Se llama Nix- le levantó-. Un día apareció en mi casa y tuve que salir a viajar con él.
- Viajes... Quien tuviera vuestra edad. ¿Queréis pasar?
- ¡Claro!- dijo Carl.
- Espero que Nix les caiga bien a los pequeños.
¿Qué pequeños?, se preguntaba Nix al entrar a la casa. Su pregunta casi se respondió a sí misma. Invadió su nariz un olor familiar, un olor de nostalgia, el primer olor que había aspirado. Después oyó los maullidos.
Dos gatos se acercaron corriendo a Nix. Eran esbeltos, iridiscentes, casi líquidos. Ambos eran más grandes que Nix, uno por muy poco, el otro bastante más. Empezaron a olfatearle y mirarle por todos lados.
- ¿Qué le ha pasado en los ojos?- preguntó el menor.
- No sé, pero es bonito- ronroneó el otro.
- ¿Por qué has venido?
- Vengo con Carl.
- ¿Te quedarás aquí?
- No lo sé...
Se miraron a los ojos, ámbar y azul.
- ¡Ven con nosotros!
Corretearon a través de las estancias, los pasillos y las escaleras hasta llegar a una habitación donde faltaba una parte del techo. La pared debajo de ese hueco estaba cubierta por varias capas de tejido. Los dos gatos treparon por ahí, Nix les siguió. El espacio entre el techo y el tejado estaba iluminado tenuemente por una bombilla desgastada, y su suelo estaba cubierto por alfombras y cojines.
- Yo soy Sey- dijo el mayor.
- Yo, Tem- añadió el menor.
Estuvieron hablando largo rato. Nix era feliz. Era la primera vez que hablaba de verdad con gatos. Así se les fue gran parte de la tarde.
En cierto punto, Sey lamió el pelaje de Nix. Era un gesto amistoso, pero Nix se tensó y se asustó en un principio. Solo después empezó a ronronear y devolver el gesto.

Nadie sabía de dónde eran Sey y Tem. Habían llegado una mañana, andrajosos, con el pelaje enredado y quemado. Sey llevaba a Tem en la boca. Tem no era ya un gatito, tendría la edad de Nix en ese momento, pero no había podido crecer aún. Los días después, ya en casa de Damien, creció a pasos agigantados. Pero Sey... Sey había visto campos quemados, heridas sangrando y pájaros estrangulados. Sey había visto el dolor, y lo llevaba en los ojos. Con Damien ya no sintió dolor, y volvió a ser feliz, pero aún mantenía la memoria de él. Vieron algo en algún ojo de Nix. Nix les vio a ellos. Empezó a quererlos. No sabía lo que era eso, nunca había podido sentirlo del todo, pero sabía que con ellos se sentía a salvo, y con una calidez que llegaba hasta su ojo muerto. Se pasaron los días subiendo a los árboles del jardín, curioseando el automóvil de Damien (¿cómo podría moverse algo tan duro y pesado?), hablando y jugando con el padre y el hijo, y durmiendo entre ellos. La flaqueza de Nix se volvió delgadez, su melancólico gesto una sonrisa, y muchos de los maullidos, risas de gato. Mucho del espíritu de la casa entró en él. Pero algo de él llenó el espíritu de la casa. Como había pasado con Carl, la casa no sació su busca, y con la espera su necesidad de viajar creció. Creció tanto que dejó de caber en su pequeño cuerpo, y saltó a los de Damien, Sey y Tem. Damien recordó sus días lejanos, junto al mar, lo que encendió los ojos de su hijo y uno de los de Nix. Los dos gatos suspiraban, viendo sin ver los campos de los que venían, antes de que ardieran. Y cada vez que tomaba el automóvil para comprar en el pueblo, Damien se demoraba más. Pero en él era más débil el ansia de viajar. Existía, sí, pero como era casi viejo y llevaba gran parte de su vida en su casa, estaba atado a ella de una manera que ninguno de los otros comprendía. Tenía un hogar.
Pero fue él quien desencadenó la partida. Un día, mientras estaban cenando, dijo algo.
- Carl, pequeños, ¿no queréis ver el mar?
La última palabra resonó como una cuerda de fuego en los oídos de los cuatro. El mar... Aquella llanura sin fin, la fuerza que nadie comprendía...
- Claro que sí, padre.
Los tres gatos se miraron ilusionados a los ojos. No sabían que esos preparativos que hacían los dos humanos eran para mucho más que una simple excursión...

4. Dos pedazos de plomo en el mar.​

Ese día se oyeron dos truenos. Aunque no cayera ningún relámpago. Ese día, un ojo de Nix creció. Ese día... Pero por la mañana ninguno sabía nada. Nix correteó por la casa desde despertar al amanecer, a pesar del cansancio con el que había dormido. "Mar, mar, ¡mar!", maullaba, hasta casi desproveer del sentido a la palabra. Damien sonrío al ver su entusiasmo. No podía sospechar lo que pasaría. Tem se le unió en su alegría, y el padre y el hijo hicieron comida para llevar y prepararon el automóvil.
No comprendo cómo, pero Sey sí sabía qué pasaría. O quizá ya no le quedaba inocencia para entusiasmarse con eso. Miró a los cuatro, con una pequeña sonrisa y recordando cada día y cada noche con ellos. Volvió a unirse a ellos en el desayuno. Comieron bien para tener fuerzas para el día. Nix y Tem compartían.
Finalmente, Damien abrió la puerta y salieron. Los gatitos menores corrieron hacia el automóvil con todas sus fuerzas, y se sentaron a esperar al pie de una rueda. Después llegó Carl, y Damien. Por último Sey saltó, introduciéndose al automóvil, donde se acurrucó como una hoja seca. Nix y Tem se pegaron a él.
- ¡Allá vamos!- sonrío Damien.
Se oyó un chasquido, y después un ronroneo. El suelo traqueteó. Nix sintió miedo y un cosquilleo agradable en el estómago. El automóvil empezó a moverse, rápido, tan rápido como un gato a la carrera, o más.
Nix y Tem miraban por las ventanillas, a los árboles que pasaban y parecían precipitarse hacia el automóvil, aunque fuera este el que se precipitara hacia ellos. Sey se les unió, porque no tenía nada que hacer y porque para él estar con los dos pequeños gatos era ser feliz. El dolor, que le había hecho fuerte, también le había quitado la capacidad de disfrutar con cosas tan pequeñas como el trayecto de un automóvil. Él necesitaba cosas más grandes, como la felicidad de otros.
Carl también estaba emocionado, ya que era su primera vez en automóvil, pero pronto desentrañó sus misterios y su emoción se redujo a un pequeño asombro. A su lado, Damien conducía con maestría, sin inmutar su gesto ni permitir que sus pasajeros sufrieran cualquier sobresalto.

Al mediodía llegaron a un gran pueblo. No era ni mucho menos la mayor ciudad de ese país, pero para Nix eso fue la metrópoli del mundo. Al ver sus casas con filas y filas de ventanas elevarse hacia el cielo, tan altas o más que árboles, las luces, las señales, las letras, el interminable bullicio de personas, Nix sintió a la vez fascinación y miedo. Damien tenía que maniobrar con lentitud por ahí, por lo que Nix pudo disfrutar, o sufrir más del casi macabro termitero. Un rato después llegaron a una zona más tranquila, frente a un edificio revestido de una calmada y quizá ya vieja elegancia, que Damien identificó como la estación de tren. Aparcó, comieron algo ligero y Carl recibió de su padre papeles e indicaciones para el tren. Los gatos no las entendieron, ni lo necesitaban, ya que nunca podrían tomar un tren ellos solos. Tras una breve despedida salieron del automóvil.
Seguramente ese día habría sido perfecto, si no se hubieran encontrado al viajero.
El viajero era un hombre enjuto, pequeño, cualquiera. Al ver a los gatos se sobresaltó, y sacó algo de su chaqueta.
- ¡Oiga!- exclamó Carl-. ¡No lo haga! ¡Ellos no...!
Se oyó un sonido terrible, fortísimo, que hizo temblar el ojo de estrella de Nix, quizá hasta a las propias estrellas en sus lechos. Después lo único que quedó fue un chirrido bajito, como de metal contra cristal. El mundo se había detenido, y Nix con él. Pero Carl, Carl no. Él había viajado por tantos mundos que no pertenecía del todo a este, y pudo moverse, meter en su chaqueta a los tres gatos y corrió hacia el viajero. Se oyó un segundo trueno, Carl se tambaleó y entró en la estación a duras penas. Los tres gatos salieron rodando por el suelo.
Nix no sabía lo que era un arma, y lo aprendió de la peor forma al ver el agujero en el pecho de Tem y el estómago de Carl. Su ojo oscuro pareció hincharse.

Tem murió así. No tuvo unas últimas palabras, ni siquiera tiempo de cerrar los ojos. Se quedaron abiertos, con toda su vida reflejada en ellos, y quebrada. Su inocencia se mezcló con su pasado, su sangre con su pelaje, Sey con Nix, de tal manera que todos los que miraban a sus ojos tenían que llorar, tenían que hacerlo, porque aunque hubieran muerto contenían una vida. Y Sey lloró, con sus dos ojos; y Nix, con uno de ellos. La sangre de Carl fue aún más triste que sus lágrimas.
Allí podría haber acabado su viaje, podrían haber abandonado el cadáver, Sey y Nix se separarían, Carl moriría. Pero no fue así. Fue Nix, con su ojo oscuro, quien perseveró. Le recordó a Sey que Tem había querido ver el mar, y a Carl, que se habían prometido verlo antes de morir. Tenía la determinación de la muerte, que nunca deja de insistir, por más que sea burlada, hasta vencer. Y Nix venció. Sin dejar de llorar, Sey cogió a Tem con la boca, Carl se levantó a duras penas, y salieron al andén. El tren no tardó en llegar. Hasta Sey se habría quedado asombrado con esa mezcla de gusano, casa, madera, metal, vapor y velocidad, si la muerte no les rondara. Una puerta se abrió, y ellos entraron. Carl se acurrucó en un banco y ocultó su herida, Nix y Sey se quedaron en el suelo, acicalando a su compañero por última vez.

El tren surcaba campos, montañas, bosques. Y los cruzaba por última vez. Ese tren no llegaba a ningún sitio, ninguno útil, solo uno bello que pocos apreciaban. Por eso casi siempre iba vacío. Muchos decían que no tenía ni maquinista. Había sido el capricho de un viejo rey loco que había vuelto herido para siempre de la guerra. Un médico suyo, que tenía alas en el alma pero habían sido encadenadas primero por la conveniencia, después por la medicina y por último por la política, le mandó ir al mar, y el rey, siempre fantasioso, quiso que cualquiera pudiera ir y mandó construir el tren. Lo inauguraron ellos dos y desde entonces pasaron largas temporadas en el mar. La locura del rey se desbordó, las alas del médico se liberaron. El rey se hizo poeta, y el médico, pintor. Entre ellos nació una amistad tan extraña como preciosa.
Ninguno de los cuatro conocía esta historia. El rey llevaba años muerto, el médico acababa de fallecer. Y los políticos con corazones de acero decidieron quitar el tren. Habían tenido suerte: unos minutos más y no habrían llegado al mar.

Nix no conoció esta historia. Pero en el trayecto escuchó otra, no tan bella pero más triste.
- Tengo que decirte algo, Nix...- empezó Carl, ya al borde de sus fuerzas-. La guerra... La guerra no fue en tiempos antiguos... Y los seres que tenían el don de la vida... Sois los gatos.
Nix sintió que la terrible verdad le apretaba el corazón y miró a Sey. Tenía la cabeza baja.
- Un pájaro me habló de un santuario, que cuidaba un humano que estaba lleno de amor... Tanto que en él no había espacio para el odio. Cogí a lo más preciado que había en mi mundo y partí... Para nuestra sorpresa, conseguimos llegar.
Carl se escondió en el asiento. Ya no guardaba nada dentro de él, la dolorosa fuerza de ese secreto le había abandonado, y la muerte se apiadó de él y le fue abrazando, tierna y lentamente. Sey y Nix se acurrucaron juntos, muy juntos, para sentir cerca la vida estando rodeados de muerte, limpiándose las lágrimas el uno al otro.

Finalmente el tren llegó a su destino. Como tiempo antes, Sey cogió a Tem con la boca y salió. Nix arrastró a Carl. Esa fuerza era imposible para un gato, es cierto, pero no para la muerte, un trocito de la cual poblaba el ojo de Nix. Como no podía llorar, ese ojo tuvo que despedir a Carl y Tem de otra forma.
Tras un recodo del camino vieron una playa pedregosa. Y más allá, solo el mar. Los dos se quedaron sin palabras, el mar inundó sus ojos, sus oídos y sus narices, y entró más allá, limpiando sus almas y corazones y dejando en ellos su eterna calma. Todavía tenían tristeza y dolor, pero gracias al mar vieron que solo era una parte de ellos. Siguieron arrastrando los cuerpos inertes y, en la mismísima orilla, les dejaron. Las olas y la resaca se llevaron a Carl y a Tem, y a los dos trozos de plomo que les habían asesinado. Esa fue la hermosa y triste muerte del humano y el gato. Pero el viaje de los otros dos distaba de acabar.

5. La ciudad sin nombre​

Allí habrían estado Sey y Nix para siempre, mirando las olas del mar que aún tenían algo de sus amigos, si no hubieran oído un maullido quedo tras ellos. Sorprendidos se dieron la vuelta. Tras ellos estaba un gato, atigrado, viejo y desaliñado. Su cuerpo no era muy fuerte, pero a través de su piel rezumaba algo crudo, salvaje, que sería capaz de atravesar el mundo si se lo propusiera. Eso salía por sus ojos, que tenían el color de una selva.
- Seguidme. La Señora de la Ciudad Caída os reclama.
Tanto el gato como el nombre les inspiraban cierto temor, pero en esa voz había algo, que no se podía llamar autoridad porque era mucho más que eso. Era la razón por la que el viento se movía, por la que caía la lluvia, por la que los árboles, en otoño, morían de pie. Sey y Nix no pudieron evitar seguirle, por el camino, bajo el tren muerto, cruzando la vía y entrando en el bosque.

Aquella vista era desoladora, amarga, aterradora. Las casas eran gigantes, y las enredaderas se nutrían de ellas hasta derrumbarlas. Con razón era esa la Ciudad Caída. La habían construido humanos vivos, pero allí había mucha más muerte que vida y gatos que humanos. La muerte allí no era cruel ni fría, era una amiga que cuidaba todo gentilmente por última vez, y después lo arropaba con olvido. Los gatos eran cientos, y no estaban asustados, sino que miraron a los recién llegados con una curiosidad apagada. Era frecuente que llegaran ahí, y más tras la guerra. Aquella era una ciudad tan antigua que mucho de lo que había allí había perdido su nombre. Por eso estaba maldita. Cuando los sabios arquitectos de un antiguo pueblo la construyeron en lo que fue territorio salvaje, en un tiempo en que tantas cosas no tenían nombre que había que señalarlas con el dedo; y allí vivió tanta gente durante tantos siglos que todo volvió a carecer de nombre. Y la carencia de nombres como la peste se contagió a la gente, y nadie pudo hablar de ellos ni pensar en ellos por completo. Eso trajo algo, otra cosa, que les desquició y les hizo abandonar la ciudad diciendo que estaba maldita. Pronto la olvidaron todos.
Pero tras la guerra llegó un ser que, como los antiguos habitantes, carecía de nombre, y estaba desquiciado. Pero eso le daba fuerzas como el caos a una tormenta. Era la Señora de la Ciudad Caída. Y los gatos que sobrevivieron fueron allí, atraídos por algo que ya no era humano del todo. Ella les acogió y ayudó como pudo: a pesar de todo no era dios.

Nix, Sey y el viejo gato entraron a uno de los edificios. Allí, entre paredes que trepaban por las enredaderas y brotes de musgo quebrados por las baldosas, se alzaban una mesa ​y una silla, que la sostenían. Su ropa recordaba a tiempos pasados, cuando el cielo aún era negro de noche y el mundo no estaba enfermo. Su pelo tenía el color del fuego frío y casi muerto. Y sus ojos eran claros, pero no como los de Nix, sino con una luz dolorosa, como la paz desollada tras la guerra. Estaba más allá de nombres, y años después cambiaría e incluso se haría hombre, pero cuando Nix la conoció, se hacía llamar Theri.
- El fondo de estas copas es una bala en la recámara...- se lamentó, mirando dos copas vacías que había sobre la mesa​-. Qué cruel es la absenta. He bebido dos copas, y dos han muerto.
- ¿Quién eres?- murmuró Nix, que empezaba ya a sospechar su grandeza harapienta y desgarrada.
- Echaré de menos a Carl. Era la inocencia y los sueños que tuve que quemar...
- ¿Quién eres?- insistió Sey-. ¿Cómo sabes de Carl?
- Nadie puede saber lo que es por completo. Quizá pudiera deciros lo que fui. Llamadme Theri. ¿Sabéis por qué os he llamado?
- No fuiste tú- volvió a protestar Sey.
Theri le sobrecogía. Sabía que no estaba contra ellos, pero aún así la percibía como una amenaza. Nix sintió algo más. Vio una torturada ternura que ella defendía, y quizá nutría, con el dolor. No la mostraba con los humanos: se sentía terriblemente distinta a ellos. Por eso vivía con gatos. Pero también a ellos les había llevado su retorcida influencia.
- Sí fue ella, Sey...- temblaba-. Ella no solo está ahí, en su cuerpo... Sabe mucho más que sus ojos y oídos.
- Magnífica visión, pequeño Nix- aseguró ella-. Os he llamado porque he encontrado a quien hizo la guerra. Tenéis que venir conmigo. Sois el que ha visto la muerte y el que la lleva. Nadie mejor para dársela a ese ladrón de pupilas.
Sey sacudió la cabeza.
- No, no. Ya ha habido demasiado dolor. Causar más no puede ser nada bueno. Me quedaré aquí, donde las heridas parecen dormirse.
- Es tu decisión. Aunque tu nombre no sea el tuyo, no me opondré.
- Yo sí iré.
Nix tampoco compartía sus deseos de venganza, pero su instinto de viajero se comía cualquier ilusión de hogar. Hicieron noche allí, Sey se despidió de Nix con esquirlas de niebla en sus entrañas. El gatito partió con Theri, a la mañana siguiente, entre la bruma. Sabían demasiado el uno del otro, y por eso les costó hablar. Pero pronto sintieron la presión de la nada oculta en los pliegues del silencio. Nix rogó a Theri que le contara historias. No eran historias de esperanza como las de Carl. Eran historias de lo roto, de lo amputado, lo que se pudre y los nervios de dolor que irremediablemente perforan la víscera latente de la vida.

6. Miedo, muerte, vida y palabras​

No era lo peor la bruma. Tampoco el frío húmedo que pegaba todo el pelaje de Nix. Ni siquiera la presencia terrible de Theri y sus cuentos que le hacían temblar. Lo peor era la arena, la arena que se colaba entre las almohadillas de sus zarpas, subía por su pelaje húmedo y mordía doscientas veces su piel. Ni siquiera se la podía quitar metiéndose en el mar: la sal de su agua reclamaría toda la de Nix, que acabaría siendo un pellejo olvidado antes de ser enterrado por más arena.
No, a quién quería engañar. Lo peor de todo era el vacío en ese lugar de su corazón que habían ocupado Damien y sus queridos Tem y Sey. Y Carl, sobre todo Carl... Menos por la desolación que le devoraba arrastrándole al viaje, y quizá el sueño de volar como una golondrina, eso había sido todo su corazón. Y allí no había golondrinas. Ese viaje era penoso. Y Theri no se parecía en nada a Carl.

Durante la jornada Nix empezó a sentir cosas. Se veía en la guerra, caminando entre los ojos abiertos de todos los gatos, muertos. Él no tenía ojos, uno estaba arrancado, el otro, calcinado. Pero los gatos no morían por los humanos. Era algo más fuerte, toda esa costa silenciosa, lo que les empujaba hacia las tibias, y hasta las cuencas que no habían visto ojos lloraban inútilmente por las almas que debían devorar.
- Suficiente por hoy- anunció Theri.
A Nix su voz le pareció un susurro que supuraba de la costa, del océano de bilis y la pasta de vísceras y huesos astillados que le invadía. Theri suspiró y le puso la mano en la frente.
- Vuelve.
De pronto la bilis volvió a ser agua oscura, y los cadáveres triturados, aquella insidiosa arena. Nix sacudió la cabeza, extrañado. A una orden de ella se pusieron a recoger leña.
Hicieron un montón que Theri prendió sin tocarlo. Sacó de su zurrón comida que compartió con Nix. Era seca y correosa, pero sació su hambre.
- ¿Sigues aquí?
- ¿Por qué dices eso?- dijo Nix extrañado.
- Antes te fuiste... Te tuve que traer de vuelta.
- Es cierto... ¿Qué fue eso?
Por un minuto solo se oyó el crepitar de la hoguera. Ambos sostenían sus miradas.
- A este sitio le llaman el Mar del Miedo... Creen que es tenebroso, pero no es así. Bajo esta arena yacen los huesos de un ser de tiempos más antiguos que la Ciudad Caída. Por eso, a quienes hayan visto la muerte, este sitio les muestra el miedo... En esos bosques y estas aguas yacen muchos cadáveres... De suicidas.
Nix quedó pensativo, tanto que creyó que el miedo volvería a él. Pero solo llegó una pregunta.
- Theri... ¿Qué te muestra a ti? ¿Cuál es tu miedo?
Había acertado. Theri inclinó un poco la cabeza, cambió de posición y pasó su pulgar por su muñeca izquierda.
- Vengo aquí cada día... Miro mi miedo, que me dice quién soy...
- ¿Y quién eres? ¿Hoy sí lo sabes?
- No... Nunca venzo a mi miedo. Mi miedo... Estoy en la casa de mi familia. Es una ocasión especial, está puesto el mantel bordado y la cubertería de plata. Mi familia va vestida de gala. Es feliz, habla de cosas y bromea. A menudo sobre mí. Cada vez que hablo yo ellos siguen hablando como si nada, pero me miran sin parpadear más de un minuto. Y empiezan a servir la comida. El primer plato es conejo asado. Pero tiene aún pelo, piel y huesos. No lo puedo comer. Pero cada vez que me atraganto, uno de ellos se levanta y me golpea. Intento beber agua para pasarlo, pero mi padre se levanta, agarra el vaso y lo rompe contra la mesa. Al final puedo con el conejo... El segundo plato es... Gato crudo. Ellos lo comen como si nada, a mí... A mí me dan arcadas y tengo que escupir algunos trozos. Cada vez me golpean más fuerte. Acabo llena de cardenales y heridas, aunque aguanto el segundo plato. Me disculpo y me levanto de la mesa, mi madre dice: "Oh, no te vayas, aún queda lo mejor." El plato principal... Soy yo. Es una bandeja gigante con mi cuerpo, cocinado al horno...

Theri estaba a punto del llanto. Nix creía que estaba vacío. Aquel relato había descuartizado su alma y la había esparcido. Su piel, llena de llagas y rozaduras de la arena, era la de Theri, llena de heridas y golpes.

- Theri... ¿Qué muerte viste?
Ella se alzó las mangas. Cicatrices verticales cubrían sus antebrazos. La suya, la muerte era la suya.
- Me salvé... Me salvé quitándoles su vida. Mi padre perdió mucha vida, pero sobrevivió. Mi madre y mis hermanos no.
No dijeron nada más ese día, ni siquiera al irse a dormir. Pero ya estaban unidos. No por amistad, no por amor, no por odio. Estaban unidos porque compartían un secreto, una culpa, un miedo.

Cuando Nix despertó Theri ya estaba despierta, sentada. Miraba al mar tan quiera que Nix no se atrevió a decir nada. Estuvieron así más de un minuto. El gatito empezó a temer que ella estuviera en el miedo.
- ¿Theri...?
Su cabeza se movió lentamente.
- Estoy aquí, Nix, estoy aquí.
Él soltó aire junto a temor.
- Creo que después de lo de anoche piensas que no soy mejor que nuestro enemigo. Lo entiendo. Vete si quieres, vuelve a la ciudad. Yo iré a por él.
- No- respondió Nix al instante.
Después de todo ya había entendido a su padre, que quería la casa para él solo. Quería su tranquilidad. Por eso Theri quebrantó todo lo sagrado, pero nunca llegó a encontrar la tranquilidad. Por un momento Nix pensó que quizá, después de todo, su viaje fuera lo mismo.
Algo había cambiado en Nix tras el relato de Theri. O quizá en ella. Pero ese día, en vez de escuchar cuentos, Nix pudo conversar con ella. Fueron frases torpes, entretejidas con silencio​, pero tras ellas acechaban profundos sentidos, lo que correspondía a dos seres como ellos. Y gracias a eso a Nix le dejó de molestar tanto la arena.

Hacia el mediodía Theri se detuvo bruscamente y escudriñó la bruma.
- Ahí está...
Nix también lo sentía. Ese sentimiento arrancaría las plumas de los pájaros y haría hervir arroyos si tan solo lo sintieran. No era el miedo. Era olor a sangre de verdad, crujir de huesos de verdad, repiqueteo metálico.
- ¿Qué hacemos?- preguntó a pesar de conocer la respuesta.
- Lo único que podemos hacer.
Dieron unos cuantos pasos cautelosos hasta que el general apareció ante ellos. Estaba sentado en una silla y vestía un uniforme de un color verde que no era el del bosque. Chasqueaba la lengua. Sus ojos ni siquiera le pertenecían y parecían comadrejas. Su uniforme del verde que no era del bosque vestía sangre de gato. Chasqueaba la lengua. Calaveras de gato en su chaqueta parecían clavar ojos inmóviles en los viajeros. Esos ojos no se movían, no como los suyos. Chasqueaba la lengua. Su piel de cadáver no estaba profanada por ninguna cicatriz. Chasqueaba la...
- Al fin. No se puede hacer esperar tanto tiempo a un hombre importante. Después de mataros mandaré a mis fuerzas al refugio de gatos.
- Eso nunca- dijo Theri-. Nunca me matarás.
Chasquido de lengua. Un brillo metálico surgió de entre el repiqueteo de huesos. Esta vez Nix sí reconoció el arma. Una bola de fuego recorrió su costillar, cola y tibias.
- Tus dones malditos no te servirán de nada, malparida sietemesina.
Ninguno de los dos logró hacer algo mientras el general chasqueaba la lengua y disparaba. Theri cayó al suelo tras trastabillar un poco. Había un agujero en el centro de su pecho. El fuego frío de su cabellera se fue extinguiendo y dejó un marrón sucio. Nix miró al general. Le habían arrebatado otra amiga, no podía haber pasado de nuevo, maldita guerra, malditos cobardes escondidos tras armas, un chasquido de lengua, Nix odiaba ese chasquido de lengua, ese no podía ser el fin de su viaje, ese asesino tenía que probar lo que hacía. Merecía la muerte.
Muerte.
Muerte.
El general le apuntó. Nix sintió su ojo oscuro moverse. Cargó el arma. Nix empezó a ver con el ojo que antes estaba muerto. Llevó el dedo al gatillo. Frente a ambos ojos de Nix había un ser negro y latiente, un trocito de la muerte.
- Haz lo que sepas hacer- susurró el gato que ya no era tuerto.
La muerte voló al general, sin hacer caso de la bala que le dio ni su uniforme. Se enterró en su piel, que no como la de un gato, carecía del don de la vida. A lo largo del blanco de aceite treparon enredaderas negras que no hicieron caso de los gritos ni los arañazos que intentaban arrancarlas ni su último chasquido de lengua. El general murió en la silla donde había vivido, y nadie le lloró, ni se lo llevó el mar.

Nix fue corriendo hacia Theri. Agonizaba. Junto con el metal en sus entrañas se veía el cristal en sus ojos.
- Hasta siempre... Pequeño gato...
- No, no, ¡no!
Esta vez Nix pensó en la vida, en esa lejana estrella que el señor de su casa cierta vez le regaló. Y noto cómo esta salía de su ojo. El mundo volvió a ser azul para Nix, y la estrella se metió en la herida de Theri, el plomo salió y sus entrañas se fueron cerrando. Por fin ella pudo levantarse. Abrió la boca para decir algo, pero Nix negó con la cabeza. Echaron a andar de nuevo, porque simplemente no les quedaba ya otra cosa que hacer. Pero ya no eran la Señora de la Ciudad Caída y el gatito con un ojo muerto y el otro de estrella, sino una humana y un gato cualquiera, dos malditos que habían sido arrancados de sus amadas y detestadas maldiciones.

Caminaban a duras penas, consumiendo su espíritu en cada paso. Iban mucho más lento, y sentían el miedo acechar en sus párpados y tras sus orejas. La arena volvió a molestar a Nix, a traspasar su piel, y el gato empezó a ver delirios geométricos en sus ojos. Poco les faltó para caer, y fue la tozudez, y no la esperanza, lo que a media tarde les hizo ver unos discos negros afilados como el odio.
- Este es el fin del mundo, Nix- proclamó Theri-. Sobre estos escalones se encuentra nuestro enemigo.
Y subieron por la escalinata arrancada de la piedra. La cima era plana, y más allá solo se veía el mar, que debía de seguir hasta el infinito. Pero fue lo que había en medio del plano lo que hizo que Nix abriera sus ojos atónito, y su corazón casi renunciara a seguir latiendo.
Era una casa olvidada y destartalada, con cuatro paredes de polvo devoradas por el tiempo.
- ¿Qué te pasa, Nix?- preguntó Theri.
- Yo... Nací aquí... Era muy lejos, pero nací aquí...
- Así que vas a matar al señor de la casa en que naciste- rió un poco-. El destino tiene una ironía cruel.
No dijeron nada más. Empujaron la puerta que estaba abierta y entraron. Sentado a la mesa estaba el señor de la casa, un viejo humano de largo pelo. Nix creyó que en todo ese tiempo no había apartado la mirada de la ventana. Habló con su voz, el viento ondulando entre las olas.
- Mis hijos... El terrible momento ha llegado...
Tigres huérfanos invadían los ojos de Theri.
- No me llames así, asesino.
- Asesina tú también... Un asesino engendró a una asesina, como es natural. Tú eres hija de mis entrañas, y tú, pequeño Nix, de mis palabras.
- ¿Por qué hizo la guerra?- el gato bufaba y tenía el pelaje erizado.
- Pensé que podía darles a mi mujer y a mis hijos la vida que ella les quitó, pero necesitaba sacarla de algún sitio... No fue así. Aprendí que los muertos han muerto, y así como se puede dar muerte a un vivo, no se puede dar vida a un muerto, pues nacemos de otras cosas.
De repente Nix comprendió todo, y abrió mucho sus ojos.
- Ay, Nix... Te di tu vida y tus ojos para que pudieras dejar el mundo como antes de que lo tocara yo, con la vida que había quitado y la muerte que había visto... Fuiste mi manera de intentar corregir mis errores, pero ahora ellos parecen tener voluntad propia, y se han descargado sobre tus amigos y tú... Quizá debería haber hecho como mi hijo, en vez de esconderme aquí como un cobarde.
- ¿Theri...?
Ella asintió con la cabeza.
- Tomé la Ciudad Caída para arreglar mis errores...
El señor de la casa la miró.
- Eres como yo... pero más sabia...
Estuvieron en silencio. Lo que habían pensado que sería el fin de todo no estaba siendo un choque de fuerzas opuestas, sino un encuentro entre tres almas rotas.
- Y... ¿qué haremos?- se atrevió a preguntar Nix.
- A mí ya me queda poca vida, moriré muy pronto... Solamente os puedo devolver lo que nuestros errores nos han arrebatado, y vosotros tendréis que arreglarlos. Venid aquí, hijos míos.
Ellos se miraron. Dieron un paso al frente. El viejo acarició el pelo de Theri, que volvió a su frío color de fuego. Después pasó la mano por la cara de Nix. El gato cerró los ojos, y al abrirlos veía solo con uno, en el que notaba la vida, y en el otro la muerte.

Theri se dio la vuelta y fue hacia la puerta. Nix la siguió. Ella salió sin decir nada, pero Nix giró la cabeza hacia el anciano que miraba por la ventana.
- ¡Hasta siempre!
El señor de la casa le miró, sonrió, y él salió.

Epílogo​

Nix volvió a la Ciudad Caída, donde pasó un tiempo con Theri, Sey y los demás gatos. Pero sus ojos tiraban de él, y reanudó sus viajes, que le llevaron a muchos lugares tocados por la guerra. Tras su visita se empezaron a recuperar. No quiso decirme mucho más, solo que sus viajes fueron menos accidentados que ese, el primero. Yo le seguí durante meses y meses, ansioso por conocer la verdad detrás de las palabras susurradas primero entre gatos y después con humanos.
Cierto día me encontré recorriendo una vía oxidada, entre cuyas traviesas tenían su hogar plantitas, y de vez en cuando, una amapola. Era la vía del rey loco, aquella que en otro tiempo había llevado trenes al mar.
A esa hora en que el cielo se llenaba de sangre de gatos muertos llegué frente al mar. En un árbol, sentado en una rama, un gato flaco vigilaba las olas. Tenía que ser él.
- Fue aquí, ¿no?- me atreví a preguntar-. Donde les enterrasteis.
- No- me corrigió él-. Les dejamos en el mar.
- Lo siento.
Él clavó su mirada desigual en la mía.
- No, no. Recuerda a los muertos, eso sí. Pero no sientas pena por ellos. La pena hacia un muerto es un pozo sin fondo. Pero hacia un vivo... De esa pena sí puedes sacar agua, y darle de beber, si sabes cómo.
- Nix- me atreví a decir su nombre-, ¿qué te trajo hasta aquí?
- Lo mismo que a ti, eso que se susurra en callejones y arrabales, palacios y trenes. Mi historia. Y te la daré, puesto que la buscas. Para mí no hay más que seguir viviéndola.
Y me fue contando su historia, y la fui anotando. Después nos despedimos escuetamente y él siguió su camino. Yo me interné en el bosque hasta llegar a la Ciudad Caída, donde fui acogido con cordialidad y desconfianza. Allí pagué mis respetos a los otros dos testigos de esa historia, Sey y Theri, que ahora era hombre y se llamaba Lill. Después volví a mi hogar y me dispuse a redactar la historia, cuyo manuscrito estoy acabando ahora.

Lill y Sey siguen en la Ciudad Caída, o eso creo. Y Nix sigue viajando, como siempre ha hecho, porque un viaje que empieza sin destino no puede acabar nunca.
 
Última edición:

Toni

Leyenda de WaH
Respuesta: [Historia] Viaje sin destino [25-01-17]

Paso a comentar.

Me alegra que hayas vuelto a escribir después de tu último relato. Este primer capítulo es breve, pero recuerda el dicho:"si bueno breve, dos veces bueno".
Veo que te gustan los gatos, ya que tienes otras historias de ellos en el foro. No son animales que me apasionan, pero eso ahora da igual.
Este relato me ha recordado un libro que leí hace ya tiempo llamado "El gato y la gaviota que lo enseñó a volar".

Sigue así Tyren, que tu boli nunca muera.
 

L!no

GBA Developer
Respuesta: [Historia] Viaje sin destino [25-01-17]

no se que decir,pero me quede intrigado en esta parte...

cual sera el nombre?????
plis,mencioname cuando haya mas capitulos.
 
Respuesta: [Historia] Viaje sin destino [25-01-17]

"Después se puso triste", creo que no es adecuado usar literalmente lo que sentía cuando en el relato mantienes un estilo sugerente y no literal.
Me explico:
Usare algo del inicio "Uno de sus ojos estaba muerto, en el otro tenía la luz de una estrella" y si fuese literal seria "era ciego de un ojo, el otro era blanco (al menos creo que ese es el color de las estrellas)"

Te voy a ser muy sincero, empezó muy flojo el relato (suponiendo que es relato), la narración esta muy bien, pero no termina de atraparme.
Creo que es la primera critica "mala" que te hago, pero de cualquier forma estaré pendiente del próximo capitulo, tal vez solo tenga que ser paciente.
 

Tyren Sealess

A fullmetal heart.
Respuesta: [Historia] Viaje sin destino [25-01-17]

2. Un viaje a dos​

Carl dio de beber a Nix, y quiso darle de comer, pero su carne salada no era adecuada para un pequeño gatito, ni para ningún gato. Pero Nix olió algo apetitoso, y rebuscó entre los rincones y las grietas más escondidas de la casita hasta sacar un pequeño ratón. Esta vez nadie le dio un zarpazo mientras lo devoraba, y esa noche durmió a los pies de Carl.

A la mañana siguiente el joven señor de la casa dejó su casita blanca como un hueso para viajar junto a Nix. Cuando caminaban sobre el camino negro hablaban, sobre todo Carl, que respondía a las preguntas de Nix. Este se maravillaba al oír que no todo el mundo eran llanos secos, y que había plantas tan altas como veinte hombres, y montones de rocas más altos que veinte de esas plantas, y sitios con tanta agua que no se podía abarcar con la mirada, ni siquiera con dos ojos. Carl sonreía ante la joven curiosidad de su compañero.
La noche anterior habían forjado aprecio. Pero esa mañana, bajo el tórrido sol y el abrasador camino, ambos vieron a un amigo, para Nix, el primero.

Nix ya empezaba a pensar que los llanos áridos seguirían para siempre, y que nunca llegaría a ver las maravillas que Carl le había descrito. Pero al atardecer el camino negro les llevó a un gran grupo de casitas. No todas eran blancas y grises desvaídas. Las había de otros colores, y algunas tenían dos filas de ventanas.
- Nix, ¿te puedo coger?
- Bueno...
Carl le cogió con sus manos de centeno y le alzó alto, muy alto. Las patitas de Nix empezaron a temblar. Solo su madre le había alzado así, de una manera mucho más delicada que Carl. Le dio la vuelta, Nix veía su nuca, y le metió en una bolsa de tela que colgaba por su espalda. Allí no había luz. El bamboleo del avance de Carl hizo que por las entrañas de Nix comenzaran a caminar pequeñas hormigas. Rato más tarde, se paró.
- ¿Puedo pasar aquí la noche, buena mujer?- oyó a Carl preguntar.
- Entra.
Esa voz no era de hombre, casi ni siquiera humana. Parecía que surgiera de grietas en la tierra, de polvo, polvo que había visto más que todos los ojos. Carl empezó a andar de nuevo, pero se detuvo a los pocos pasos.
- Si quieres dormir aquí, niño, muestra a quien escondes.
Esta vez la voz estaba tan cerca que a Nix le pareció que el polvo se colaba en su pelaje, y empezó a acicalarse. Por eso se sobresaltó cuando la mano de Carl rodeó su cuerpo. Uno de sus ojos salió de la oscuridad, y reconoció una estancia tan noble que casi no parecía pobre. Y Nix miró a aquella de la que venía la voz. Era una mujer, y las grietas de la tierra de las que provenía su voz estaban en su cara. Parecía más vieja que el señor de la casa donde había nacido Nix, y más vieja que la casa misma.
- Conque un gato... Llevaba muchos años sin ver un gato... Antes uno entraba a mi patio, algunas veces, y yo le cuidaba como si fuera mío... Después yo dejé de salir y él dejó de venir- fijó sus ojo casi ciegos en Nix-. ¡Menudo estropicio de ojo!- Nix sintió una mezcla de culpa y vergüenza-. Pero el otro... El otro es muy bonito...

Era aquella mujer un poquito bruja. La llamaban Maerga, aunque como no quedaba nadie que conociera a sus padres menos ella nadie podía decir si ese era su nombre. Tanta gente había pasado por su lado, tantos animales, tantas guerras sin ojos, paces sin piel y pájaros sin garganta, que había aprendido mucho más de lo que su memoria podía tener. En su tejer, que no parecía tener final, intercalaba lanas de colores sin nombre, y de vez en cuando, agarraba un rayo de sol y lo metía en el tejido. Nix tardó muy poco en darse cuenta, y cuando se lo fue a susurrar a Carl, la vieja le calló.
- Hay muchas cosas que no ves sin tu ojo muerto, gato. Pero hay muchas otras que solo tu ojo de estrella ve.
Maerga no le dejó cazar esa noche. Para ella hasta el último mosquito de su casa era sagrado, porque ella enseñaba a todos, ratones, golondrinas e insectos, y ellos le enseñaban a ella. En cambio, Nix comió un guiso que ella había hecho. Sabía delicioso, pero un gato no podía digerirlo del todo, y Nix no durmió bien esa noche.

Salieron del pueblo por la mañana, tan pronto que el cielo aún no era azul, sino gris. No había nadie en las calles, y en ellas se paseaba el silencio como una dama por los pasillos astillados de su palacio.
Al salir del pueblo el campo dejó de ser seco. Plantas retorcidas y espinosas, pero verdes, se alzaban tan altas como Nix, o más; a veces llegaban hasta la orilla de Carl. El sol era mucho más gentil. Parecía que esa mañana estuviera perezoso. La piel de papel de Nix, bajo su pelaje, lo agradeció.
- Carl, Carl, háblame del mar- pidió.
- El mar... ¿Por qué, Nix? Nunca lo he visto. Conozco mejor los bosques y las montañas, y las grietas que se hunden en el vientre de la tierra. Y nadie conoce del todo el mar...
- Si nadie lo conoce, no importa que lo hayas visto o no- maulló Nix alegremente.
- Tienes razón, Nix. El mar... El mar nunca se acaba, porque nadie del mundo, ni todos en el mundo, lo puede ver entero. En él viven criaturas extrañas, que nunca han tocado la tierra, y por eso no tienen hogar. Ni familia, ni recuerdos...
- Quiero ver el mar, Carl.
- Yo también, Nix. Quiero verlo, aunque sea una vez...
- Cuéntame más historias, Carl.
Y Carl le habló de reyes que ya habían sido olvidados, reinos que aún no habían nacido y de una guerra, una guerra que había sacudido las vigas del cielo y los ojos de los muertos.
- Luchaban porque unos querían vivir y otros no querían morir. Los humanos de entonces habían conseguido todo lo que querían, los dones que no tenían los habían inventado, todo menos la vida. No fue una guerra noble, fue una pelea de codicia y cobardía, ambición y miedo. Los humanos entraron en guerra con otros seres que tenían el don de la vida, y se la quitaron, los mataron por cientos, pero no consiguieron quedársela ellos.
- Claro...- Nix bajó la cabeza, su ojo le picaba- Todo muere...
- Y ellos también morían, pero morían tras haber vivido más, mucho más... Aún existen, pero los humanos les guardamos un rencor egoísta, egoísta como el rencoroso...
- ¿Cuáles son esos seres, Carl?
- Nix...- pero no empezó a hablar, suspiró y calló.

El silencio fue horrible. No porque no dijeran nada, sino porque había algo, algo que ninguno de los dos quería decir porque ninguno de los dos sabía del todo.
 

Tyren Sealess

A fullmetal heart.
Respuesta: [Historia] Viaje sin destino [18-05-17]

3. Casi un hogar​

Nix no conocía lo que era la familia. Incluso aunque sus padres le hubieran podido dar el amor que merecía, un gato es salvaje. Eso quiere decir que cuando un gato quiere comer, come. Y cuando quiere un compañero, trata de conseguirlo. Y cuando lo consigue, va con él. Pero un humano necesita introducir a la familia en todo el proceso. Cuando quiere comer, tiene que comer con la familia. Y cuando consigue un compañero, la familia tiene que aprobarlo. En cambio, la familia siempre irá con el humano. En lo bueno y lo malo. Los gatos son navegantes de barcos, los humanos, miembros de tripulación.
Carl tenía una familia. Su madre había muerto en el parto, y por eso siempre estaba con él, porque la vida que ella tenía había pasado a su hijo. Su padre tenía una casa con un huerto y dos pequeños compañeros que vivían con él.
- ¿Quieres conocer a mi padre?- preguntó Carl cuando llegaron a una bifurcación.
Un lado del camino seguía pulido por pasos y transporte, el otro había sido repoblado excepto por un pequeño sendero.
Nix sintió un pequeño miedo. El único padre al que conocía era el suyo propio, por lo que cualquier otro padre le producía desconfianza. Se habría sentido desgarrado si hubiera pensado que él mismo podía ser padre. Pero era pequeño y aún no se le había pasado por la cabeza. Y después de ese día, creo, no podría tener ese problema.

La casa del padre de Carl, Damien, era bastante grande. Tenía dos pisos, por lo que a Nix le parecía que llegaba al cielo. A su lado, estaba arado y sembrado de verduras un pequeño trozo de tierra. Las paredes eran de piedra. Al lado de la puerta había un gran objeto que Nix no supo reconocer.
- ¡Vaya!- exclamó Carl al verlo-. ¡Mi padre se ha comprado un automóvil!- y alzó la voz-. ¡Padre! ¡Soy Carl, ábreme!
Nix cerró el ojo, no quería que el padre se lo sacara y se quedara con su estrella, y él, ciego. Se oyó un crujido, el de la puerta abriéndose.
- ¡Carl! ¡Cuántos inviernos han pasado!
La voz de Damien estaba muy maltratada, pisoteada por años, veneno y balas. Pero en ella estaba la ternura de Carl. Era como un árbol quemado en el que una rama conservara las hojas. Nix abrió el ojo para mirarlo. Era un hombre lleno de tristeza, lleno de alegría, lleno de historias. Tenía que llevar gafas, porque si no, el mundo entero se habría quedado mirando sus ojos, y comprendiendo lo que había detrás. Eso era imposible. Su sonrisa era como un rescoldo, un rescoldo entre la ceniza. Y, como las hogueras, no había quien no fuera bienvenido para Damien. Árboles, pájaros, incluso un can hacía años. Él daba a cada uno un poco de sus ojos, un poco de su sonrisa, un poco de sus historias. Pero no menguaban. Rompiendo las leyes dictadas hacía demasiado, cada vez que Damien regalaba trocitos de su sonrisa, sus ojos o su historia, estos crecían. Nix comprendió lo maravilloso que era Carl. Él había recibido amor y vida de ese hombre.
- ¿Y el pequeño, Carl?
- Se llama Nix- le levantó-. Un día apareció en mi casa y tuve que salir a viajar con él.
- Viajes... Quien tuviera vuestra edad. ¿Queréis pasar?
- ¡Claro!- dijo Carl.
- Espero que Nix les caiga bien a los pequeños.
¿Qué pequeños?, se preguntaba Nix al entrar a la casa. Su pregunta casi se respondió a sí misma. Invadió su nariz un olor familiar, un olor de nostalgia, el primer olor que había aspirado. Después oyó los maullidos.
Dos gatos se acercaron corriendo a Nix. Eran esbeltos, iridiscentes, casi líquidos. Ambos eran más grandes que Nix, uno por muy poco, el otro bastante más. Empezaron a olfatearle y mirarle por todos lados.
- ¿Qué le ha pasado en los ojos?- preguntó el menor.
- No sé, pero es bonito- ronroneó el otro.
- ¿Por qué has venido?
- Vengo con Carl.
- ¿Te quedarás aquí?
- No lo sé...
Se miraron a los ojos, ámbar y azul.
- ¡Ven con nosotros!
Corretearon a través de las estancias, los pasillos y las escaleras hasta llegar a una habitación donde faltaba una parte del techo. La pared debajo de ese hueco estaba cubierta por varias capas de tejido. Los dos gatos treparon por ahí, Nix les siguió. El espacio entre el techo y el tejado estaba iluminado tenuemente por una bombilla desgastada, y su suelo estaba cubierto por alfombras y cojines.
- Yo soy Sey- dijo el mayor.
- Yo, Tem- añadió el menor.
Estuvieron hablando largo rato. Nix era feliz. Era la primera vez que hablaba de verdad con gatos. Así se les fue gran parte de la tarde.
En cierto punto, Sey lamió el pelaje de Nix. Era un gesto amistoso, pero Nix se tensó y se asustó en un principio. Solo después empezó a ronronear y devolver el gesto.

Nadie sabía de dónde eran Sey y Tem. Habían llegado una mañana, andrajosos, con el pelaje enredado y quemado. Sey llevaba a Tem en la boca. Tem no era ya un gatito, tendría la edad de Nix en ese momento, pero no había podido crecer aún. Los días después, ya en casa de Damien, creció a pasos agigantados. Pero Sey... Sey había visto campos quemados, heridas sangrando y pájaros estrangulados. Sey había visto el dolor, y lo llevaba en los ojos. Con Damien ya no sintió dolor, y volvió a ser feliz, pero aún mantenía la memoria de él. Vieron algo en algún ojo de Nix. Nix les vio a ellos. Empezó a quererlos. No sabía lo que era eso, nunca había podido sentirlo del todo, pero sabía que con ellos se sentía a salvo, y con una calidez que llegaba hasta su ojo muerto. Se pasaron los días subiendo a los árboles del jardín, curioseando el automóvil de Damien (¿cómo podría moverse algo tan duro y pesado?), hablando y jugando con el padre y el hijo, y durmiendo entre ellos. La flaqueza de Nix se volvió delgadez, su melancólico gesto una sonrisa, y muchos de los maullidos, risas de gato. Mucho del espíritu de la casa entró en él. Pero algo de él llenó el espíritu de la casa. Como había pasado con Carl, la casa no sació su busca, y con la espera su necesidad de viajar creció. Creció tanto que dejó de caber en su pequeño cuerpo, y saltó a los de Damien, Sey y Tem. Damien recordó sus días lejanos, junto al mar, lo que encendió los ojos de su hijo y uno de los de Nix. Los dos gatos suspiraban, viendo sin ver los campos de los que venían, antes de que ardieran. Y cada vez que tomaba el automóvil para comprar en el pueblo, Damien se demoraba más. Pero en él era más débil el ansia de viajar. Existía, sí, pero como era casi viejo y llevaba gran parte de su vida en su casa, estaba atado a ella de una manera que ninguno de los otros comprendía. Tenía un hogar.
Pero fue él quien desencadenó la partida. Un día, mientras estaban cenando, dijo algo.
- Carl, pequeños, ¿no queréis ver el mar?
La última palabra resonó como una cuerda de fuego en los oídos de los cuatro. El mar... Aquella llanura sin fin, la fuerza que nadie comprendía...
- Claro que sí, padre.
Los tres gatos se miraron ilusionados a los ojos. No sabían que esos preparativos que hacían los dos humanos eran para mucho más que una simple excursión...
 

Tyren Sealess

A fullmetal heart.
Respuesta: [Historia] Viaje sin destino [18-05-17]

4. Dos pedazos de plomo en el mar.​

Ese día se oyeron dos truenos. Aunque no cayera ningún relámpago. Ese día, un ojo de Nix creció. Ese día... Pero por la mañana ninguno sabía nada. Nix correteó por la casa desde despertar al amanecer, a pesar del cansancio con el que había dormido. "Mar, mar, ¡mar!", maullaba, hasta casi desproveer del sentido a la palabra. Damien sonrío al ver su entusiasmo. No podía sospechar lo que pasaría. Tem se le unió en su alegría, y el padre y el hijo hicieron comida para llevar y prepararon el automóvil.
No comprendo cómo, pero Sey sí sabía qué pasaría. O quizá ya no le quedaba inocencia para entusiasmarse con eso. Miró a los cuatro, con una pequeña sonrisa y recordando cada día y cada noche con ellos. Volvió a unirse a ellos en el desayuno. Comieron bien para tener fuerzas para el día. Nix y Tem compartían.
Finalmente, Damien abrió la puerta y salieron. Los gatitos menores corrieron hacia el automóvil con todas sus fuerzas, y se sentaron a esperar al pie de una rueda. Después llegó Carl, y Damien. Por último Sey saltó, introduciéndose al automóvil, donde se acurrucó como una hoja seca. Nix y Tem se pegaron a él.
- ¡Allá vamos!- sonrío Damien.
Se oyó un chasquido, y después un ronroneo. El suelo traqueteó. Nix sintió miedo y un cosquilleo agradable en el estómago. El automóvil empezó a moverse, rápido, tan rápido como un gato a la carrera, o más.
Nix y Tem miraban por las ventanillas, a los árboles que pasaban y parecían precipitarse hacia el automóvil, aunque fuera este el que se precipitara hacia ellos. Sey se les unió, porque no tenía nada que hacer y porque para él estar con los dos pequeños gatos era ser feliz. El dolor, que le había hecho fuerte, también le había quitado la capacidad de disfrutar con cosas tan pequeñas como el trayecto de un automóvil. Él necesitaba cosas más grandes, como la felicidad de otros.
Carl también estaba emocionado, ya que era su primera vez en automóvil, pero pronto desentrañó sus misterios y su emoción se redujo a un pequeño asombro. A su lado, Damien conducía con maestría, sin inmutar su gesto ni permitir que sus pasajeros sufrieran cualquier sobresalto.

Al mediodía llegaron a un gran pueblo. No era ni mucho menos la mayor ciudad de ese país, pero para Nix eso fue la metrópoli del mundo. Al ver sus casas con filas y filas de ventanas elevarse hacia el cielo, tan altas o más que árboles, las luces, las señales, las letras, el interminable bullicio de personas, Nix sintió a la vez fascinación y miedo. Damien tenía que maniobrar con lentitud por ahí, por lo que Nix pudo disfrutar, o sufrir más del casi macabro termitero. Un rato después llegaron a una zona más tranquila, frente a un edificio revestido de una calmada y quizá ya vieja elegancia, que Damien identificó como la estación de tren. Aparcó, comieron algo ligero y Carl recibió de su padre papeles e indicaciones para el tren. Los gatos no las entendieron, ni lo necesitaban, ya que nunca podrían tomar un tren ellos solos. Tras una breve despedida salieron del automóvil.
Seguramente ese día habría sido perfecto, si no se hubieran encontrado al viajero.
El viajero era un hombre enjuto, pequeño, cualquiera. Al ver a los gatos se sobresaltó, y sacó algo de su chaqueta.
- ¡Oiga!- exclamó Carl-. ¡No lo haga! ¡Ellos no...!
Se oyó un sonido terrible, fortísimo, que hizo temblar el ojo de estrella de Nix, quizá hasta a las propias estrellas en sus lechos. Después lo único que quedó fue un chirrido bajito, como de metal contra cristal. El mundo se había detenido, y Nix con él. Pero Carl, Carl no. Él había viajado por tantos mundos que no pertenecía del todo a este, y pudo moverse, meter en su chaqueta a los tres gatos y corrió hacia el viajero. Se oyó un segundo trueno, Carl se tambaleó y entró en la estación a duras penas. Los tres gatos salieron rodando por el suelo.
Nix no sabía lo que era un arma, y lo aprendió de la peor forma al ver el agujero en el pecho de Tem y el estómago de Carl. Su ojo oscuro pareció hincharse.

Tem murió así. No tuvo unas últimas palabras, ni siquiera tiempo de cerrar los ojos. Se quedaron abiertos, con toda su vida reflejada en ellos, y quebrada. Su inocencia se mezcló con su pasado, su sangre con su pelaje, Sey con Nix, de tal manera que todos los que miraban a sus ojos tenían que llorar, tenían que hacerlo, porque aunque hubieran muerto contenían una vida. Y Sey lloró, con sus dos ojos; y Nix, con uno de ellos. La sangre de Carl fue aún más triste que sus lágrimas.
Allí podría haber acabado su viaje, podrían haber abandonado el cadáver, Sey y Nix se separarían, Carl moriría. Pero no fue así. Fue Nix, con su ojo oscuro, quien perseveró. Le recordó a Sey que Tem había querido ver el mar, y a Carl, que se habían prometido verlo antes de morir. Tenía la determinación de la muerte, que nunca deja de insistir, por más que sea burlada, hasta vencer. Y Nix venció. Sin dejar de llorar, Sey cogió a Tem con la boca, Carl se levantó a duras penas, y salieron al andén. El tren no tardó en llegar. Hasta Sey se habría quedado asombrado con esa mezcla de gusano, casa, madera, metal, vapor y velocidad, si la muerte no les rondara. Una puerta se abrió, y ellos entraron. Carl se acurrucó en un banco y ocultó su herida, Nix y Sey se quedaron en el suelo, acicalando a su compañero por última vez.

El tren surcaba campos, montañas, bosques. Y los cruzaba por última vez. Ese tren no llegaba a ningún sitio, ninguno útil, solo uno bello que pocos apreciaban. Por eso casi siempre iba vacío. Muchos decían que no tenía ni maquinista. Había sido el capricho de un viejo rey loco que había vuelto herido para siempre de la guerra. Un médico suyo, que tenía alas en el alma pero habían sido encadenadas primero por la conveniencia, después por la medicina y por último por la política, le mandó ir al mar, y el rey, siempre fantasioso, quiso que cualquiera pudiera ir y mandó construir el tren. Lo inauguraron ellos dos y desde entonces pasaron largas temporadas en el mar. La locura del rey se desbordó, las alas del médico se liberaron. El rey se hizo poeta, y el médico, pintor. Entre ellos nació una amistad tan extraña como preciosa.
Ninguno de los cuatro conocía esta historia. El rey llevaba años muerto, el médico acababa de fallecer. Y los políticos con corazones de acero decidieron quitar el tren. Habían tenido suerte: unos minutos más y no habrían llegado al mar.

Nix no conoció esta historia. Pero en el trayecto escuchó otra, no tan bella pero más triste.
- Tengo que decirte algo, Nix...- empezó Carl, ya al borde de sus fuerzas-. La guerra... La guerra no fue en tiempos antiguos... Y los seres que tenían el don de la vida... Sois los gatos.
Nix sintió que la terrible verdad le apretaba el corazón y miró a Sey. Tenía la cabeza baja.
- Un pájaro me habló de un santuario, que cuidaba un humano que estaba lleno de amor... Tanto que en él no había espacio para el odio. Cogí a lo más preciado que había en mi mundo y partí... Para nuestra sorpresa, conseguimos llegar.
Carl se escondió en el asiento. Ya no guardaba nada dentro de él, la dolorosa fuerza de ese secreto le había abandonado, y la muerte se apiadó de él y le fue abrazando, tierna y lentamente. Sey y Nix se acurrucaron juntos, muy juntos, para sentir cerca la vida estando rodeados de muerte, limpiándose las lágrimas el uno al otro.

Finalmente el tren llegó a su destino. Como tiempo antes, Sey cogió a Tem con la boca y salió. Nix arrastró a Carl. Esa fuerza era imposible para un gato, es cierto, pero no para la muerte, un trocito de la cual poblaba el ojo de Nix. Como no podía llorar, ese ojo tuvo que despedir a Carl y Tem de otra forma.
Tras un recodo del camino vieron una playa pedregosa. Y más allá, solo el mar. Los dos se quedaron sin palabras, el mar inundó sus ojos, sus oídos y sus narices, y entró más allá, limpiando sus almas y corazones y dejando en ellos su eterna calma. Todavía tenían tristeza y dolor, pero gracias al mar vieron que solo era una parte de ellos. Siguieron arrastrando los cuerpos inertes y, en la mismísima orilla, les dejaron. Las olas y la resaca se llevaron a Carl y a Tem, y a los dos trozos de plomo que les habían asesinado. Esa fue la hermosa y triste muerte del humano y el gato. Pero el viaje de los otros dos distaba de acabar.
 

Tyren Sealess

A fullmetal heart.
Respuesta: [Historia] Viaje sin destino [02-06-17]

5. La ciudad sin nombre​

Allí habrían estado Sey y Nix para siempre, mirando las olas del mar que aún tenían algo de sus amigos, si no hubieran oído un maullido quedo tras ellos. Sorprendidos se dieron la vuelta. Tras ellos estaba un gato, atigrado, viejo y desaliñado. Su cuerpo no era muy fuerte, pero a través de su piel rezumaba algo crudo, salvaje, que sería capaz de atravesar el mundo si se lo propusiera. Eso salía por sus ojos, que tenían el color de una selva.
- Seguidme. La Señora de la Ciudad Caída os reclama.
Tanto el gato como el nombre les inspiraban cierto temor, pero en esa voz había algo, que no se podía llamar autoridad porque era mucho más que eso. Era la razón por la que el viento se movía, por la que caía la lluvia, por la que los árboles, en otoño, morían de pie. Sey y Nix no pudieron evitar seguirle, por el camino, bajo el tren muerto, cruzando la vía y entrando en el bosque.

Aquella vista era desoladora, amarga, aterradora. Las casas eran gigantes, y las enredaderas se nutrían de ellas hasta derrumbarlas. Con razón era esa la Ciudad Caída. La habían construido humanos vivos, pero allí había mucha más muerte que vida y gatos que humanos. La muerte allí no era cruel ni fría, era una amiga que cuidaba todo gentilmente por última vez, y después lo arropaba con olvido. Los gatos eran cientos, y no estaban asustados, sino que miraron a los recién llegados con una curiosidad apagada. Era frecuente que llegaran ahí, y más tras la guerra. Aquella era una ciudad tan antigua que mucho de lo que había allí había perdido su nombre. Por eso estaba maldita. Cuando los sabios arquitectos de un antiguo pueblo la construyeron en lo que fue territorio salvaje, en un tiempo en que tantas cosas no tenían nombre que había que señalarlas con el dedo; y allí vivió tanta gente durante tantos siglos que todo volvió a carecer de nombre. Y la carencia de nombres como la peste se contagió a la gente, y nadie pudo hablar de ellos ni pensar en ellos por completo. Eso trajo algo, otra cosa, que les desquició y les hizo abandonar la ciudad diciendo que estaba maldita. Pronto la olvidaron todos.
Pero tras la guerra llegó un ser que, como los antiguos habitantes, carecía de nombre, y estaba desquiciado. Pero eso le daba fuerzas como el caos a una tormenta. Era la Señora de la Ciudad Caída. Y los gatos que sobrevivieron fueron allí, atraídos por algo que ya no era humano del todo. Ella les acogió y ayudó como pudo: a pesar de todo no era dios.

Nix, Sey y el viejo gato entraron a uno de los edificios. Allí, entre paredes que trepaban por las enredaderas y brotes de musgo quebrados por las baldosas, se alzaban una mesa ​y una silla, que la sostenían. Su ropa recordaba a tiempos pasados, cuando el cielo aún era negro de noche y el mundo no estaba enfermo. Su pelo tenía el color del fuego frío y casi muerto. Y sus ojos eran claros, pero no como los de Nix, sino con una luz dolorosa, como la paz desollada tras la guerra. Estaba más allá de nombres, y años después cambiaría e incluso se haría hombre, pero cuando Nix la conoció, se hacía llamar Theri.
- El fondo de estas copas es una bala en la recámara...- se lamentó, mirando dos copas vacías que había sobre la mesa​-. Qué cruel es la absenta. He bebido dos copas, y dos han muerto.
- ¿Quién eres?- murmuró Nix, que empezaba ya a sospechar su grandeza harapienta y desgarrada.
- Echaré de menos a Carl. Era la inocencia y los sueños que tuve que quemar...
- ¿Quién eres?- insistió Sey-. ¿Cómo sabes de Carl?
- Nadie puede saber lo que es por completo. Quizá pudiera deciros lo que fui. Llamadme Theri. ¿Sabéis por qué os he llamado?
- No fuiste tú- volvió a protestar Sey.
Theri le sobrecogía. Sabía que no estaba contra ellos, pero aún así la percibía como una amenaza. Nix sintió algo más. Vio una torturada ternura que ella defendía, y quizá nutría, con el dolor. No la mostraba con los humanos: se sentía terriblemente distinta a ellos. Por eso vivía con gatos. Pero también a ellos les había llevado su retorcida influencia.
- Sí fue ella, Sey...- temblaba-. Ella no solo está ahí, en su cuerpo... Sabe mucho más que sus ojos y oídos.
- Magnífica visión, pequeño Nix- aseguró ella-. Os he llamado porque he encontrado a quien hizo la guerra. Tenéis que venir conmigo. Sois el que ha visto la muerte y el que la lleva. Nadie mejor para dársela a ese ladrón de pupilas.
Sey sacudió la cabeza.
- No, no. Ya ha habido demasiado dolor. Causar más no puede ser nada bueno. Me quedaré aquí, donde las heridas parecen dormirse.
- Es tu decisión. Aunque tu nombre no sea el tuyo, no me opondré.
- Yo sí iré.
Nix tampoco compartía sus deseos de venganza, pero su instinto de viajero se comía cualquier ilusión de hogar. Hicieron noche allí, Sey se despidió de Nix con esquirlas de niebla en sus entrañas. El gatito partió con Theri, a la mañana siguiente, entre la bruma. Sabían demasiado el uno del otro, y por eso les costó hablar. Pero pronto sintieron la presión de la nada oculta en los pliegues del silencio. Nix rogó a Theri que le contara historias. No eran historias de esperanza como las de Carl. Eran historias de lo roto, de lo amputado, lo que se pudre y los nervios de dolor que irremediablemente perforan la víscera latente de la vida.
 

Tyren Sealess

A fullmetal heart.
Respuesta: [Historia] Viaje sin destino [23-06-17]

6. Miedo, muerte, vida y palabras​

No era lo peor la bruma. Tampoco el frío húmedo que pegaba todo el pelaje de Nix. Ni siquiera la presencia terrible de Theri y sus cuentos que le hacían temblar. Lo peor era la arena, la arena que se colaba entre las almohadillas de sus zarpas, subía por su pelaje húmedo y mordía doscientas veces su piel. Ni siquiera se la podía quitar metiéndose en el mar: la sal de su agua reclamaría toda la de Nix, que acabaría siendo un pellejo olvidado antes de ser enterrado por más arena.
No, a quién quería engañar. Lo peor de todo era el vacío en ese lugar de su corazón que habían ocupado Damien y sus queridos Tem y Sey. Y Carl, sobre todo Carl... Menos por la desolación que le devoraba arrastrándole al viaje, y quizá el sueño de volar como una golondrina, eso había sido todo su corazón. Y allí no había golondrinas. Ese viaje era penoso. Y Theri no se parecía en nada a Carl.

Durante la jornada Nix empezó a sentir cosas. Se veía en la guerra, caminando entre los ojos abiertos de todos los gatos, muertos. Él no tenía ojos, uno estaba arrancado, el otro, calcinado. Pero los gatos no morían por los humanos. Era algo más fuerte, toda esa costa silenciosa, lo que les empujaba hacia las tibias, y hasta las cuencas que no habían visto ojos lloraban inútilmente por las almas que debían devorar.
- Suficiente por hoy- anunció Theri.
A Nix su voz le pareció un susurro que supuraba de la costa, del océano de bilis y la pasta de vísceras y huesos astillados que le invadía. Theri suspiró y le puso la mano en la frente.
- Vuelve.
De pronto la bilis volvió a ser agua oscura, y los cadáveres triturados, aquella insidiosa arena. Nix sacudió la cabeza, extrañado. A una orden de ella se pusieron a recoger leña.
Hicieron un montón que Theri prendió sin tocarlo. Sacó de su zurrón comida que compartió con Nix. Era seca y correosa, pero sació su hambre.
- ¿Sigues aquí?
- ¿Por qué dices eso?- dijo Nix extrañado.
- Antes te fuiste... Te tuve que traer de vuelta.
- Es cierto... ¿Qué fue eso?
Por un minuto solo se oyó el crepitar de la hoguera. Ambos sostenían sus miradas.
- A este sitio le llaman el Mar del Miedo... Creen que es tenebroso, pero no es así. Bajo esta arena yacen los huesos de un ser de tiempos más antiguos que la Ciudad Caída. Por eso, a quienes hayan visto la muerte, este sitio les muestra el miedo... En esos bosques y estas aguas yacen muchos cadáveres... De suicidas.
Nix quedó pensativo, tanto que creyó que el miedo volvería a él. Pero solo llegó una pregunta.
- Theri... ¿Qué te muestra a ti? ¿Cuál es tu miedo?
Había acertado. Theri inclinó un poco la cabeza, cambió de posición y pasó su pulgar por su muñeca izquierda.
- Vengo aquí cada día... Miro mi miedo, que me dice quién soy...
- ¿Y quién eres? ¿Hoy sí lo sabes?
- No... Nunca venzo a mi miedo. Mi miedo... Estoy en la casa de mi familia. Es una ocasión especial, está puesto el mantel bordado y la cubertería de plata. Mi familia va vestida de gala. Es feliz, habla de cosas y bromea. A menudo sobre mí. Cada vez que hablo yo ellos siguen hablando como si nada, pero me miran sin parpadear más de un minuto. Y empiezan a servir la comida. El primer plato es conejo asado. Pero tiene aún pelo, piel y huesos. No lo puedo comer. Pero cada vez que me atraganto, uno de ellos se levanta y me golpea. Intento beber agua para pasarlo, pero mi padre se levanta, agarra el vaso y lo rompe contra la mesa. Al final puedo con el conejo... El segundo plato es... Gato crudo. Ellos lo comen como si nada, a mí... A mí me dan arcadas y tengo que escupir algunos trozos. Cada vez me golpean más fuerte. Acabo llena de cardenales y heridas, aunque aguanto el segundo plato. Me disculpo y me levanto de la mesa, mi madre dice: "Oh, no te vayas, aún queda lo mejor." El plato principal... Soy yo. Es una bandeja gigante con mi cuerpo, cocinado al horno...

Theri estaba a punto del llanto. Nix creía que estaba vacío. Aquel relato había descuartizado su alma y la había esparcido. Su piel, llena de llagas y rozaduras de la arena, era la de Theri, llena de heridas y golpes.

- Theri... ¿Qué muerte viste?
Ella se alzó las mangas. Cicatrices verticales cubrían sus antebrazos. La suya, la muerte era la suya.
- Me salvé... Me salvé quitándoles su vida. Mi padre perdió mucha vida, pero sobrevivió. Mi madre y mis hermanos no.
No dijeron nada más ese día, ni siquiera al irse a dormir. Pero ya estaban unidos. No por amistad, no por amor, no por odio. Estaban unidos porque compartían un secreto, una culpa, un miedo.

Cuando Nix despertó Theri ya estaba despierta, sentada. Miraba al mar tan quiera que Nix no se atrevió a decir nada. Estuvieron así más de un minuto. El gatito empezó a temer que ella estuviera en el miedo.
- ¿Theri...?
Su cabeza se movió lentamente.
- Estoy aquí, Nix, estoy aquí.
Él soltó aire junto a temor.
- Creo que después de lo de anoche piensas que no soy mejor que nuestro enemigo. Lo entiendo. Vete si quieres, vuelve a la ciudad. Yo iré a por él.
- No- respondió Nix al instante.
Después de todo ya había entendido a su padre, que quería la casa para él solo. Quería su tranquilidad. Por eso Theri quebrantó todo lo sagrado, pero nunca llegó a encontrar la tranquilidad. Por un momento Nix pensó que quizá, después de todo, su viaje fuera lo mismo.
Algo había cambiado en Nix tras el relato de Theri. O quizá en ella. Pero ese día, en vez de escuchar cuentos, Nix pudo conversar con ella. Fueron frases torpes, entretejidas con silencio​, pero tras ellas acechaban profundos sentidos, lo que correspondía a dos seres como ellos. Y gracias a eso a Nix le dejó de molestar tanto la arena.

Hacia el mediodía Theri se detuvo bruscamente y escudriñó la bruma.
- Ahí está...
Nix también lo sentía. Ese sentimiento arrancaría las plumas de los pájaros y haría hervir arroyos si tan solo lo sintieran. No era el miedo. Era olor a sangre de verdad, crujir de huesos de verdad, repiqueteo metálico.
- ¿Qué hacemos?- preguntó a pesar de conocer la respuesta.
- Lo único que podemos hacer.
Dieron unos cuantos pasos cautelosos hasta que el general apareció ante ellos. Estaba sentado en una silla y vestía un uniforme de un color verde que no era el del bosque. Chasqueaba la lengua. Sus ojos ni siquiera le pertenecían y parecían comadrejas. Su uniforme del verde que no era del bosque vestía sangre de gato. Chasqueaba la lengua. Calaveras de gato en su chaqueta parecían clavar ojos inmóviles en los viajeros. Esos ojos no se movían, no como los suyos. Chasqueaba la lengua. Su piel de cadáver no estaba profanada por ninguna cicatriz. Chasqueaba la...
- Al fin. No se puede hacer esperar tanto tiempo a un hombre importante. Después de mataros mandaré a mis fuerzas al refugio de gatos.
- Eso nunca- dijo Theri-. Nunca me matarás.
Chasquido de lengua. Un brillo metálico surgió de entre el repiqueteo de huesos. Esta vez Nix sí reconoció el arma. Una bola de fuego recorrió su costillar, cola y tibias.
- Tus dones malditos no te servirán de nada, malparida sietemesina.
Ninguno de los dos logró hacer algo mientras el general chasqueaba la lengua y disparaba. Theri cayó al suelo tras trastabillar un poco. Había un agujero en el centro de su pecho. El fuego frío de su cabellera se fue extinguiendo y dejó un marrón sucio. Nix miró al general. Le habían arrebatado otra amiga, no podía haber pasado de nuevo, maldita guerra, malditos cobardes escondidos tras armas, un chasquido de lengua, Nix odiaba ese chasquido de lengua, ese no podía ser el fin de su viaje, ese asesino tenía que probar lo que hacía. Merecía la muerte.
Muerte.
Muerte.
El general le apuntó. Nix sintió su ojo oscuro moverse. Cargó el arma. Nix empezó a ver con el ojo que antes estaba muerto. Llevó el dedo al gatillo. Frente a ambos ojos de Nix había un ser negro y latiente, un trocito de la muerte.
- Haz lo que sepas hacer- susurró el gato que ya no era tuerto.
La muerte voló al general, sin hacer caso de la bala que le dio ni su uniforme. Se enterró en su piel, que no como la de un gato, carecía del don de la vida. A lo largo del blanco de aceite treparon enredaderas negras que no hicieron caso de los gritos ni los arañazos que intentaban arrancarlas ni su último chasquido de lengua. El general murió en la silla donde había vivido, y nadie le lloró, ni se lo llevó el mar.

Nix fue corriendo hacia Theri. Agonizaba. Junto con el metal en sus entrañas se veía el cristal en sus ojos.
- Hasta siempre... Pequeño gato...
- No, no, ¡no!
Esta vez Nix pensó en la vida, en esa lejana estrella que el señor de su casa cierta vez le regaló. Y noto cómo esta salía de su ojo. El mundo volvió a ser azul para Nix, y la estrella se metió en la herida de Theri, el plomo salió y sus entrañas se fueron cerrando. Por fin ella pudo levantarse. Abrió la boca para decir algo, pero Nix negó con la cabeza. Echaron a andar de nuevo, porque simplemente no les quedaba ya otra cosa que hacer. Pero ya no eran la Señora de la Ciudad Caída y el gatito con un ojo muerto y el otro de estrella, sino una humana y un gato cualquiera, dos malditos que habían sido arrancados de sus amadas y detestadas maldiciones.

Caminaban a duras penas, consumiendo su espíritu en cada paso. Iban mucho más lento, y sentían el miedo acechar en sus párpados y tras sus orejas. La arena volvió a molestar a Nix, a traspasar su piel, y el gato empezó a ver delirios geométricos en sus ojos. Poco les faltó para caer, y fue la tozudez, y no la esperanza, lo que a media tarde les hizo ver unos discos negros afilados como el odio.
- Este es el fin del mundo, Nix- proclamó Theri-. Sobre estos escalones se encuentra nuestro enemigo.
Y subieron por la escalinata arrancada de la piedra. La cima era plana, y más allá solo se veía el mar, que debía de seguir hasta el infinito. Pero fue lo que había en medio del plano lo que hizo que Nix abriera sus ojos atónito, y su corazón casi renunciara a seguir latiendo.
Era una casa olvidada y destartalada, con cuatro paredes de polvo devoradas por el tiempo.
- ¿Qué te pasa, Nix?- preguntó Theri.
- Yo... Nací aquí... Era muy lejos, pero nací aquí...
- Así que vas a matar al señor de la casa en que naciste- rió un poco-. El destino tiene una ironía cruel.
No dijeron nada más. Empujaron la puerta que estaba abierta y entraron. Sentado a la mesa estaba el señor de la casa, un viejo humano de largo pelo. Nix creyó que en todo ese tiempo no había apartado la mirada de la ventana. Habló con su voz, el viento ondulando entre las olas.
- Mis hijos... El terrible momento ha llegado...
Tigres huérfanos invadían los ojos de Theri.
- No me llames así, asesino.
- Asesina tú también... Un asesino engendró a una asesina, como es natural. Tú eres hija de mis entrañas, y tú, pequeño Nix, de mis palabras.
- ¿Por qué hizo la guerra?- el gato bufaba y tenía el pelaje erizado.
- Pensé que podía darles a mi mujer y a mis hijos la vida que ella les quitó, pero necesitaba sacarla de algún sitio... No fue así. Aprendí que los muertos han muerto, y así como se puede dar muerte a un vivo, no se puede dar vida a un muerto, pues nacemos de otras cosas.
De repente Nix comprendió todo, y abrió mucho sus ojos.
- Ay, Nix... Te di tu vida y tus ojos para que pudieras dejar el mundo como antes de que lo tocara yo, con la vida que había quitado y la muerte que había visto... Fuiste mi manera de intentar corregir mis errores, pero ahora ellos parecen tener voluntad propia, y se han descargado sobre tus amigos y tú... Quizá debería haber hecho como mi hijo, en vez de esconderme aquí como un cobarde.
- ¿Theri...?
Ella asintió con la cabeza.
- Tomé la Ciudad Caída para arreglar mis errores...
El señor de la casa la miró.
- Eres como yo... pero más sabia...
Estuvieron en silencio. Lo que habían pensado que sería el fin de todo no estaba siendo un choque de fuerzas opuestas, sino un encuentro entre tres almas rotas.
- Y... ¿qué haremos?- se atrevió a preguntar Nix.
- A mí ya me queda poca vida, moriré muy pronto... Solamente os puedo devolver lo que nuestros errores nos han arrebatado, y vosotros tendréis que arreglarlos. Venid aquí, hijos míos.
Ellos se miraron. Dieron un paso al frente. El viejo acarició el pelo de Theri, que volvió a su frío color de fuego. Después pasó la mano por la cara de Nix. El gato cerró los ojos, y al abrirlos veía solo con uno, en el que notaba la vida, y en el otro la muerte.

Theri se dio la vuelta y fue hacia la puerta. Nix la siguió. Ella salió sin decir nada, pero Nix giró la cabeza hacia el anciano que miraba por la ventana.
- ¡Hasta siempre!
El señor de la casa le miró, sonrió, y él salió.

Epílogo​

Nix volvió a la Ciudad Caída, donde pasó un tiempo con Theri, Sey y los demás gatos. Pero sus ojos tiraban de él, y reanudó sus viajes, que le llevaron a muchos lugares tocados por la guerra. Tras su visita se empezaron a recuperar. No quiso decirme mucho más, solo que sus viajes fueron menos accidentados que ese, el primero. Yo le seguí durante meses y meses, ansioso por conocer la verdad detrás de las palabras susurradas primero entre gatos y después con humanos.
Cierto día me encontré recorriendo una vía oxidada, entre cuyas traviesas tenían su hogar plantitas, y de vez en cuando, una amapola. Era la vía del rey loco, aquella que en otro tiempo había llevado trenes al mar.
A esa hora en que el cielo se llenaba de sangre de gatos muertos llegué frente al mar. En un árbol, sentado en una rama, un gato flaco vigilaba las olas. Tenía que ser él.
- Fue aquí, ¿no?- me atreví a preguntar-. Donde les enterrasteis.
- No- me corrigió él-. Les dejamos en el mar.
- Lo siento.
Él clavó su mirada desigual en la mía.
- No, no. Recuerda a los muertos, eso sí. Pero no sientas pena por ellos. La pena hacia un muerto es un pozo sin fondo. Pero hacia un vivo... De esa pena sí puedes sacar agua, y darle de beber, si sabes cómo.
- Nix- me atreví a decir su nombre-, ¿qué te trajo hasta aquí?
- Lo mismo que a ti, eso que se susurra en callejones y arrabales, palacios y trenes. Mi historia. Y te la daré, puesto que la buscas. Para mí no hay más que seguir viviéndola.
Y me fue contando su historia, y la fui anotando. Después nos despedimos escuetamente y él siguió su camino. Yo me interné en el bosque hasta llegar a la Ciudad Caída, donde fui acogido con cordialidad y desconfianza. Allí pagué mis respetos a los otros dos testigos de esa historia, Sey y Theri, que ahora era hombre y se llamaba Lill. Después volví a mi hogar y me dispuse a redactar la historia, cuyo manuscrito estoy acabando ahora.

Lill y Sey siguen en la Ciudad Caída, o eso creo. Y Nix sigue viajando, como siempre ha hecho, porque un viaje que empieza sin destino no puede acabar nunca.
 
Estado
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