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[Relato de Invierno] El muchacho, la Montaña y el Brujo de Las Nieves

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Antes que nada, pido perdón por tardar tanto en subir la historia. De verdad, lo siento :(

También quiero aclarar antes que nada una cosa: zirpals. No me voy a explayar con la descripción, simplemente imaginaos a un hombre-zorro del tamaño de un niño y cuya cultura se asemeja a las tribus del África central. Con eso bastará.




EL MUCHACHO, LA MONTAÑA Y EL BRUJO DE LAS NIEVES


El primer copo de nieve cayó sobre los tejados del poblado.

Aquello acabó por confirmar los peores temores de los Ancianos. Hacía ya varios meses que el clima de la sabana se estaba volviendo anómalamente frío. Todo había comenzado a principios de verano, sin embargo, en un principio no le habían dado ninguna importancia, simplemente pensaron que la primavera se alargaría más este año. Caso error.

En un principio las cosas fueron bien. Había sido el mejor verano que vio la tribu en décadas. Las reses crecieron, los pastos aumentaron y los depredadores se marcharon. La aldea festejó esos días como si de la boda de un jefe se tratase. Se hicieron bailes, se cantaron las antiguas canciones y los cuentos tradicionales zirpal fueron contados de ancianos a niños durante días. Nadie prestó atención a la inminente amenaza que se cernía sobre ellos.

Los meses pasaron y el frío comenzó a notarse cada vez más. Eventualmente llegó el otoño, y la gente ya no festejaba. Ahora aún a mediodía hacía tanto frío como en una noche invernal, y por las noches la temperatura bajaba hasta el punto que la tribu empezaba a expulsar humo por sus hocicos como si tuviesen hogueras en el estómago. La vendita lluvia que siempre anhelaban tras cada verano esta vez caía sobre ellos tan fría que ni siquiera intentaban recogerla. Las reses ya no comían, los pastos ya no daban frutos y el “mal del frío” empezaba a extenderse por la tribu.

Pero la peor parte fue cuando una mañana recibieron la visita de la aldea vecina. Había venido casi toda la tribu, con sus reses y todas las pertenencias que pudieron traer consigo. Según les contaron, ellos no eran los únicos que acuciaban aquel problema. En la aldea vecina, situada al pie de La Gran Montaña, las cosas habían sido aún peor. El frío había caído sobre ellos con la velocidad de mil flechas, cogiéndoles totalmente desprevenidos. La mitad de las reses murieron de frío en una sola noche y los cultivos fueron insalvables, sepultados y arruinados por una capa de algo que los Ancianos llamaban “nieve”. Hicieron equipaje con lo poco que les quedaba y habían venido con la esperanza de que pudiésemos darles refugio.

La relación entre ambas tribus siempre había sido bastante buena, por lo que no hubo inconveniente. Sin embargo, aquello había acabado de hundir por completo la moral de todo el mundo. Acababa de empezar el otoño, y los Ancianos estaban seriamente asustados por lo que podría ocurrirle a la aldea en cuanto llegase el invierno. Si es que sobrevivían al invierno.

Una noche, los Ancianos y los mayores guerreros de ambas tribus se reunieron en la choza del chamán. Dos días más tarde se organizó un pelotón con los guerreros más experimentados y los jóvenes mejor capacitados con el objetivo de emprender una expedición a la Gran Montaña. Según la tradición oral zirpal, en la cima de aquella montaña habitaba un gran gigante hecho de hielo, que se despertaba tras cada verano y cuyo aliento formaba las grandes nubes de otoño que llovían sobre la sabana como una bendición de los dioses, para irse a dormir después al acabar el invierno. El objetivo de la expedición no era otro que tratar de averiguar qué le ocurría al gigante y clamarlo en caso de ser necesario.

Pero de aquello hacía ya más de un mes, y todavía no habían recibido noticia alguna de la expedición. Akil estaba especialmente preocupado por esto. Entre los hombres que partieron a la montaña se encontraba Lagú, su viejo amigo de la infancia. Él podía soportar su ausencia hasta cierto punto, pero le preocupaba lo que le ocurriría a Miri, su hermana, si no volvía pronto. Hacía dos semanas que ella no comía apenas nada, no hablaba apenas y se limitaba a observar la silueta de la Gran Montaña en la lejanía, como si esperase a que su hermano acudiera de un momento a otro.

Los tres se conocían prácticamente desde que nacieron, y aunque Lagú era un par de años mayor, siempre habían sido buenos amigos. Akil llevaba años enamorado de Miri, y aunque jamás lo dijo, era evidente que su hermano lo sabía, y que apoyaba en secreto su posible relación. Hacía bastante que akil pretendía declararse, pero nunca se había atrevido. Él no era como Lagú: alto, fuerte, hábil con la lanza y gran cazador, no, él era solo Akil, el pequeño debilucho que apenas si sabía un par de movimientos del “arte de la lanza” y que jamás se atrevía a atacar una presa grande si no era en grupo.

Pero a pesar de ello lo que sí tenía era determinación. Puede que no le hubieran escogido para la expedición, pero sabía perfectamente que si se encontraban en problemas él sería el único que acudiría en su ayuda. Ya estaba cansado de esperar. Había tomado finalmente una decisión: iría a ver al Gigante de la Montaña.


Aquella misma noche le contó su decisión a su padre. Decisión que fue rápidamente respondida con un manotazo en pleno hocico que le estampó de bruces contra el suelo. Su padre era muchísimo más fuerte y grande que él, y su temperamento irascible le daba el aspecto de una bestia sarnosa que intentara abalanzarse sobre su presa. Precisamente por eso no le habían escogido para la expedición, sospechaba, jamás se le había dado bien el trabajo en equipo. A Akil siempre le había dado miedo su padre, pero esta vez había decidido no volver a acobardarse nunca más.

— ¡No seas estúpido! _Le dijo_ Si ni el chamán ni los ancianos te escogieron, es porque sólo serás un estorbo. Quédate en el lugar que te corresponde, cuidando las reses ¿O es que no ves lo famélicas que se están volviendo por culpa de este maldito frío?

— ¡Precisamente por eso quiero ir con ellos! La aldea morirá si no calmamos al Gran Gigante de la Montaña. Sé que no soy fuerte, pero sabes perfectamente que siempre he sido un buen mediador. Para una vez que mi único talento puede ser útil a la tribu ¿pretendes que me quede sin hacer nada?

— ¿El Gran Gigante de la Montaña? Encima de inútil, crédulo. El Gigante no es más que un cuento de viejas para explicar por qué llueve en otoño. Escúchame bien, la única razón por la que no hemos abandonado ya este lugar es por los rumores que nos han llegado de que los klingon están invadiendo aldeas del centro de la sabana. Sino, hace bastante que habríamos abandonado a esos locos a su suerte.

¿Abandonados a su suerte? ¿Lagú y los demás abandonados a su suerte? ¿Qué clase de monstruo sería capaz de hacer algo así? La clase de monstruo que era su padre, pensó. Ningún miembro de su familia había sido enviado a la montaña, por lo que no tenía realmente motivos para quedarse. Pero eso iba a cambiar. Su decisión ya estaba tomada, y si antes de desafiar a la montaña tendría que desafiar a su propio padre, que así fuera. Se levantó despacio, sin prisa, irguiéndose ante su padre como jamás lo había hecho.

— Mi decisión ya está tomada. _Respondió mirándole a los ojos, demostrando un valor que jamás supo que tenía_ En ningún momento te pedí permiso para marcharme, tan solo te lo comuniqué por simple cortesía. Voy a ir a la Gran Montaña, y cuando regrese el frío habrá desaparecido. A partir de ese día, nunca más volverás a levantarme la voz. He dicho.

Lentamente comenzó a caminar hacia la entrada. No miró a su padre en ningún momento, pero estaba totalmente pendiente a algún posible movimiento. Sabía perfectamente lo que acababa de hacer, y sabía perfectamente las consecuencias que ello le acarrearían. No le importaba. Faltaban solo un par de semanas para que cumpliese los dieciséis ciclos. Para cuando regresase a la aldea ya sería un adulto, y no tendría por qué seguir aguantando a su padre.

— Si sales por esa puerta, nunca más te dejaré volver a entrar.

Akil se detuvo en el umbral. Por un segundo estuvo tentado de detenerse y suplicar perdón. Pero entonces recordó a todo aquellos hombres abandonados a su suerte, a Lagú, y a Miri. Pensó especialmente en lo que le ocurriría a ella si su hermano nunca regresaba. No, aquello no debía suceder jamás. Se permitió soltar una risa despectiva antes de girar la cabeza y mirar a los ojos al hombre que le había atemorizado toda su vida.

— Que así sea.


Emergió a la helada noche como un hombre nuevo. Sabía perfectamente que ya no había vuelta atrás. Por un segundo estuvo tentado de despedirse también de Miri, pero sabía perfectamente que ella no soportaría ver marchar a su único amigo. Del mismo modo, se conocía a sí mismo lo suficiente como para saber que si ella le rogaba que se quedase, cosa que sin duda haría, no sería capaz de marcharse. No, debía partir pasara lo que pasase, aún si eso significaba romper el corazón de la mujer a la que amaba.

Estaba ya lejos del poblado cuando una sombra le interceptó en la oscuridad. No sentía miedo, pues la luz de las lunas le permitía perfectamente ver de quién se trataba. Era su madre. Trató de explicarse, pero ella lo interrumpió antes de que comenzase la lluvia de excusas.

— No hace falta que digas nada. Escuché toda la conversación con tu padre desde fuera de la choza, y sé que diga lo que diga no podré detenerte. Por eso te he traído esto. _Dijo mientras extraía una gran bolsa de entre sus ropas_ Dentro hay comida para varias semanas, un abrigo recio para el frío y este regalo. Por favor, ábrelo.

Akil comenzó a desliar el largo paquete que su madre le había dado. Dentro descansaba una lanza corta de recia madera de canoabó acabada en una punta alargada de brillante metal. Era sorprendentemente ligera, pero sabía perfectamente que las lanzas zirpal eran capaces de acabar incluso con un behemot.

— Es… es preciosa, madre. _Fue lo único que acertó a decir.

— La estaba guardando para regalártela el día de tu mayoría de edad, pero como parece que no voy a estar ahí para verlo, te la regalo ahora _Dijo, no sin un deje de tristeza en su voz_

Su madre siempre había sido distinta a su padre. Ella siempre le había tratado bien aun cuando todos los adultos del poblado dijeran que era un inútil. Siempre que su padre le regañaba, ella había estado allí para consolarle. Su madre era la única que le amaba de verdad.

— Ahora escúchame bien, Akil. _Continuó_ El viaje que estás a punto de emprender es peligroso. No solo es el frío, tampoco sabes qué clase de bestias pueblan la Gran Montaña. Incluso los grandes guerreros de la aldea albergaban dudas en su corazón sobre si regresarían algún día a casa. Por eso tú… _Entonces abrazó a su hijo con todas sus fuerzas, y este a su vez le devolvió el abrazo, consciente de que aquella podía ser la última vez que se vieran_ Tú tienes que regresar a casa ¿Lo entiendes? Prométeme que regresarás _Dijo mientras las lágrimas le anegaban los ojos_

— Te lo prometo, madre. _Respondió su hijo, ya llorando en silencio_
La despedida fue corta, no quedaba mucho hasta el amanecer.


Akil caminó casi sin descanso durante los tres días siguientes. Caminaba en silencio, intentando pasar desapercibido a la vista de posibles depredadores. Aunque realmente no lo necesitaba, pues la sabana había quedado completamente desierta, habitada únicamente por una ligera brisa que portaba los vientos más helados que ningún mortal pudiera imaginar jamás.

Al mediodía del tercer día sin embargo, se detuvo. No le retenía realmente ningún obstáculo, pero quería pararse a observar algo que jamás habría imaginado. Se encontraba frente a una extraña sustancia blanca que cubría todo cuanto abarcaba la vista, convirtiendo el pardo color de la sabana e un lienzo del blanco más puro que jamás había visto. Cogió un poco. Era blando, maleable, como si fuese simplemente barro de un color diferente. Pero estaba frío. Muy, muy frío, tanto que le hacía daño a las manos. Sin embargo, lo más asombroso era que se convertía en agua al tocarlo. Aquel extraño barro de agua sólida debía ser sin duda lo que los Ancianos llamaban “nieve”.

Pero había algo más que le jamaba la atención en aquel paisaje. No parecía una roca, ni una acumulación de matorrales, de hecho, incluso se atrevió a pensar que parecía una choza. O lo parecería, si fuese porque estaba totalmente congelada. Akil se acercó un poco más a la extraña formación. Ahora que la examinaba de cerca, se dio cuenta de que, en efecto, se trataba de una choza, solo que no estaba congelada, sino que estaba completamente hecha de hielo. Pero ¿Quién demonios viviría en una choza tan helada, que además ni siquiera estaba terminada?

Fue entonces cuando se dio cuenta de su error. La verdadera pregunta no era quién habría vivido allí, sino cuanto tiempo hacía de ello. La choza no estaba a medio construir, sino que esta se estaba convirtiendo lentamente en agua; señal inequívoca de que su propietario la había abandonado. A partir de ese punto no volvió a subestimar la nieve, pues si en ella habitaban seres tras extraños como para habitar chozas como aquella, solo los dioses sabían qué encontraría más adelante.

Al caer la noche de ese mismo día encontró los restos congelados de la aldea de la que provenían los refugiados. Le sorprendió ver en ella una luz saliendo de una de las chozas más alejadas. Se acercó a ella despacio, con la cautela que había aprendido en sus años de cazador. Quizá no fuese fuerte, pero sí sigiloso. No necesitó estrenar la lanza de su madre, pues lo que encontró en la choza no fue más que una anciana, la cual le explicó pacientemente que no tenía familia ni razón por la que vivir, por lo que había decidido quedarse a morir en la tierra de sus ancestros.

La anciana le ofreció con toda la buena voluntad del mundo un lugar donde dormir, así como un fuego y una comida caliente que había preparado. Le entristeció pensar que una persona tan bondadosa como aquella había perdido la fe en sobrevivir. Le confesó también que la expedición de Lagú había pasado por allí un mes atrás, por lo que se encontraba en el camino adecuado si pretendía interceptarlos. Pero, más importante aún, le contó también los secretos de la montaña. Según la anciana, los zirpal, a pesar de tener pelaje, no estaban hechos para soportar el frío, por lo que no era prudente internarse en la montaña sin tener de antemano un plan para subsistir al clima. Pero si aquel lugar ya era helado para él, estaba por ponerse mucho peor. Al parecer el frío aumentaba cuanto más se ascendía en la montaña, llegando a pasar incluso el “mar de las nubes”. Una vez pasado ese punto, el frío era simplemente inconcebible. Esa noche no durmió bien en absoluto. Estaba bastante preocupado por Lagú y por su situación, perdido en el rincón más inhóspito de la sabana y el empeorarlo todo como única posibilidad de avanzar.

A la mañana siguiente se despidió de la anciana y comenzó finalmente ascender por la Gran Montaña. El trayecto, a pesar de ser helado, era sorprendentemente fácil, debido sin duda a la gran agilidad natural de su pueblo. Pero al llegar a mediodía se dio cuenta de su error. Apenas un par de kilómetros de camino después el camino comenzaba a pronunciarse de forma sorprendentemente rápida. Pero lo peor de todo era sin duda el frío. Aquello estaba muy por encima de todo cuanto hubiese experimentado hasta entonces. Ya no solo era un viento helado, sino que el frío se introducía dentro de su propio cuerpo, atenazando sus músculos. Ya no sentía la cola, y apenas era capaz de mover los dedos.

Pero cuando empezaba a caer la noche el frío se convirtió en la peor de sus preocupaciones. No había sido más de un segundo, probablemente ni siquiera eso. No lo había visto, ni olido. Tampoco había visto sus huellas ni escuchado su voz. Pero “algo” lo estaba acechando, de eso estaba seguro. No se oía el más mínimo ruido, incluso el viento parecía haberse calmado, pero estaba ahí, sin duda. Algo le estaba observando, y si ese algo tenía aunque fuera un mínimo de conocimiento de caza, esperaría a cuando su presa, él, bajara la guardia, es decir, al caer la noche.

Caminó en silencio, despacio, aferrando fuertemente la lanza de su madre, preparado para que su enemigo se abalanzase sobre él en cualquier momento. Eventualmente cayó la noche, y Akil había dejado de moverse. Ahora estaba en guardia, alerta a cualquier movimiento que viera o escuchase entre la nieve. Pero no ocurrió nada. La presencia seguía allí, eso estaba claro, pero por alguna razón no se atrevía a salir de su escondite.

Ya era noche cerrada cuando un grupo gigantesco de nubes logró tapar por completo las lunas. Fue entonces cuando la criatura salió de su escondite. Atacó de pronto, sin ningún tipo de aviso, y era inmensa. Fácilmente podía medir cuatro veces el tamaño de Akil. Tenía forma humanoide, a juzgar por su silueta, y unos brazos largos y gigantes acabados en unas garras que resplandecían con el brillo de sus ojos.

Akil trató de defenderse como buenamente pudo. Era sorprendentemente rápido aún para un zirpal, pero la colosal criatura era mucho más veloz y ágil de lo que aparentaba, llegando incluso a igualarlo; y su dura piel impedía propinarle alguna herida mínimamente seria aun cuando le acertaba a cortarle con su lanza. Nuevamente, su carencia de fuerza le estaba pasando factura. La lucha se prolongó durante unos minutos que al muchacho le parecieron una completa eternidad. Finalmente el cansancio y el frío hicieron meya en él. Pudo ver como la bestia preparaba un zarpazo, sin duda con la intención de despedazarlo, pero era inútil tratar de esquivarlo, sus músculos simplemente no respondían. Como último acto de desesperación trató de interponer la lanza entre la zarpa y su pecho, pero la fuerza del impacto se la arrancó de golpe, lanzándole por los aires.

Aterrizó mansamente sobre la blanda nieve, consciente de que ése era su final. El cuerpo no le respondía, y podía sentir que tenía una brecha de parte a parte del pecho. Hasta ahí había llegado, nunca más vería a Lagú, a Miri y a su madre. De pronto se percató de algo extraño. No sabía si era por la falta de sangre o porque realmente estaba ocurriendo, pero por un segundo le pareció que la nieve había comenzado a brillar. Fuera lo que fuese, no viviría para averiguarlo, por lo que simplemente cerró los ojos y se preparó para afrontar a Marethyu.


Estaba vivo. Akil se despertó de golpe con la luz de los soles. Recordó lo ocurrido la noche anterior. Recordó a la criatura. Recordó el dolor. Incluso recordó la sensación de caer a la muerte, pero no estaba muerto. Sin embargo, no sentía dolor, ni frio, cosa que solo podía ocurrirle a un muerto. Trató de levantarse, ero descubrió que tenía una costra de hielo ahí donde debería haber estado la herida.

— Yo de ti no me levantaría todavía. La herida aún no ha sanado del todo, y podría reabrirse si te esfuerzas mucho.

Enfocó la vista para averiguar quién había dicho eso. Sentada sobre una roca se encontraba la criatura más extraña que Akil hubiera visto en su vida. Era una figura esbelta y más alta que él. No tenía pelaje salvo en la cabeza, donde un pelo corto blanco como la nieve incorrupta ondeaba con la suave brisa de la montaña. Su rostro estaba tenso, serio, de ojos azules y labios finos. Era pálida, tanto de hecho que no parecía natural, vestida únicamente con una larga túnica del blanco más puro que jamás hubiera imaginado que ocultaba sus rasgos, aunque dejaba entrever que, aunque poco, tenía pecho, denotando que se trataba de una mujer. Una humana, pensó Akil, recordando como los describían los viajeros.

— ¿Quién… Quién eres? _Preguntó_

— Mi nombre no es importante. Ni tampoco me importa el tuyo, francamente _Fue la seca respuesta_

— ¿Esto me lo has hecho tú? _Preguntó, refiriéndose a la costra de hielo que tapaba la herida_

— En efecto. Pero no pienses que te he salvado únicamente por la bondad de los dioses. La única razón por la que sigues vivo es porque necesito información.

Entonces recordó a la criatura que lo había atacado. Inmediatamente se levantó de un salto que amenazó con arrancarle la costra de hielo, haciéndole emitir un gemido de dolor.

— ¡Ten cuidado! La bestia que me atacó debe seguir todavía por aquí, y en cualquier momento puede abalanzársenos encima.

— ¿Ese yeti? Tranquilo, ya me encargué de él.

Akil miró en la dirección a la que apuntaba la mujer. Se trataba de un bloque gigantesco de hielo que no se encontraba ahí la noche anterior. Al mirarlo detenidamente se percató de que había algo en su interior, y un escalofrío le erizó el pelaje al percatarse de que se trataba de la bestia gigante, congelada por completo y aún con sangre a medio escupir. Se giró inmediatamente y se puso en guardia como buenamente pudo ante la mujer.

— ¿¡Qué clase de brujería es esta!? ¿Cómo demonios has logrado hacerle eso a semejante animal?

— Eso no te incumbe. Dime ¿Sabes el camino a la cima de esta montaña?

— Ni idea. Era mi primera noche en la montaña cuando me atacó esa cosa.

— Entonces no me sirves. Adiós.

La mujer bajó de la roca y comenzó a caminar cuesta arriba, pero Akil empezó a correr y logró interponerse frente a ella.

— ¿Por qué no siento frío? ¿Eso también es cosa tuya?

— En efecto. Tranquilo, se te pasará en un par de días. _Dijo, mirándole como quién mira divertido a un niño asustadizo.

La mujer siguió su camino sin apenas detenerse. Pero Akil era testarudo. Buscó su lanza entre la nieve, y cuando la encontró salió corriendo tras el rastro de la mujer. No tardó en encontrarla, pues se movía extrañamente despacio, como si no temiese al frío ni a la montaña, pero con una sorprendente gracilidad, como si la nieve se hubiese fundido con su túnica y ella no fuese más que una ola de nieve desplazándose a contracorriente.

— ¡Espera! ¡Por favor, espera!

La mujer se dio la vuelta, y nada más verle enarcó una ceja. La primera expresión que veía en su rostro.

— Eres bastante terco ¿Verdad?

— ¿Puedes al menos decirme tu nombre?

La mujer siguió caminando casi sin prestarle atención, pero antes de marcharse se detuvo, ladeó la cabeza y reveló finalmente su identidad.

— Kiora.

— ¿Por qué quieres ir a la cima?

— Eso no te incumbe.

Kiora siguió su camino sin mirarle siquiera. Akil aprovechó para examinar su lanza. Estaba astillada, y ahora tres grandes surcos la recorrían horizontalmente. Sin duda si no fuese por la lanza de su madre, él habría muerto partido en dos mucho antes de que kiora le salvase. ¿Qué debía hacer ahora? Estaba perdido en mitad de un mundo que no era el suyo, con un arma medio rota y sin idea de cómo lograr su objetivo. Pensó en seguir a Kiora, pero no tenía ni idea de adónde se dirigía ella, ni si le dejaría acompañarla. Además, no le agradaba en nada la idea de seguir a una bruja. Pero, al fin y al cabo, había logrado que pudiera cumplir la promesa que le hizo a su madre. Y tampoco tenía una opción mejor.


Continuó siguiendo el rastro de kiora durante varios días. Era evidente que ella se había percatado de su presencia, sin embargo, no hizo el más mínimo movimiento ni dio señales de estar molesta. Durante ese tiempo la herida había logrado cicatrizar, aunque todavía sentía molestias al hacer movimientos bruscos, mal del que acaecería por el resto de su vida. Hacía ya dos días que la blanca nieve había dado paso a un bosque de árboles tan altos y gigantescos que a Akil le parecía imposible que lograran mantenerse erguidos y cuyas copas se perdían entre un sin número de ramas. Ya no sentía frío, eso era cierto, pero eso no incluía la falta de oxígeno. Ya no podía mantener ni de lejos el ritmo del que había hecho gala en un principio; si volvían a recibir un ataque, sin duda no estaría en condiciones de presentar batalla. Para colmo, el hechizo estaba perdiendo efecto, y cada vez le costaba más mover las articulaciones. Pensó en Lagú, y en lo difícil que tuvo que ser para él llegar hasta allí sin magia. Esperaba encontrarlo pronto.

Sin embargo, Kiora no parecía notar en absoluto la falta de aire. De hecho, había comenzado a moverse con mucha más agilidad que entre las rocas y la nieve profunda. Puede que fuera una humana, pero Akil debía admitir que se sentía maravillado por la gracilidad de sus movimientos. Flotaba entre los árboles mecida por la suave brisa como un espíritu de las nieves que vaga por el mundo esparciendo el invierno allá por donde pasa. Fue entonces cuando ocurrió lo que fácilmente podría considerarse un milagro.

Kiora comenzó a bailar. Era una danza silenciosa, sin cantos, sin música, pero aun así capaz de maravillar a cualquiera que la contemplase. Danzaba despacio, como si temiera sobresaltar al propio mundo, pero aun así lograba danzar al son de la nieve, al son del bosque, al son de los vientos y al son de la vida, convirtiéndose en uno con un mundo que, aunque helado, se antojaba innegablemente hermoso. Una pequeña niebla helada emergía bajo sus pies fundiéndose con su túnica y creando una vez más la ilusión de ser uno con la nieve. La niebla crecía y se arremolinaba a su alrededor siguiendo el compás marcado por las pequeñas vueltas de la mujer, como si el mismo invierno se hubiera encarnado y éste hubiera decidido danzar junto a su amada. Era un espectáculo sobrecogedor, digno de maravillar al más estoico de los hombres. Sin embargo, no era un baile de alegría. Kiora no parecía feliz en ningún momento. Su rostro era una máscara impasible, pero aun así sus ojos reflejaban sin temor a dudas sus verdaderos sentimientos, y Akil fue capaz instintivamente de comprenderlos por la simple razón de que él también los sentía. Melancolía. Melancolía y añoranza.

Kiora se detuvo, haciendo que la niebla se desplomara en espiral a su alrededor como el gran telón tras una obra grandiosa, contemplando un punto en la lejanía. El muchacho aguzó la vista y vislumbró sobre una roca una extraña criatura que él jamás había conocido, pero que instintivamente relacionó con un antílope de gigantescos cuernos. Observaba a la mujer en silencio, erguido cual rey sobre una gran roca, y en un completo silencio ausente del más mínimo gesto, como el público sencillamente incapaz de perder detalle de una obra fascinante. Por un momento todo permaneció en completa calma, como si la bestia y la mujer estuvieran conversando solo con la mirada.

Pero aquel silenció desapareció para siempre en el momento en que un ser humanoide gigantesco apareció de la nada y atacó a traición al animal. El yeti le propinó una herida mortal antes siquiera de que tuviera tiempo de defenderse. Su sangre quedó derramada por todas partes, mancillando por siempre el lienzo de paz del que habían disfrutado hasta entonces. Kiora permaneció completamente atónita por unos instantes. Pero el resto del mundo no tenía unos instantes. Akil reaccionó justo a tiempo de evitar el manotazo de otra de esas criaturas. Esta vez estaba prevenido. No intentó contraatacar, simplemente se limitaba a esquivar cada envite que la bestia le lanzara, procurando en todo momento que su lanza dejara una prudencial distancia entre él y las garras de su adversario, esperando el momento en que éste se cansara. De poco le sirvió. Su estrategia funcionaba bien contra un solo oponente, pero a los pocos segundos se hallaban rodeados por casi una docena de aquellos seres, de los cuales la mayoría se habían lanzado a por la desprevenida joven. Trató de advertirla con un grito, pero en cuanto vio su rostro se percató de quienes eran los que estaban verdaderamente en problemas. Furia. Furia en estado puro.

La espiral de nieve emergió una vez más de la tierra. Pero esta vez no deseaba bailar. Había acudido incrementado por la ira y con una única intención: matar. Pero no fue solo la nieve la que acudió al llamado de la bruja. De todo su cuerpo comenzó a manar una luz tan pálida que oscurecía la nieve y fluía alrededor de su cuerpo como un torrente de agua desbocado por la ira. Akil sintió instintivamente un miedo mil veces superior al que hubiera sentido en toda su vida unido a una sensación de inminente y ominosa muerte que superaba con creces al de su casi fallecimiento apenas unos días atrás. Ignoró a los yetis y se abalanzó a riesgo de zarpazo sobre la cobertura de un árbol justo a tiempo de que Kiora convocase un viento huracanado que arrancó la piel de las desprevenidas bestias que se abalanzaban sobre ella. Menos de un segundo después estacas de hielo comenzaron a manar en todas direcciones, empalando a todo ser vivo que encontró a su paso.

Akil abrió los ojos cuando sintió que el viento se había detenido. Descubrió asombrado que había sobrevivido de milagro. No solo todos los yetis estaban muertos, sino que la mayoría habían sido encerrados en columnas de hielo cuyo tamaño rivalizaba con el de los árboles, congelando para la eternidad el momento de su sangrienta muerte. Incluso algunos de los portentosos árboles con los que tanto se había maravillado, aquellos cuyo grosor superaba incluso la choza de un jefe, habían sido arrancados de cuajo. Kiora estaba de pié sobre la capa de hielo, observando la luz de los soles que se filtraba por entre las ramas partidas. Era increíble pensar que una criatura de facciones tan delicadas fuese tan poderosa.

La joven continuó su camino sin pararse siquiera a mirar la masacre que acababa de provocar. Akil trató de seguirla, pero esta vez ella sí que raccionó. Se dio la vuelta y por primera vez el zirpal vio algo que creía imposible en ella: trazas de tristeza.

— ¡Déjame en paz, vale! Hasta ahora te he aguantado porque no me molestabas, pero ya estoy harta de que me observen continuamente. Así que ahora márchate si no quieres acabar como ellos. _Fue su seca y absoluta amenaza_

— No, no me iré. El que está harto soy yo. Quiero que me expliques de una vez como demonios haces eso con la nieve y por qué has venido a la montaña.

— Eso no te incumbe. No te incumbe ni a ti, ni a nadie.

— ¡Qué lástima! Porque resulta que a este “nadie” le interesa muchísimo saberlo. Pero le importa más todavía saber quién coño sois y qué hacéis en su montaña.

Ninguno de ellos había dicho eso. De hecho, la voz parecía provenir de todas partes y de ninguna al mismo tiempo, como si la misma montaña hubiera despertado tras el estruendo. Por un momento Akil pensó que se trataba del mismísimo gigante que exigía identificarse a los dos intrusos que vagaban por la tierra helada. Pero Kiora ni siquiera pestañeó, simplemente giró los ojos y habló con la frialdad que la caracterizaba, pero debando bien claro un deje de ira en su voz.

— Sal de ahí. Me importa bien poco quien seas, “nadie”, pero creo haber dejado bastante claro que no me gusta que me observen.

De entre la nieve comenzó a emerger una figura humanoide. En un principio parecía que la nieve hubiese cobrado vida, pero al observar con mucho más detenimiento Akil comprendió que se trataba simplemente de ropa. La figura iba completamente ataviado de pies a cabeza con abrigos tan blancos que si no hubiese sido por su movimiento habría sido imposible de detectar incluso para el cazador con la mejor visión su tribu. Estaba apuntando a Kiora con un objeto extraño, parecido a un arco pequeño, pero extrañamente sostenido por una tabla de madera. No estaba solo. El muchacho sintió como tras él comenzaba a acercarse una criatura que jamás hubiera creído. Se dio la vuelta para encarar al animal. Su apariencia era extrañamente similar a la suya, pero era gris y caminaba a cuatro patas. Y era grande. Muy, muy grande. Les tenían rodeados. Sabía perfectamente que la bruja era capaz de despecharlos sin problemas, pero temía seriamente acabar empalado también.

— Me sorprende que te atrevas a apuntarme con una ballesta después de haber visto de lo que soy capaz. _Continuó la joven_ Puede que seas más sigiloso que las sombras, pero no eres muy sensato.

— Puede que sea un insensato, pero lo que no soy es estúpido. Sé perfectamente que por muy auramante que seas un hechizo de semejante nivel te va a dejar incapaz de usar magia por un rato.

— Chico listo. _Respondió la joven, soltando una risa seca_

¿Auraqué? Pensó Akil mientras trataba de pensar un plan de acción. Estaba claro que el animal no iba a dejar que se marchase, y por lo poco que había entendido, tampoco podía contar con la magia de Kiora. Estaban entre el arco y los colmillos. Debía tratar de ganar tiempo pasara lo que pasase.

— ¿Cómo te llamas? _Le preguntó_

— ¿Cómo has dicho?

— Que cómo te llamas. Ya sabes, simple curiosidad.

— Debes de ser estúpidamente curioso para preguntar algo así en semejante situación. Mi nombre es Ronah. _Acto seguido el hombre se quitó la bufanda, dejando al descubierto un rostro totalmente distinto al de la joven. Era humano, como ella, pero de un tamaño mucho mayor. Su piel era bastante más oscura. Su pelo era negro, y éste no solo le cubría la cabeza, sino que se prolongaba alrededor de su cabeza como una melena de león para cubrir buena parte de su cuello. Su rostro mostraba unas facciones mucho más duras y pronunciadas, y una cicatriz de recorría la mejilla de parte a parte. Sus ojos eran verdes y apagados, pero aún su mirada bastaba para comprender su fuerza. El chico no pudo evitar pensar en lo sorprendentemente diferentes que eran los humanos respecto a machos y hembras.

— Akil ¿Qué demonios estás haciendo? _Respondió la joven, visiblemente sorprendida de que por una vez fuese el muchacho quien tomara las riendas_

— ¿Salvarte? Escúchame bien, Ronah, si este territorio pertenece a tu tribu, por favor, perdónanos, no teníamos ni idea. Ahora bien, me temo que nos encontramos perdidos, por lo que nos es imposible marcharnos por nuestros propios medios. Si pudieras ayudarnos, no solo saldríamos de tu territorio, sino que estoy seguro de que habrá algo en lo que nuestra presencia te beneficie. Como ya has visto, soy bastante ágil, además, es imposible que una magia tan poderosa como la de Kiora no te sea beneficiosa de algún modo u otro.

— ¿Kiora? Jamás pensé que encontraría un nombre meriano en mitad de La Cumbre de los Cielos.

— Y yo jamás pensé que me encontraría con un jinete de lobo titán tan lejos de Las Tierras del Norte ¿Qué? ¿De verdad pensabas que no me iba a dar cuenta? _Añadió al ver la expresión de asombro de éste_ Puede que fuéramos de reinos distintos, pero estoy bien informada.

— De todos modos para qué demonios quiero yo magia de hielo. Menos frío es lo que precisamente necesito, este lugar se está volviendo más inhóspito por momentos.

— Kiora no solo puede helar las cosas, también sabe magia curativa. A mí, sin ir más lejos, me salvó de una herida mortal hace apenas unos días. Y en cuanto al aumento del frío, nosotros, o al menos yo, también tratamos de evitarlo. Estoy seguro de que si has sido capaz de adaptarte a estas tierras hasta el punto de volverte uno con ellas sabes bien como llegar a la cima de la montaña. Piénsalo ¿No podemos beneficiarnos los uno de los otros?

El cazador permaneció en silencio por unos instantes que parecieron una vida entera. La bestia a la que Kiora había llamado lobo titán permanecía en guardia, alerta al mínimo movimiento, mirando a los ojos a su señor, como si tratara de implorarle órdenes que seguir. La tensión podía palparse en el ambiente. Incluso la brisa de la montaña había desaparecido. Ronah agitó los dedos sobre el gatillo de su arma, pero finalmente decidió bajar la guardia y mirar a la bruja a los ojos.

— Dime ¿Hasta qué punto eres capaz de usar magia curativa?

— Depende de lo que quieras sanar.

— ¿Puedes curar enfermedades?

— Como he dicho, depende. Si se trata de una enfermedad simple, no tengo problema, pero aquel al que cure permanecerá criogenizado durante varios días.

Por un segundo la calma reinó de nuevo, pero esta vez era distinto. Esta vez la muerte había dejado de flotar en el ambiente.

— Te propongo un trato. _Dijo finalmente_ Tú curarás a alguien importante para mí, y a cambio yo te mostraré el camino a la cima ¿Hay trato?

— Por mí, bien.

— Seguidme.


Ronah les guió a través del bosque durante horas. Por un momento temió que les guiara hacia una trampa, pero se calmó al descubrir que les estaba llevando a una gran choza semienterrada bajo la nieve. El interior era sorprendentemente cálido, de paredes de gruesas pieles de animales que un zirpal simplemente no podría maginar, un gran fuego sobre el que descansaba un caldero un sin número de objetos adornando las paredes. Akil ni siquiera podía imaginarse para qué demonios servirían tantos objetos.

— ¿Y el resto de tu tribu? _Preguntó_

— Vivo solo en esta montaña desde hace ya varios años. Yo no soy un zirpal, chico, yo no tengo tribu.

— Eso a mí me da absolutamente igual. Dime ¿A quién quieres que cure?

— A él. _Dijo, señalando un gran fardo de piel y cojines. Al mirarlo de cerca Akil descubrió que había algo tumbado en ella. Por un momento le pareció que se trataba de un zirpal, pero al mirarlo detenidamente se dio cuenta de que se trataba de una versión más pequeña del lobo titán que acompañaba al cazador. Una cría, supuso._

— Creía que te referías a un humano, no a un simple animal. _Respondió la bruja con aspereza.

— Yo de ti cuidaría tus palabras. Te recuerdo que esta es mi casa, y tú no eres más que una extraña. _Dijo el cazador con un claro deje de ira en su voz. Incluso la bestia había enseñado los colmillos. _

— Se trata de la cría de Fenrir, mi lobo. _Continuó diciendo_ Desgraciadamente su loba no sobrevivió al alumbramiento. Como es natural, la ausencia de leche ha provocado que se debilite hasta el punto de enfermar de frío aun siendo una criatura de las nieves. Dime ¿Puedes curarlo?

— ¿Un simple resfriado? Por supuesto, pero te advierto que pasará criogenizado por lo menos una semana.

— Que así sea.

La bruja colocó sus manos sobre el animal. Segundos después, un manto de luz blanco la recubrió por completo, fundiéndose con sus ropas dando la ilusión de que se desvanecía. Apenas un segundo después Ronah se sacó un cuchillo del cinturón y amenazó en el cuello a la joven.

— Te lo advierto, si le pasa algo, juro por los dioses que te abandonaré el risco más helado que encuentre para que mueras lenta y agónicamente de frío. _Fue su sincera amenaza_

— No me das ningún miedo ¿Sabes? Tranquilo, jamás se me ha merto nadie. Además, ya estoy acostumbrada a los abandonos. _Añadió tras unos segundos de vacilación, no sin un halo de tristeza en su voz._

La luz volvió a brotar de su cuerpo. En ese momento Kiora comenzó a pronunciar unas palabras que a Akil le resultaban incomprensibles, pero que estaban cargadas de un carácter innegablemente mágico. De sus manos comenzó a brotar una capa de escarcha que se apresuró a recubrir lentamente al animal, reduciendo sus constantes vitales y dejándolo en un estado casi idéntico a la muerte. Ronah trataba de calmar a su lobo mientras todo esto ocurría, como si la bestia en verdad comprendiera el lenguaje de los hombres. Cuando el hechizo hubo acabado el cachorro parecía más un cadáver congelado que un ser vivo. Sin embargo sí podía percibirse como exhalaba un ligero humo por su hocico, señal de que estaba vivo.

— Bien, yo ya he terminado mi parte. Ahora, cumple tú la tuya. _Exigió la bruja tras levantarse._

— De acuerno, pero no lo haré ahora. La noche está a punto de caer, y créeme, no quieres saber cómo son las noches aquí arriba.

Las horas siguientes el cazador y el muchacho las pasaron moviendo pieles, cerrando ventanas, recogiendo leña y encendiendo un fuego que ardía con una fuerza inusitada. Para cuando el primer sol comenzó a ocultarse en el horizonte los cuatro estaban ya a buen recaudo dentro del refugio, cubiertos con pieles entorno al fuego. Fue Ronah quien empezó a hablar.

— Bien, un trato es un trato ¿Qué queréis saber?

— Antes que nada quiero que me respondas a dos preguntas ¿Cuál es el camino a la cumbre de la montaña? Y ¿Por qué eres un fugitivo? Tranquilo. Francamente me da igual, simplemente quiero asegurarme de que no nos traicionarás mientras dormimos. _Añadió al ver que éste echaba mano inmediata de su ballesta_ Además, yo no soy precisamente quién para juzgar.

— Los motivos que me llevaron a esta montaña no son de tu incumbencia. En cuanto a tu primera pregunta, el camino es bastante fácil, simplemente sigue ascendiendo hasta llegar al Mar de Nubes. Desde ese punto ya puede divisarse la cima.

— Yo quisiera saber también si viste a un grupo de Zirpals pasar por aquí hace poco. _Añadió Akil, albergando todavía la vana esperanza de reencontrarse con Lagú._

— Me temo que no. De hecho, me sorprende que un zirpal haya sido capaz de alcanzar esta altitud, con o sin magia. Más todavía teniendo en cuenta como están las cosa ahora.

— ¿Qué quieres decir?

— Desde hace unos meses el clima de la montaña se está volviendo anómalamente frío. Los animales han comenzado a descender montaña abajo.
El mar de nubes desciende a un ritmo de días. Incluso los yetis, que nunca bajan de la cima, han comenzado una migración hacia zonas más cálidas. De hecho, estaba intentando cazar uno cuando os encontré. Yo ya me habría ido, pero el cachorro no sobreviviría al viaje. La verdad, temo lo que ocurra al llegar el invierno.

— Pues créeme, deberías temerlo. _Añadió Kiora con aire misterioso_

— Tú sabes lo que está ocurriendo ¿Verdad?

Akil miró de reojo a la joven. La verdad era que él también sospechaba desde hacía bastante que la bruja estaba ocultando algo, pero no se lo había recriminado por miedo a acabar encerrado en un pilar de hielo. La aludida reposó las manos sobre su regazo, miró al techo, cerró los ojos e inspiró profundamente. Cuando agachó la cabeza y los abrió finalmente, no había ni rastro de la frialdad que la había caracterizado hasta entonces.

— Decidme ¿De verdad queréis saberlo?

— Sí. _Respondieron ambos al unísono._

— En fin ¿Por dónde empiezo? Supongo que por el principio de todo.

<<Mi nombre es Kiora Raven. Nací hace dieciocho años en el reino de Meria, en las Tierras del Norte. No nací en una familia convencional. Mi padre era un Mago de la Corte, el cual se especializaba en La Magia del Frío. Él fue quién me Despertó y transmitió sus conocimientos ya desde muy temprana edad. Mi madre, sin embargo, era una humana normal y corriente. Eventualmente, ésta murió de una enfermedad causada por el frío. Yo afronté su muerte aprendiendo la Sanación del Hielo, pero mi padre nunca fue capaz de superar del todo su pérdida. Se encerró en su estudio de magia, hasta tal punto en que no salía de allí si no era para alimentarse. Los años continuaron pasando, y su salud tanto física como mental se fue deteriorando cada vez más al tiempo que mis poderes iban en aumento. Eventualmente estalló un conflicto interno en la corte, y mi padre fue retado a duelo por su título. Perdió.

Aquello no solo nos despojó de todo cuanto poseíamos, sino que acabó por volverle loco de una vez por todas. Se obsesionó con hacerse más y más fuerte, llegando al punto de robar grimonios prohibidos en el bajo mundo mientras yo trataba de mantenernos con el dinero que ganaba como curandera. Después de todo, seguía siendo mi padre. Pero un día, hace aproximadamente medio año, sencillamente se pasó de la raya. Asesinó a traición al hombre que le derrotó, asaltó su laboratorio y robó un secreto guardado bajo llave desde hacía siglos. Ni siquiera se molestó en ocultarse. Regresó a nuestra pequeña cabaña, agarró todo lo que pudo y se marchó sin ni siquiera mirarme. Los hombres del rey llegaron en tropel poco después. Logré escapar de milagro.

Tuve que ocultarme en el bosque durante semanas hasta que por fin se calmaron los ánimos. Una noche de niebla logré infiltrarme entre los guardias y sacar toda la información que mi padre no logró llevarse. Ellos no la entendían, por supuesto, y el único mago de hielo lo bastante poderoso como para hacerlo estaba muerto. El único además de mí, por supuesto.

Dos semanas atrás logré cruzar sin ser vista la Puerta Telúrica que conducía al reino desértico de Marban. Crucé aquellas tierras hasta bordear La Gran Cordillera y me dispuse a ascender por la ladera de la sabana, la cual mi padre especificó en uno de sus diarios que era la entrada que él necesitaba. Pocos días después me encontré con Akil, y el resto ya lo sabéis.

¿Qué estoy haciendo aquí? La verdad, puede que os sorprenda, pero he venido aquí con la intención de matar a mi propio padre. Ya estoy harta. Ya estoy harta de sentirme abandonada, ya estoy harta de que todos crean que estoy tan loca como mi padre, ya estoy harta de que todos susurren a mi paso, ya estoy harta de tener que ocultar los delitos de mi padre; pero sobre todo, ya estoy harta de tener que soportar a un loco venido a menos desesperado por recuperar un estatus que nunca tuvo realmente.

Pero me temo que este tema tiene implicaciones más allá de una simple riña familiar. De entre los escritos que rescaté se encontraban pasajes de antiguas legendas zirpal, y de entre todas ellas, una está marcada. Hablaba sobre una gran montaña en cuya cima habitaba un gigante dormido. Ese mismo gigante aparece reflejado en varios mitos de diversas culturas. Finalmente logré hilar suficiente información como para descubrir qué es lo que está tramando y por qué ha venido al culo del mundo para lograrlo. Ese maldito logo a crado un hechizo de control elemental de alto nivel, y está tan desequilibrado que cree que podrá usarlo con fuerzas de la naturaleza. El “Gran Gigante de la Montaña” no es otro que el titán Ymir, uno de los heraldos del mismísimo Dios Menor Indael. Ese maldito lunático pretende despertar de su prisión a la bestia y provocar así otra glaciación. Eso es lo que está provocando el descenso anómalo de temperatura. El coloso está resurgiendo. >>

Todo había quedado en absoluto silencio. Incluso el viento y el fuego de la hoguera habían quedado conmocionados al escuchar el relato de la bruja. Akil no podía creerse que algo así estuviera pasando ¿Un hombre tratando de controlar a un Dios? Pero, más importante aún ¿Toda su aldea se estaba muriendo por culpa de un desequilibrado? ¿Lagú estaba arriesgando su vida en algún lugar de aquella montaña solo porque un loco venido de una tierra que ni siquiera comprendía tenía un hambre de poder ridícula? No, aquello era demasiado. Pero, por una vez, vio a Kiora como lo que realmente era: una obre muchacha desamparada que buscaba justicia por una vida injusta.

— ¿Me estás diciendo que ha empezado una nueva Glaciación? _Preguntó el cazador, pálido por primera vez desde que le conociera_

— No. Ymir no puede despertar del todo hasta que no llegue el punto más frío del segundo invierno. Sin embargo, esta bajada anómala de temperatura es un indicativo inequívoco de que está regresando.

— ¿Cómo demonios vamos a detener algo así?

— ¿Vamos? ¿Desde cuando eres un héroe? ¿Qué te importa a ti lo que ocurra?

— Una cosa es ser un proscrito, y otra muy distinta ser un monstruo.

— Bueno, en cierta forma vuestra ayuda me vendrá bien. Veréis, para poder despertar al titán mi padre debe crear un círculo de runas cerca de él, el cual no debe romperse pase lo que pase o el gigante dormirá de nuevo. El problema es que dicha runas están hechas con un material mágico irrompible que se regenera en caso de ser arrancado un pedazo. Sin embargo, logré recuperar esto de entre los restos del estudio. _Acto seguido buscó bajo su túnica, y de ella extrajo un pequeño recipiente de cristal que contenía un líquido del azul más puro que jamás nadie había visto._ Esta es la pintura sobrante que mi padre preparó. Si se hecha sobre el círculo, el flujo de energía se desestabilizará y éste se destruirá solo. Lo que debéis hacer es destruir el círculo mientras yo distraigo a mi padre.


No hubo nada más que hablar aquella noche. Todos sabían lo que estaba en juego. Emprendieron viaje a la mañana siguiente nada más salir el primer sol. Ascendieron a través del bosque en completo silencio. Pero no solo ellos permanecían ajenos a cualquier ruido. Nada se movía entre la nieve. La brisa había dejado de soplar. Las nubes ya no avanzaban. Todo estaba quieto, expectante, atento al devenir de la expedición que decidiría el destino del mundo. Akil no pudo evitar preocuparse por Lagú ¿Habría descubierto él lo que estaba ocurriendo? ¿Se habría encarado con el brujo loco? La verdad, estaba aterrado.

Poco después lograron atravesar una densa niebla a la que Ronah denominaba el “Mar de las Nubes”. Más allá de ese punto el frío era infernal aun con los múltiples hechizos anticongelación de Kiora. En cuanto la niebla se disipó pudieron al fin contemplar a lo lejos la silueta de la cima, difusa por el horizonte, pero real como nunca antes lo había sido. Ya casi lo habían logrado.

Pero algo llamó la atención del muchacho. A pocos metros de la linde del bosque se hallaban extraños bultos con figuras imposibles para una roca. Akil se dirigió hacia ellos y comenzó a escarbar. Rogó a los dioses que sus temores instintivos fuesen infundados, pero, en efecto, allí se encontraba lo que acabaría por destrozar su vida para siempre. Cadáveres. Lo que se ocultaba bajo la nieve no era otra cosa que un sin número de cadáveres despedazados de zirpals. Y entre ellos el muchacho encontró el medallón que él mismo había tallado para su amigo años atrás. Lagú estaba muerto.

— Tres semanas, a juzgar por su estado, puede que más, es imposible saberlo con este frío. Las madrigueras de los yetis se encuentran no muy lejos de aquí. Probablemente se tátara del mismo grupo que despachasteis hace unos días. Lo siento. _Añadió finalmente Ronah_

Akil lloró. Lloró como solo aquel que lo ha perdido todo sabe hacerlo. Lagú estaba muerto, y Miri había muerto en vida junto con él. Todo cuanto él había amado se había perdido para siempre. El llanto se convirtió en aullido, y el aullido se convirtió en el retumbar de la montaña. El lamento del miserable ascendió a los cielos y descendió hasta los infiernos, retumbó en cada lugar de la tierra y descendió por la montaña como una avalancha de miseria. Pero se sobrepuso. Lagú ya no estaba, y eso le convertía a él en el último de los enviados de su aldea, en el último de los bravos guerreros de la sabana, y en el último que podría salvar a los suyos. Se alzó ante el cadáver de su amigo no ya como un joven, sino como un verdadero hombre. Los ojos le brillaban con la furia de todas las vestías del averno. Por un instante pareció incluso la reencarnación de un guerrero de las leyendas. Aulló a los cielos con un grito que desafió el rugir de mil tormentas, y se dirigió a la cima sin ni siquiera pararse a enterrar a los suyos.

El ambiente había cambiado. Esta vez era el zirpal quien llevaba las riendas. Y esta vez ya no había miedo en sus corazones, sino un soplo de auténtica determinación por enfrentar los peligros del destino. Apenas unas horas después ya estaban en la cima. En ella se encontraban un sin número de cavernas aparentemente horadadas por el viento. Esta vez fue Kiora quien tomó las riendas. Indicó a sus compañeros que debían dirigirse a la entrada que más magia rezumaba. Entraron en silencio, en guardia, preparados para cualquier ataque. Dentro les aguardaba un laberinto de túneles gigantesco, perla bruja parecía saber perfectamente qué camino tomar. Jamás supieron cuánto tiempo pasaron en el laberinto, pero lo que sin duda sabían era que estaban cerca. Los instintos más primitivos de Akil le estaban gritando peligro cada segundo que corría, pero el no solo los ignoraba, sino que los usaba como estímulo para seguir avanzando.

No pasó mucho tiempo hasta que hallaron su destino. Se trataba de la caverna más inmensa que ninguno de ellos hubiera visto jamás, que hacía parecer a los grandes árboles de la montaña como simples briznas de hierba. Aquel lugar apestaba a poder en estado puro. Pero lo más sobrecogedor de todo era su único habitante. Se trataba de un colosal pilar del hielo más cristalino que jamás hubiera podido ser imaginado, el cual ocupaba casi la totalidad de la estancia. En su interior se hallaba la criatura más sobrecogedora que hubieran visto en su vida. Se trataba de un ser de tamaño antediluviano, de forma humanoide y cuatro gigantescos brazos, hecho de hielo ancestral de mil colores distintos. Pero lo más imponente era su rostro, el cual sin duda era digno de aparecer las pesadillas del más cruel de los demonios.

Se hallaban en un gran saliente que daba cara a cara con el rostro del gigante, como si este les estuviera mirando a los ojos y les desafiase a detener su despertar. Abajo, rodeando el pilar de hielo, se hallaba el círculo que tanto ansiaban destruir.

— Hermoso ¿Verdad? _Dijo una voz tras ellos._ Dime, hija mía ¿Has venido a ver como tu padre se convierte en el hechicero más poderoso del mundo?

Al darse la vuelta Akil miró finalmente a los ojos al hombre que había causado no solo la devastación de su aldea, sino la muerte de su mejor amigo. Era alto y esbelto, de piel pálida y pelo completamente blanco. A simple vista debía tener la misma edad que Ronah. Sin embargo, lo más llamativo de él eran sus ojos, de un azul tan puro que era imposible apartar la vista de ellos. Sin embargo, estos dejaban entrever un innegable rastro de locura en su portador.

— No papá. Esta vez has ido demasiado lejos. He venido a cobrarme mi venganza por todos esos años de miseria que me hiciste pasar. Se ha acabado, papá. Simplemente se ha acabado. _Respondió su hija, dejando bien claro el odio en estado puro que sentía hacia el hombre que la había criado._

— ¿De verdad? Qué lástima. Me hubiera gustado que estuvieses a mi lado en mi momento de mayor esplendor, pero si no se puede, no se puede. Me temo que tendré que matarte. _Dijo sin el más mínimo ápice de emoción en su voz_

Ronah le apuntó inmediatamente con la ballesta, pero el mago automáticamente levantó una mano y un gigantesco rayo de luz azul emergió de ella directo hacia el cazador. Por una fracción de segundo todo fue resplandor y caos, pero cuando sus ojos volvieron a ver un muro de luz blanca los estaba protegiendo. Kiroa flotaba a escasos centímetros del suelo, envuelta en un manto de luz nevado que emitía poder en estado puro. De sus ojos manaban rayos de color blanco.

— Aquí tu oponente soy yo. _Dijo. Y acto seguido se abalanzó a una velocidad imposible sobre su oponente, pero este ya había empezado a adquirir un estado similar al de ella. Ambos se perdieron en el interior de los túneles._

Ronah miró directamente al chico. No hicieron falta palabras, pues sus miradas bastaron para comprender cuál era la tarea de cada quién. Le entregó el frasco de pintura, montó en su lobo y se dirigió a la carrera en busca de su oponente. Akil, por el contrario, observó el reto que tenía entre manos. Descender trepando era imposible, y una caída lo destrozaría. No tenía opción. Él no era fuerte, ni hábil con la lanza, pero lo que sí tenía era velocidad. Mucha velocidad. Tomó aliento, recordó a Lagú, a Miri, a su madre, incluso llegó a recordar a su padre. Todo por lo que había luchado se decidía en aquel momento. Debía lograrlo. No había alternativa.

Cogió impulso y se lanzó al vacío, colocó los pies sobre la pared y corrió por ella como jamás había corrido en toda su vida. Los segundos en los que desafió a la gravedad le parecieron una completa eternidad, pero lo estaba logrando. Ya no sentía sus pies, ya no sentía el peso de su propio cuerpo, ni siquiera sentía su respiración, pero iba a conseguirlo. Finalmente se desplomó a poco más de un metro del suelo. Rodó por la superficie helada hasta finalmente detenerse frente a las runas que lo habían ocasionado todo. Estaba vivo. Lo había logrado. Se levantó con todo el cuerpo dolorido, extrajo el frasco de su abrigo, lo abrió e inmediatamente vertió con furia su contenido, tratando de abarcar la mayor superficie posible.

En cuanto las runas comenzaron a desdibujarse el aire comenzó a cargarse de aura primigenia en su estado más puro. Su pelaje se estaba erizando, una presión extraña le estaba oprimiendo el pecho y su corazón ardía con el fuego de mil soles. Su cuerpo estaba reaccionando al poder residual. Una corriente eléctrica le recorrió de parte a parte la espina dorsal, disparando todos sus sentidos. Miró el saliente. Lo lograría. Esta vez estaba seguro de que podría lograrlo. Cogió impulso y comenzó a trepar por la pared a una velocidad imposible aún para el más rápido de los zirpal, dejando una estela naranja tras su paso. Segundos más tarde alcanzó la plataforma y se lanzó por los túneles en busca de sus compañeros.


El choque de fuerzas era simplemente salvaje. Padre e hija entrechocaban sus auras como si se tratase de dos demonios salvajes que tratasen de aniquilarse el uno al otro. Cada impacto generaba una racha de viento huracanado capaz de volcar un edifico. Se movían por la helada superficie de la montaña a una velocidad sencillamente imperceptible para el ojo humano, dejando únicamente una estela del color de sus auras tras su paso. Cada ataque de aquellos monstruos generaba inmensas olas de hielo cuyos choques formaban estructuras de tal tamaño y de formas tan caprichosas que el conflicto había acabado por modificar el paisaje.

Aunque poseyeran las mismas habilidades, era evidente que su estilo de lucha era muy diferente. El poder del adulto era innegablemente superior, sin embargo Kiora no solo era más rápida y ágil, sino que su hielo se formaba mucho antes que el de su padre, provocando que éste tuviera que retroceder para poder lanzar sus ataques. A pesar de todo, la lucha estaba sorprendentemente igualada. Sin embargo, había algo trascendental que sí les separaba: la experiencia. Poderosa o no, aquel seguía siendo el primer duelo realmente serio de la joven, mientras que el hombre había tenido que luchar por su título en numerosas ocasiones.

Eventualmente la experiencia del veterano acabó imponiéndose al ímpetu del novato. Kiora recibió un serio puñetazo envuelto en aura en pleno pecho que le hizo caer de espaldas sobre la helada nieve, jadeante. Su padre se acercó a ella, despacio, con la tranquilidad del que se sabe vencedor. Levantó una mano y concentró su aura, listo para rematarla. Pero en ese momento una sombra blanca emergió de entre la nieve cuchillo en mano dispuesto a rebanar a traición la garganta de su objetivo. Sin embargo éste se giró a una velocidad imposible y propinó a su atacante un golpe en la boca del estómago con más fuerza incluso de la que había recibido la joven, el cual le hizo soltar el cuchillo y doblarse sobre sí mismo aullando de dolor.

— ¿De verdad pensabas que no me iba a dar cuenta de tu presencia? _Dijo con un tono burlón_ Da gracias de que estoy agotado, o ya estarías muerto. Aunque de todos modos tan solo te has ahorrado una muerte rápida. _Explicó mientras se colocaba despacio tras el cazador._

Alzó su mano y se preparó para dar el golpe mortal, pero en ese mismo instante un destello naranja emergió de las entrañas de la tierra envuelto en un grito de guerra de júbilo salvaje. El mago giró la cabeza durante un segundo. Solo un segundo. Suficiente. Unos colmillos emergieron de entre las columnas de hielo y fueron a clavarse con precisión en el costado el costado de su víctima. El grito de dolor del mago retumbó bajo los cielos como el rugido de una bestia herida por primera vez. El dolor y la furia le cegaron. Convocó una colosal columna de hielo que congelaría en el tiempo la muerte de Fenrir durante décadas. Las últimas palabras de la bestia no fueron un aullido de dolor, sino de triunfo.

El sacrificio del lobo había logrado crear unos segundos demasiado valiosos como para ser desperdiciados. Eso fue lo que tardó Akil en lograr alcanzar y encarar al hechicero. Ni siquiera se detuvo. Sabía perfectamente que solo tendría una oportunidad. No sabía apenas nada sobre el “arte de la lanza”, pero lo que sabía era suficiente. Cogió la lanza con una mano y la situó en posición inversa mientras que con la otra agarró un poco de nieve. Su oponente todavía tenía la mano apuntando en otra dirección, por lo que al lanzarle la nieve a los ojos su primer impulso fue apartarla con la mano en un movimiento lateral, dejando así una avertura perfecta hacia su pecho. Akil no solo esquivó la ráfaga de aura, sino que con el mismo movimiento del lanzamiento se agachó, giró sobre sí mismo y apuñaló de parte a parte y de espaldas el corazón de su oponente.

El mago quedó conmocionado por unos segundos, mientras un ictus de sangre brotaba de su boca. Instantáneamente de la herida comenzó a brotar un hielo rojizo que envolvió por completo la lanza y el brazo del muchacho, haciéndole chillar del dolor que le provocaba el frío aun aún a través de sus hechizos de protección. Milagrosamente logró partir la lanza gracias a los profundos arañazos que la recorrían, rompiendo así el hielo y liberándolo de su prisión. Jamás recuperaría la sensibilidad en ese brazo. En ese mismo instante Kiora apareció a su espalda y colocó las manos en el torso malherido de su padre. La lucha de auras comenzó de nuevo, pero esta vez no se trataba de un duelo de fuerza, sino una lucha de aguante. Sus auras se arremolinaron a su alrededor como dos gigantescas columnas de fuego de fríos colores. Finalmente, la herida le pasó factura, y Kiora asesinó a su padre empalándolo de dentro hacia afuera con miles de diminutas estacas.

— Adiós, papá. _Fue lo último que alcanzó a decir con los ojos llenos de lágrimas justo antes de perder el sentido._

Lo habían logrado.


No hubo tiempo de celebraciones. Kiora estaba inconsciente y ambos hombres sabían perfectamente lo que les ocurriría si sus hechizos empezaban a dejar de hacer efecto. Se despidieron y mostraron sus respetos al difunto Fenrir, el auténtico héroe de aquel día. Descendieron en completo silencio. Ronah no tuvo más remedio que cargar con la bruja a pesar de sus heridas. Una vez en su choza dejaron a la mujer descansar junto al animal que apenas unas horas antes había salvado. Ronah se encargaría de cuidarla hasta que despertase. Se despidieron con una escueta reverencia, conscientes como estaban de que nunca volverían a verse.

EL viaje de regreso fue bastante más fácil. Apenas dos días más tarde logró alcanzar el poblado vecino, donde la anciana le recibió con los brazos abiertos y un plato caliente. A la mañana siguiente emprendió de nuevo el viaje de regreso a casa. Estaba feliz por volver a pisar su amada sabana, pero no había tiempo para disfrutarla. Tenía una nueva misión que cumplir.

Logró regresar a su poblado ya entrada la noche. Lo primero que hizo no fue visitar a ningún ser querido, sino dirigirse directamente a la choza del jefe, donde, sin ningún tipo de formalismos, le explicó todo cuanto había ocurrido, incluida la trágica muerte de todos los expedicionarios. En un principio no le creyó, pero no tuvo más remedio que hacerlo al mostrarle el medallón de Lagú manchado con su propia sangre. El ambiente se cargó de una tensión silenciosa e inquebrantable. En cuanto llegara la mañana las mujeres de la aldea llorarían por días la pérdida de aquellos a quienes amaban.

Akil salió de la choza en silencio, arrastrando los pies como el que se ve obligado a realizar una tarea que prefería morir antes que cumplir. Pero debía hacerlo. Había alguien que no merecía esperar hasta el amanecer. Se fue a buscar a Miri, y la encontró donde siempre, contemplando la gran montaña. Nada más verle corrió a sus brazos y le abrazó como si hubiesen estado separados durante años. Akil memorizó cada detalle de la hermosa sonrisa de Miri, pues sabía que probablemente jamás volvería a verla. Acto seguido le confesó sin sutileza ninguna el paradero de su hermano. Al principio creyó que estaba bromeando, pero cuando le enseño el medallón su rostro se tornó en la mueca de horror más pura que hubiera visto jamás. La abrazó, consciente como estaba de que eso jamás la consolaría.


Y mientras la lágrimas de dolor de la mujer que amaba caían por su pecho, Akil miró a las lunas, recordando el gran viaje que había realizado, a los amigos que había logrado hacer, y la, en el fondo, maravillosa aventura que había vivido.
 

Tyren Sealess

A fullmetal heart.
Ya comenté en esto hace tiempo, pero no pude postear... :c

Bueno, esta historia es increíble. Tiene de todo: personajes complejos, un argumento sólido y un contexto trabajado. Uno de los puntos débiles podría ser la longitud, pero a mí se me hizo corto y me tuvo atrapado desde el principio. Si hay algo malo son los errores de tipeo (también llamados erratas en los impresos) y la velocidad: los personajes evolucionan y cambian de actitud demasiado rápido. El ejemplo más claro es que nada más conocer a los otros, Kiora les revela la verdad.

Aún así, este es para mí uno de los mejores relatos de este concurso. ¡Sigue así!
 
@Tyren Lannister

Sí, soy consciente de los errores de tipeo. Tuve que presentarlo a toda prisa y a última hora (Unido al hecho de que, por motivos personales, tuve que escribir la historia entera en una sola noche) Por lo que, dentro de lo que cabe, no salió tan mal.

Y sí, también soy plenamente consciente de que que la historia va demasiado rápido ¿El Mar de las Nubes un solo renglón? ¿Nada más salir de él ya se encuentra con los cadáveres de su tribu? Con Akil puede ¿Pero en serio le rebelas tal secreto a alguien que acabas de conocer y del que no te fías? ¿En serio?

Me vi forzado a acelerarlo debido a que la historia completa habría sido demasiado larga para considerarse relato. De hecho, ya he perdido puntos en el reto por culpa de lo larga que es (A pesar de que en realidad es la segunda más larga y a la otra no le han dicho nada ¬¬)

Pero tranquilo, ya he pensado en eso. Cuando acabe el concurso de relatos pienso editar la historia, de forma que quede más larga y los sucesos ocurran de una forma más natural. De este modo la historia acabaría siendo como la ideé en un principio.


Y si por contexto te refieres al lore, debes saber que esta historia ocurre en el mismo mundo que la biografía de Gaol Hemris, solo que casi en la otra punta del mundo (el equivalente en La Tierra a África) y varios siglos antes.

De hecho, en realidad se trata de un mundo entero en sí mismo sobre el que llevo años creando historias. El resultado natural es que el lore de dicho mundo haya acabado siendo tan complejo que no me abarque en un único relato.

Es más, tenía pensado publicar algunos mini relatos y legendas de dicho mundo en la zona literaria. Sin ir más lejos, este mismo relato está basado en Los Viajes del Lobo de Asakai, una de mis historias de ese mundo.
 
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