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[Fragmento] Gaol Hemris VS Random

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Bien, las reglas son simples: Cada participante presenta un fragmento, el resto vota el que más le guste, y al acabar el plazo el más votado gana.

—Género, tamaño y título del fragmento: Irrelevante.

—Número de participantes y cantidad de votos: Ilimitados.

—Número de votos máximos por persona: La mitad del número de participantes redondeado hacia abajo. Cada voto vale 1 punto.

—Duración del reto: Tres días. En caso de superarse los tres participantes se añadirá un día extra por participante, hasta un máximo de 7.

Empezaré yo con el principio del Invocador de la Locura, la más cruda de mis historias:


Corría. No sabía dónde estaba. No sabía de dónde venía ni a dónde se dirigía. No sabía qué estaba pasando. Ni siquiera sabía quién era. Solo sabía que corría. La velocidad le impedía distinguir bien el entorno, pero sí logró entrever que estaba corriendo a cuatro patas. No podía distinguir a qué clase de bestia pertenecían aquellas extremidades, pero sí descubrió que tenía pelo. Un pelo que comenzaba a erizarse a medida que avanzaba cada vez más y más deprisa.

¿Qué era lo que le empujaba con tanta insistencia hacia un incógnito destino? Lo desconocía, pero podía sentir como su corazón se aceleraba al tiempo que su respiración se hacía cada vez más pesada. No cometió el error de asociarlo al cansancio, pues no notaba el menor atisbo de fatiga. La distancia entre zancadas aumentaba a cada paso que daba. Ya no solo corría, sino que volaba sobre un suelo incierto que no sentía bajo sus patas.

La tranquilidad de su extraña marcha comenzó a verse interrumpida por sus sentidos.

Primero, vino el oído. Y, con él, una debacle de ruidos roncos, molestos y superpuestos, sonidos que indicaban de forma inequívoca que algo malo estaba pasando.

Después, el olfato. Al principio no olió nada, pero al momento su indeterminada nariz comenzó a notar un espeso olor rancio, denso y amargo. Segundos después ya podía percibir un inconfundible aroma a acero, sangre, pólvora y descomposición.

A continuación, el tacto. A aquellas alturas avanzaba ya a tal ritmo que cualquiera creería que sus patas realmente no llegaban a tocar el suelo, pero en efecto, lo hacían, y cada vez que lo hacían podía sentir como pisaba una extraña sustancia. Líquida, a juzgar por el chapoteo, pero extrañamente espesa, la cual le dejaba un olor cada vez más nauseabundo y desagradable.

Y finalmente, la vista. No vio de inmediato, pero sí pudo observar como poco a poco su visión de túnel iba desapareciendo al mismo tiempo que los difusos contornos de la lejanía se tornaban de colores vivos y rojizos al tiempo en que indeterminadas siluetas empezaban a brotar a su alrededor.

Al contrario de lo que hubiera resultado lógico, aquella caterva de sensaciones no le desagradaba en lo más mínimo, pues a medida que se acercaba a la fuente de todas ellas podía sentir como algo se retorcía de puro regocijo en lo más profundo de su ser. Una oleada de endorfinas recorría cada célula de su cuerpo haciéndole sentir una presión inmensa en su pecho que hacía que su corazón latiera fuera de sí. Su más primitivo instinto le estaba llamando a acudir al lugar en que sin dudas estaba sucediendo algo horrible.

Ascendía, o eso le parecía, pues cada vez le costaba un mayor esfuerzo impulsarse, especialmente con sus patas delanteras. Pero no se detenía. Cualquier otro ser viviente hubiera sucumbido al cansancio hace ya bastante tiempo, pero aquel extraño ser que era no daba muestra alguna de flaquear.

Estaba ya cerca de su destino, y lo sabía.

Ya había recuperado la visión casi por completo. Aunque todavía no podía distinguir en qué clase de lugar se encontraba, comenzaba a percibir a su alrededor los inequívocos signos de una batalla.

Había comenzado a reducir su ritmo, cosa que le extrañó ¿Por qué ahora, que ya estaba tan cerca de su objetivo? Fue entonces cuando lo comprendió. Su visión había vuelto ya por completo. Se encontraba en una especie de loma escarpada que desembocaba en un profundo y casi vertical precipicio. Los sonidos macabros y los olores nauseabundos que le habían acompañado durante todo el viaje emergían de aquel acantilado con una intensidad que pocos hubieran creído posible.

Pero no era aquello lo único que emergía de las profundidades. Si había algo que lograba imponerse, aún por increíble que pareciera, al olor y lo que ahora no tenía duda, se trataba de gritos, era sin duda la inconcebible sed de sangre que brotaba de aquel lugar. Aquella loma hedía a muerte hasta tal punto que parecía que todas las bestias de la Creación hubiesen formado un Aquelarre en lo más profundo de la sima.

Aquel era sin duda el lugar al que se había dirigido desde el principio, pero ya no tenía deseo alguno de acabar lo que empezó.

La criatura que al parecer era sufría en su interior una curiosa contradicción. No quería continuar avanzando, y por Dios que no quería saber qué se ocultaba al fondo del acantilado. Ya había tenido suficiente para saber que las entrañas de aquel lugar no podían albergar nada bueno, pero, aun así, su cuerpo, y sobre todo, sus instintos, no solo se negaban a obedecerle, sino que pugnaban contra él por el control de su propio cuerpo. Y parecía que iban ganando la contienda pues, lento pero seguro, avanzaba paso a paso hacia lo que a estas alturas le parecía ya la boca del mismísimo Infierno.

Y lo que en un principio era para él tan sólo una intuición se convirtió en absoluta certeza en el mismo instante en que el cuerpo que hasta hace unos segundos creía suyo venció finalmente a su voluntad y contempló los horrores que yacían en el fondo del abismo.

En contra de lo que había temido, no se estaba llevando a cabo ningún signo de tortura, sino que, tal como presagiaban las huellas que había dejado atrás hace unos instantes, lo que ocurría en el fondo del acantilado no era otra cosa más que una batalla. Una contienda que, sin embargo, lograba el prodigioso milagro de ser mil veces más terrible que cualquier otra cosa que su mente hubiera sido siquiera capaz de concebir.

Si quienes luchaban fueron alguna vez hombres, debía de hacer bastante que su humanidad había huido de aquel lugar, abandonando a sus antiguos propietarios a merced de sus más primitivos y sanguinarios instintos. Aquel no era en absoluto un enfrentamiento entre hombres, pues más parecían una manada de bestias sarnosas tratando de aniquilarse las unas a las otras revolcándose en un océano de su propia sangre. Ningún ser humano podía haber lanzado semejantes fritos de guerra, que asemejaban más la respiración de un temible monstruo demoníaco que a auténticos sonidos emitidos por seres mortales. Y, desde luego, ningún ser racional podía luchar con la brutalidad y salvajismo con que aquellos hombres lo hacían.

Jamás había estado tan horrorizado. Aquella visión demoníaca le hería los ojos como si se tratara de mil agujas afiladas para gravarse a fuego en lo más profundo de su cerebro. Aquella imagen parecía provenir del corazón de las más horrendas pesadillas. Sin embargo, su cuerpo no opinaba lo mismo que él. Su lomo se erizaba al tiempo que un hormigueo eléctrico le recorría la columna de parte a parte. Aquella visión le horrorizaba, pero al mismo tiempo era incapaz de apartar la vista de ella. Descubrió asombrado que tenía colmillos, de los cuales había comenzado a caer un ictus de babas que indicaban de forma indudable que estaba disfrutando del espectáculo. Cada músculo de su cuerpo estaba en absoluta tensión a la espera de tener la más leve excusa para abalanzarse sobre aquel mar de muerte.

Consciente de la intención de sus propios impulsos, trató desesperadamente de retomar el control de sí mismo. Fue en vano. Echando atrás la cabeza tomó todo el aire que sus pulmones le permitieron para lanzar el grito más brutal, salvaje y descarnado que jamás hubiese imaginado ser capaz de emitir. El eco de su propio grito rebotó en cada pared del acantilado opacando hasta al más salvaje de los contendientes que allí luchaban. Y mientras las entrañas del averno le devolvían su llamada, saltó al vacío en medio del más inconmensurable éxtasis.



Bien, habiendo presentado mi fragmento ¡Qué comiencen los juegos del hambre literarios!
 
Última edición:

Tyren Sealess

A fullmetal heart.
@Gaol Hemris Qué curioso, el principio de tu fragmento es prácticamente igual al prólogo de una vieja historia mía.
Bueno, a lo que nos importa: presento la versión mejorada de un fragmento de mi historia actual.

A lo mejor la historia de Zakk despertó un recuerdo olvidado. A lo mejor era su mejora en la lectura de los glifos. Pero esa noche soñó. Soñó que el colgante de su pecho relucía, y esa luz tenía milenios de antigüedad, pero llevaba tiempo sin lucir. Y vio plumas y armaduras y espadas y garras relucientes, pero sacó el colgante de su ropa. Y entonces sólo vio el colgante, un sol dando fuerza a un mundo. Y en ese astro de metal azul unas líneas de viento congelado se movían. Esas líneas eran unas runas que eran todas las runas, todo el saber que había tenido y había olvidado, que, como el colgante, volvía a relucir.
Despertó. Lo primero que hizo fue mirar el colgante. Había en él unos símbolos. Casa Hyulaera, decían, eso estaba escrito en ellos. Casa de Hyul. Era el idioma susurrante que había aprendido de su madre. Y esos signos no eran letras, eran runas.

La revelación golpeó a Fellek tan fuerte que su sueño se disipó. Por eso su pelo. Por eso sus habilidades. Habrían muerto todos, pero él no podía no ser uno de ellos. Era un elenthi.

¡Suerte!
 
Bien, dado que ya han pasado los tres días de plazo límite y nadie ha votado, me veo en la obligación de alargar dicho plazo otros tres días. El resto de normas seguirán exactamente igual hasta entonces.
 
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