Tyren Sealess
A fullmetal heart.
Respuesta: [Historia] En el Festival de la Victoria (secuela de Un Cuento de Madrid) [22/5/15]
Antes de desayunar, Caoimhe fue al baño a darse una ducha. Apenas había movido el picaporte cuando salió la voz de Oren proclamando que el baño estaba ocupado. Así que Caoimhe fue a la cocina y se sirvió el desayuno con las manos desnudas. Ni siquiera temblo la taza.
Tras desayunar, volvió a su cuarto a escoger ropa limpia y fue de nuevo al baño.
- ¿Puedo pasar ya?
- Sí, ahora mismo salgo.
Caoimhe entró. Oren tenía puestos sus eternos vaqueros holgados y se estaba abrochando una camisa a cuadros blancos, rojos oscuros y negros. Solo llevaba la mitad de los botones abrochados, y al mirarle, la chica vio que una cicatriz cubría el lado izquierdo de su pecho.
- ¿Qué…?
Tardó un segundo en darse cuenta. La historia de la noche anterior… ¡Oren había disfrazado su propia historia para contársela!
- ¿Por qué? ¿Por qué la historia de anoche?
- ¿Estás bien?- se acercó y empezó a abrazarla, pero se contuvo.- Lo… Lo siento.
¿Por abrazarla? ¿Por si la cicatriz la había traumado? Eligió la segunda opción.
- Solo es una cicatriz, no pasa nada. Lo de anoche… ¿Era tu historia?- Oren asintió con la cabeza.- ¿Por qué me la cuentas?
- Hace unos días, me preguntaste por qué soy tan frío, por qué no vivo con mis padres y por qué tengo recuerdos que producen pesadillas. Era mi forma de responderte. Eres la primera persona a la que cuento esto. A… a la que aprecio lo suficiente como para contárselo.
- ¿Debería sentirme honrada?
- Eso lo decides tú- la coraza de Oren había vuelto.- ¿No querías ducharte?
Oren no sabía qué le había pasado con Caoimhe. Sabía, por experiencia propia, que la forma más fácil de dañar a alguien era a través de sus seres queridos. Por eso desde hacía cuatro años no se había encariñado mucho de nadie, menos de Traumwald, que era casi parte de él.
Decidió ejercitar un poco el simbolismo para distraerse, y recordó el trabajo del marido de Abuela. Fue a la habitación, cogió las hojas y se puso a trabajar sobre la mesa.
Parecía que lo que ese hombre hacía era escoger un símbolo, y luego separarlos en uno o dos “cuerpos”, conectados de forma simple. También había anotaciones que, cosa rara, estaban en inglés. En una de ellas decía: “Parece que los símbolos simples tradicionales se pueden descomponer en múltiples, de dos o más núcleos de acción, que son más fuertes que los simples. Y esos símbolos múltiples son más fuertes cuanto más escasas y simples son las conexiones entre sus núcleos.”
Oren decidió probar a hacer un símbolo múltiple. Escogió uno fácil: el escudo, el mismo símbolo que tenía en el brazo izquierdo. Lo trazó en una hoja de papel. Después tuvo que emplear dos horas en distinguir, usando todos sus conocimientos de geometría simbólica, cuáles eran los núcleos de acción del símbolo. Tomó otra hoja de papel y trazó la versión múltiple del símbolo con su eterno bisturí. Los conectó con simples líneas y máximo cuidado, y cuando acabó, tocó el resultado.
Hubo un chisporroteo de luz rojiza, y tras ello, nada.
Oren se enfureció: ¿para eso había malgastado media mañana? Con un grito de furia, cogió la hoja de papel y la rompió en dos trozos, que cayeron al suelo.
Necesitaba beber agua, así que se alejó de la mesa medio paso. No pudo dar el paso entero, ya que se encontró con algo como una barrera de cristal. Empujó y la barrera se rompió en trozos amarillos anaranjados que desaparecieron. ¿Qué era eso?
Oren giró para buscar con la mirada la fuente de la barrera. No la vio al principio. Pero cuando miró al suelo, vio la hoja donde había trazado un símbolo múltiple, rota justo por las líneas conectoras. Entre las líneas quebradas había finos hilos de energía, que causaban la burbuja sólida.
“Claro…”, pensó. “Cuanto más finas son las conexiones, más fuerte es el símbolo. ¿Qué mejor que que no las haya?”
Su mente de simbolista empezó a pensar en decenas de cosas que se podían hacer con esos símbolos coordinados.
- ¡Sí, sí, toma ya!
Esa cena era la primera comida a la que Oren podía asistir en el palacio. Tras atravesar los jardines, fue guiado por el laberinto interior del palacio hasta una puerta verde con incrustaciones de oro. El guía le hizo un gesto de invitación con las manos, y Oren entró.
Todo en la sala era grande: las desnudas paredes, que elevaban la altura del techo, las cuatro puertas que desembocaban en ella, las ciento muchas sillas y la mesa redonda alrededor de la cual estaban dispuestas. La mesa, además, era una filigrana: estaba hecha de distintos tipos de piedra, minerales y metales, preciosos o no, que formaban intrincadas formas curvas y abstractas.
En esta sala, por muy fastuosos que fueran los ropajes de los comensales, eran eclipsados y parecían pequeños. Estaban sentados alrededor de la mesa. Allí, frente a la puerta, estaba Tya Ni Cao, el emperador de Aho Shan. Llevaba puesta una austera corona de jade y madera negra, con la escama de dragón dorada engarzada. A sus lados estaban, su propia familia y las Cuatro Familias, lo más parecido a la nobleza ahoshaní: a los diez años, cada miembro de esas familias juraba obediencia absoluta al emperador con el mismo juramento con el que Abuela había prometido a Caoimhe y Oren no dañarles. Después estaban los demás invitados. La mayoría eran ahoshaníes, pero también había algunos extranjeros. Entre todo ese lujo, Oren Sylvan se sentía ridículo con su simple camisa.
Tya Ni Cao se levantó.
- El Festival de la Victoria es feliz porque recordamos la derrota de Sullivan. Pero hace cuatro años fue doblemente feliz porque Sullivan murió. Y hoy es triplemente feliz, porque su asesino acaba de entrar en esta sala. Oren Sylvan- Tya Ni Cao retrocedió,- me inclino ante tu hazaña y tu valentía.
El emperador se inclinó literalmente. A un tiempo, todos los comensales se levantaron y le imitaron. Y de pronto, Oren, el que iba ridículamente vestido, pasó a ser la persona más importante de la sala. Se sintió como si estuviera desnudo, y se ruborizó. Tya Ni Cao soltú una risotada.
- Veo que eres guerrero, y no señor: no te gustan los halagos. ¡Pero a todos nos gusta la buena comida! Siéntate- señaló una silla,- Oren Sylvan, pronto llegarán los que quedan.
Oren se sentó, aliviado, y vio que a sus lados no había más que ahoshanís, que charlaban animadamente en chino. A su lado había una silla vacía, y deseó que ahí se sentara un extranjero; si no, estaría bastante aburrido.
Fueron llegando los invitados restantes. El recibimiento del emperador para ellos no fue ni mucho menos tan solemne, y así supo que el suyo había sido sincero. Lanzó una mirada alrededor de la mesa: T’ang Zhu se la devolvió fríamente, pero ni rastro de Niklaus Thorvaldsen o la tal Ceres.
Entró a la sala un joven que tendría ocho o nueve años más que él. Fue recibido brevemente y se sentó junto a Oren. Por un rato no se hablaron, Oren lanzaba miradas de reojo al joven, que las devolvía en menor medida.
- No pensaba- dijo,- que hubiera gente tan joven por aquí.
- Ya, es raro. ¿Por qué estás aquí?
- Me dieron la invitación. ¿También invitan ingleses?
- Soy madrileño.
- Menos mal, si no tu acento sería completamente británico.
- El americano es peor- replicó.- Y encima en la tele siempre hay algún actor o político vomitando, digo, hablando así.
Tya Ni Cao acabó un discurso en su idioma y apareció un ejército de camareros que sirvieron platos, agua y un licor blanco translúcido en un pequeño vaso. Oren, con un gran esfuerzo, consiguió probar un poco de arroz con los palillos y lo encontró delicioso. Un camarero advirtió su dificultad y le dio cubiertos occidentales. Pudo concentrarse en la comida, y así no tener que hablar con el joven de su lado: no le había caído nada bien.
Entonces, alguien que parecía importante exclamó lo que Oren supuso que sería un halago al emperador, y todos levantaron sus vasitos de licor. Oren los imitó. Vaciaron el vaso de un trago. El líquido abrasó la boca y garganta de Oren, que recordó por qué odiaba el alcohol. Entonces el camarero rellenó el vasito. Poco después, el emperador exclamó algo parecido.
Antes de alzar su vaso, Oren buscó con la mirada a T’ang Zhu. El noble tenía la mirada fija en él, y al adolescente le llegó la revelación: T’ang le tenía algo preparado para cuando estuviera borracho. Así que, esta vez, Oren se llevó el licor a la boca, pero no abrió los labios: parecía que hubiera bebido, pero no lo había hecho. Más tarde, averiguó que eso era una especie de brindis por cada miembro distinguido de la mesa: Tya Ni Cao le dedicó un elogio en inglés.
Intentó conversar con el joven que había a su lado, pero no le soportaba, y no consiguió averiguar más que su nombre: Alex Hawkson.
Empezó a notarlo. Estaba en el ruido de platos y copas, en las animadas conversaciones, en el movimiento de la gente. Era el mismo agobio, el mismo miedo a la multitud que le había asaltado días atrás en el Club Magyk. Tenía que salir. ¿Dónde estaba Traumwald? La había dejado en casa de Abuela, recordó, porque quizá no fuera bien recibida en palacio.
Se levantó. Un hombre le preguntó qué le pasaba. Fue a contestarle, pero recordó que T’ang le quería borracho.
- Tengo que irme- dijo, hablando como si estuviera lleno de aquel asqueroso líquido blanco.
- Puede dormir aquí.
- No, no no, me esperan.
- Hasta la vista, entonces. No es correcto faltar a una cita.
Fue a salir, y recordó súbitamente algo que había oído.
- Hawkson- susurró Oren,- estás en peligro.
- ¿Es eso una amenaza?- el joven había bebido algo más que Oren.- No me das miedo, ¿sabes?
Inútil razonar con él. Además, Hawkson y Ceres no eran su problema. Su problema era T’ang Zhu, cuyos ojos sentía en su espalda.
Dando fingidos tumbos, salió de la sala. Una vez fuera, en el laberinto de pasillos, respiró hondo para calmarse y repasó mentalmente el camino seguido para llegar allí. Empezó a desandarlo. Entonces se preguntó cuál podría ser la razón por la que T’ang le observara así. Oyó algo cuando iba a torcer una esquina. Intentó frenarse, pero ya era tarde.
- Aquí está- dijo Niklaus Thorvaldsen a través de una especie de microcomunicador de radio.- Pero parece sobrio.
Podría estar asustado, o mentalizándose para luchar Pero Oren estaba molesto. Sí, porque acababa de estar en una cena agobiante, sintiéndose amanazado, con un único compañero de conversación que era insoportable, ¿y ahora esto?
Sopesó sus posibilidades. No tenía a Traumwald con él, pero si las cosas se ponían feas podía usar la lengua dracónica.
La transformación de Thorvaldsen en licántropo acabó, y Oren activó su escudo. El lobo humano se lanzó a por él. Oren bloqueó los zarpazos con su escudo, e intentó infructuosamente herirle con la espada.
Aunque la fuerza de Thorvaldsen era grande, el escudo era muy resistente, y Oren lograba bloquear todos los golpes. Lo único que conseguía el escandinavo era que Oren retrocediera, y el adolescente ya pensaba en el mejor contraataque.
Entonces su espalda tocó algo, y giró la cabeza. Una pared. Un pasillo sin salida. Comprendió que Thorvaldsen no quería dañarle. Quería conducirle a donde quisiera haciéndole retroceder. Tenía que rehacerse. Contraatacar. Demasiado tarde. Un zarpazo en la cabeza hizo que su vista se nublara.
Abrió los ojos. Forzó a su cuerpo a reanimarse. Vio una luz. Vio que la luz llegaba a través de unos barrotes. Vio que estaba en una pequeña habitación. Vio que los barrotes formaban una puerta. Vio a Thorvaldsen entre la puerta y la luz.
- Cinco minutos- gruñó el hombre.- Has tardado solo cinco minutos en despertarte. Sí que eres duro.
Empezó a irse, pero cambió de opinión.
- Por si te interesa, T’ang Zhu ha dicho que quizá te saque para ejecutarte, pero viendo lo cabrón que eres, quizá te deje ahí a morir de inanición.
- Estás… Estás en peligro.
- Mira quién lo dice.
- Empezar… una pelea en el Palacio del Emperador es una gran deshonra. Espero que T’ang te proteja bien, porque se castiga duramente.
Thorvaldsen sacó una fuerte risotada del fondo de su pecho.
- ¿Te parece que me importa esa honra? Además, nadie lo sabrá, aparte de nosotros tres.
Se fue.
Oren se puso a trabajar. Murmuró “apocaliptei”, y la protección simbólica de la celda se hizo visible a sus ojos.
Se le cayó el alma a los pies. Había símbolos grabados en la celda, sí, pero estaban cubiertos por piedra en las paredes y metal en las rejas: no podían ser destapados. Era una protección perfecta, a prueba de simbolistas y reverberadores.
“Cálmate. Piensa. Tiene que haber una salida. Si has podido entrar, puedes salir.”
Oren empezó a pensar. Tenía el resto de su vida para hallar la forma de salir.
Alguien salió de la celda contigua y se puso frente a la de Oren. Llevaba utensilios para limpiar. Vio que estaba ocupada y pasó a la siguiente.
Por Thannaselanye pasan todos los vientos del mundo. Y esos vientos guardan recuerdos de todos los sitios por donde han pasado, olores y sonidos. Escuchando el viento se pueden saber muchas cosas.
Rachye había decidido buscar ella sola al humano del que su padre le había dicho que era la única manera de salvar a las Bestias. Para ello, tendría que escuchar el viento.
Hay en Thannaselanye una antigua y grande ruta, en la que se conservan, en constante movimiento, todos los vientos que alguna vez han pasado por el reino.
Algunas leyendas dicen que es natural, otras, que la construyeron las Bestias del Viento. Pero, fuera lo que fuera, ese era el mejor sitio del mundo para escuchar el viento.
Al entrar, Rachye buscaba la voz de su padre, para saber quién era su amigo muerto. Escuchó muchas conversaciones suyas, pero no era ninguna.
- No, Zaren, no. Es tu hija. Además, no soy de tu raza. No soy yo quien debe escoger su nombre.
- Dornem, por favor… Ya sabes que no soy bueno para eso. Dime algo. Lo que sea. Al fin y al cabo, puede que no lo use.
- Está bien…
Hubo una pausa. Rachye empezó a buscar otra ráfaga de viento, pero el humano siguió.
- Rachye.
¿Rachye? ¿La estaba llamando? ¿Cómo?
- ¿Rachye? ¿Sigues queriendo a Rachel? ¡Perdona! Lo siento, no quería tocar ese tema, pero… ¿la recuerdas?
- Cómo olvidarla, Zaren. Cómo olvidarla.
Rachye no se lo creía. ¡Un humano había escogido su nombre! ¿Qué debería sentir?
Recordó la frase de su padre: “Aquél que te nombró según su amor.” ¿Era ese Dornem el amigo muerto de Zaren? Entonces, ¿quién era su aprendiz? Cambió la voz que buscaba.
De esa voz no escuchó mucho, pero la mayoría eran conversaciones con otro humano, que parecía muy pequeño. Supuso que ese sería su aprendiz.
Y otro viento, mucho más reciente, le dijo su nombre: Oren Sylvan. Esa ráfaga era tan reciente que pudo incluso, por su olor, saber su procedencia: un reino humano famoso incluso entre las Bestias, Aho Shan.
9. Su problema
Antes de desayunar, Caoimhe fue al baño a darse una ducha. Apenas había movido el picaporte cuando salió la voz de Oren proclamando que el baño estaba ocupado. Así que Caoimhe fue a la cocina y se sirvió el desayuno con las manos desnudas. Ni siquiera temblo la taza.
Tras desayunar, volvió a su cuarto a escoger ropa limpia y fue de nuevo al baño.
- ¿Puedo pasar ya?
- Sí, ahora mismo salgo.
Caoimhe entró. Oren tenía puestos sus eternos vaqueros holgados y se estaba abrochando una camisa a cuadros blancos, rojos oscuros y negros. Solo llevaba la mitad de los botones abrochados, y al mirarle, la chica vio que una cicatriz cubría el lado izquierdo de su pecho.
- ¿Qué…?
Tardó un segundo en darse cuenta. La historia de la noche anterior… ¡Oren había disfrazado su propia historia para contársela!
- ¿Por qué? ¿Por qué la historia de anoche?
- ¿Estás bien?- se acercó y empezó a abrazarla, pero se contuvo.- Lo… Lo siento.
¿Por abrazarla? ¿Por si la cicatriz la había traumado? Eligió la segunda opción.
- Solo es una cicatriz, no pasa nada. Lo de anoche… ¿Era tu historia?- Oren asintió con la cabeza.- ¿Por qué me la cuentas?
- Hace unos días, me preguntaste por qué soy tan frío, por qué no vivo con mis padres y por qué tengo recuerdos que producen pesadillas. Era mi forma de responderte. Eres la primera persona a la que cuento esto. A… a la que aprecio lo suficiente como para contárselo.
- ¿Debería sentirme honrada?
- Eso lo decides tú- la coraza de Oren había vuelto.- ¿No querías ducharte?
Oren no sabía qué le había pasado con Caoimhe. Sabía, por experiencia propia, que la forma más fácil de dañar a alguien era a través de sus seres queridos. Por eso desde hacía cuatro años no se había encariñado mucho de nadie, menos de Traumwald, que era casi parte de él.
Decidió ejercitar un poco el simbolismo para distraerse, y recordó el trabajo del marido de Abuela. Fue a la habitación, cogió las hojas y se puso a trabajar sobre la mesa.
Parecía que lo que ese hombre hacía era escoger un símbolo, y luego separarlos en uno o dos “cuerpos”, conectados de forma simple. También había anotaciones que, cosa rara, estaban en inglés. En una de ellas decía: “Parece que los símbolos simples tradicionales se pueden descomponer en múltiples, de dos o más núcleos de acción, que son más fuertes que los simples. Y esos símbolos múltiples son más fuertes cuanto más escasas y simples son las conexiones entre sus núcleos.”
Oren decidió probar a hacer un símbolo múltiple. Escogió uno fácil: el escudo, el mismo símbolo que tenía en el brazo izquierdo. Lo trazó en una hoja de papel. Después tuvo que emplear dos horas en distinguir, usando todos sus conocimientos de geometría simbólica, cuáles eran los núcleos de acción del símbolo. Tomó otra hoja de papel y trazó la versión múltiple del símbolo con su eterno bisturí. Los conectó con simples líneas y máximo cuidado, y cuando acabó, tocó el resultado.
Hubo un chisporroteo de luz rojiza, y tras ello, nada.
Oren se enfureció: ¿para eso había malgastado media mañana? Con un grito de furia, cogió la hoja de papel y la rompió en dos trozos, que cayeron al suelo.
Necesitaba beber agua, así que se alejó de la mesa medio paso. No pudo dar el paso entero, ya que se encontró con algo como una barrera de cristal. Empujó y la barrera se rompió en trozos amarillos anaranjados que desaparecieron. ¿Qué era eso?
Oren giró para buscar con la mirada la fuente de la barrera. No la vio al principio. Pero cuando miró al suelo, vio la hoja donde había trazado un símbolo múltiple, rota justo por las líneas conectoras. Entre las líneas quebradas había finos hilos de energía, que causaban la burbuja sólida.
“Claro…”, pensó. “Cuanto más finas son las conexiones, más fuerte es el símbolo. ¿Qué mejor que que no las haya?”
Su mente de simbolista empezó a pensar en decenas de cosas que se podían hacer con esos símbolos coordinados.
- ¡Sí, sí, toma ya!
Esa cena era la primera comida a la que Oren podía asistir en el palacio. Tras atravesar los jardines, fue guiado por el laberinto interior del palacio hasta una puerta verde con incrustaciones de oro. El guía le hizo un gesto de invitación con las manos, y Oren entró.
Todo en la sala era grande: las desnudas paredes, que elevaban la altura del techo, las cuatro puertas que desembocaban en ella, las ciento muchas sillas y la mesa redonda alrededor de la cual estaban dispuestas. La mesa, además, era una filigrana: estaba hecha de distintos tipos de piedra, minerales y metales, preciosos o no, que formaban intrincadas formas curvas y abstractas.
En esta sala, por muy fastuosos que fueran los ropajes de los comensales, eran eclipsados y parecían pequeños. Estaban sentados alrededor de la mesa. Allí, frente a la puerta, estaba Tya Ni Cao, el emperador de Aho Shan. Llevaba puesta una austera corona de jade y madera negra, con la escama de dragón dorada engarzada. A sus lados estaban, su propia familia y las Cuatro Familias, lo más parecido a la nobleza ahoshaní: a los diez años, cada miembro de esas familias juraba obediencia absoluta al emperador con el mismo juramento con el que Abuela había prometido a Caoimhe y Oren no dañarles. Después estaban los demás invitados. La mayoría eran ahoshaníes, pero también había algunos extranjeros. Entre todo ese lujo, Oren Sylvan se sentía ridículo con su simple camisa.
Tya Ni Cao se levantó.
- El Festival de la Victoria es feliz porque recordamos la derrota de Sullivan. Pero hace cuatro años fue doblemente feliz porque Sullivan murió. Y hoy es triplemente feliz, porque su asesino acaba de entrar en esta sala. Oren Sylvan- Tya Ni Cao retrocedió,- me inclino ante tu hazaña y tu valentía.
El emperador se inclinó literalmente. A un tiempo, todos los comensales se levantaron y le imitaron. Y de pronto, Oren, el que iba ridículamente vestido, pasó a ser la persona más importante de la sala. Se sintió como si estuviera desnudo, y se ruborizó. Tya Ni Cao soltú una risotada.
- Veo que eres guerrero, y no señor: no te gustan los halagos. ¡Pero a todos nos gusta la buena comida! Siéntate- señaló una silla,- Oren Sylvan, pronto llegarán los que quedan.
Oren se sentó, aliviado, y vio que a sus lados no había más que ahoshanís, que charlaban animadamente en chino. A su lado había una silla vacía, y deseó que ahí se sentara un extranjero; si no, estaría bastante aburrido.
Fueron llegando los invitados restantes. El recibimiento del emperador para ellos no fue ni mucho menos tan solemne, y así supo que el suyo había sido sincero. Lanzó una mirada alrededor de la mesa: T’ang Zhu se la devolvió fríamente, pero ni rastro de Niklaus Thorvaldsen o la tal Ceres.
Entró a la sala un joven que tendría ocho o nueve años más que él. Fue recibido brevemente y se sentó junto a Oren. Por un rato no se hablaron, Oren lanzaba miradas de reojo al joven, que las devolvía en menor medida.
- No pensaba- dijo,- que hubiera gente tan joven por aquí.
- Ya, es raro. ¿Por qué estás aquí?
- Me dieron la invitación. ¿También invitan ingleses?
- Soy madrileño.
- Menos mal, si no tu acento sería completamente británico.
- El americano es peor- replicó.- Y encima en la tele siempre hay algún actor o político vomitando, digo, hablando así.
Tya Ni Cao acabó un discurso en su idioma y apareció un ejército de camareros que sirvieron platos, agua y un licor blanco translúcido en un pequeño vaso. Oren, con un gran esfuerzo, consiguió probar un poco de arroz con los palillos y lo encontró delicioso. Un camarero advirtió su dificultad y le dio cubiertos occidentales. Pudo concentrarse en la comida, y así no tener que hablar con el joven de su lado: no le había caído nada bien.
Entonces, alguien que parecía importante exclamó lo que Oren supuso que sería un halago al emperador, y todos levantaron sus vasitos de licor. Oren los imitó. Vaciaron el vaso de un trago. El líquido abrasó la boca y garganta de Oren, que recordó por qué odiaba el alcohol. Entonces el camarero rellenó el vasito. Poco después, el emperador exclamó algo parecido.
Antes de alzar su vaso, Oren buscó con la mirada a T’ang Zhu. El noble tenía la mirada fija en él, y al adolescente le llegó la revelación: T’ang le tenía algo preparado para cuando estuviera borracho. Así que, esta vez, Oren se llevó el licor a la boca, pero no abrió los labios: parecía que hubiera bebido, pero no lo había hecho. Más tarde, averiguó que eso era una especie de brindis por cada miembro distinguido de la mesa: Tya Ni Cao le dedicó un elogio en inglés.
Intentó conversar con el joven que había a su lado, pero no le soportaba, y no consiguió averiguar más que su nombre: Alex Hawkson.
Empezó a notarlo. Estaba en el ruido de platos y copas, en las animadas conversaciones, en el movimiento de la gente. Era el mismo agobio, el mismo miedo a la multitud que le había asaltado días atrás en el Club Magyk. Tenía que salir. ¿Dónde estaba Traumwald? La había dejado en casa de Abuela, recordó, porque quizá no fuera bien recibida en palacio.
Se levantó. Un hombre le preguntó qué le pasaba. Fue a contestarle, pero recordó que T’ang le quería borracho.
- Tengo que irme- dijo, hablando como si estuviera lleno de aquel asqueroso líquido blanco.
- Puede dormir aquí.
- No, no no, me esperan.
- Hasta la vista, entonces. No es correcto faltar a una cita.
Fue a salir, y recordó súbitamente algo que había oído.
- Hawkson- susurró Oren,- estás en peligro.
- ¿Es eso una amenaza?- el joven había bebido algo más que Oren.- No me das miedo, ¿sabes?
Inútil razonar con él. Además, Hawkson y Ceres no eran su problema. Su problema era T’ang Zhu, cuyos ojos sentía en su espalda.
Dando fingidos tumbos, salió de la sala. Una vez fuera, en el laberinto de pasillos, respiró hondo para calmarse y repasó mentalmente el camino seguido para llegar allí. Empezó a desandarlo. Entonces se preguntó cuál podría ser la razón por la que T’ang le observara así. Oyó algo cuando iba a torcer una esquina. Intentó frenarse, pero ya era tarde.
- Aquí está- dijo Niklaus Thorvaldsen a través de una especie de microcomunicador de radio.- Pero parece sobrio.
Podría estar asustado, o mentalizándose para luchar Pero Oren estaba molesto. Sí, porque acababa de estar en una cena agobiante, sintiéndose amanazado, con un único compañero de conversación que era insoportable, ¿y ahora esto?
Sopesó sus posibilidades. No tenía a Traumwald con él, pero si las cosas se ponían feas podía usar la lengua dracónica.
La transformación de Thorvaldsen en licántropo acabó, y Oren activó su escudo. El lobo humano se lanzó a por él. Oren bloqueó los zarpazos con su escudo, e intentó infructuosamente herirle con la espada.
Aunque la fuerza de Thorvaldsen era grande, el escudo era muy resistente, y Oren lograba bloquear todos los golpes. Lo único que conseguía el escandinavo era que Oren retrocediera, y el adolescente ya pensaba en el mejor contraataque.
Entonces su espalda tocó algo, y giró la cabeza. Una pared. Un pasillo sin salida. Comprendió que Thorvaldsen no quería dañarle. Quería conducirle a donde quisiera haciéndole retroceder. Tenía que rehacerse. Contraatacar. Demasiado tarde. Un zarpazo en la cabeza hizo que su vista se nublara.
Abrió los ojos. Forzó a su cuerpo a reanimarse. Vio una luz. Vio que la luz llegaba a través de unos barrotes. Vio que estaba en una pequeña habitación. Vio que los barrotes formaban una puerta. Vio a Thorvaldsen entre la puerta y la luz.
- Cinco minutos- gruñó el hombre.- Has tardado solo cinco minutos en despertarte. Sí que eres duro.
Empezó a irse, pero cambió de opinión.
- Por si te interesa, T’ang Zhu ha dicho que quizá te saque para ejecutarte, pero viendo lo cabrón que eres, quizá te deje ahí a morir de inanición.
- Estás… Estás en peligro.
- Mira quién lo dice.
- Empezar… una pelea en el Palacio del Emperador es una gran deshonra. Espero que T’ang te proteja bien, porque se castiga duramente.
Thorvaldsen sacó una fuerte risotada del fondo de su pecho.
- ¿Te parece que me importa esa honra? Además, nadie lo sabrá, aparte de nosotros tres.
Se fue.
Oren se puso a trabajar. Murmuró “apocaliptei”, y la protección simbólica de la celda se hizo visible a sus ojos.
Se le cayó el alma a los pies. Había símbolos grabados en la celda, sí, pero estaban cubiertos por piedra en las paredes y metal en las rejas: no podían ser destapados. Era una protección perfecta, a prueba de simbolistas y reverberadores.
“Cálmate. Piensa. Tiene que haber una salida. Si has podido entrar, puedes salir.”
Oren empezó a pensar. Tenía el resto de su vida para hallar la forma de salir.
Alguien salió de la celda contigua y se puso frente a la de Oren. Llevaba utensilios para limpiar. Vio que estaba ocupada y pasó a la siguiente.
Por Thannaselanye pasan todos los vientos del mundo. Y esos vientos guardan recuerdos de todos los sitios por donde han pasado, olores y sonidos. Escuchando el viento se pueden saber muchas cosas.
Rachye había decidido buscar ella sola al humano del que su padre le había dicho que era la única manera de salvar a las Bestias. Para ello, tendría que escuchar el viento.
Hay en Thannaselanye una antigua y grande ruta, en la que se conservan, en constante movimiento, todos los vientos que alguna vez han pasado por el reino.
Algunas leyendas dicen que es natural, otras, que la construyeron las Bestias del Viento. Pero, fuera lo que fuera, ese era el mejor sitio del mundo para escuchar el viento.
Al entrar, Rachye buscaba la voz de su padre, para saber quién era su amigo muerto. Escuchó muchas conversaciones suyas, pero no era ninguna.
- No, Zaren, no. Es tu hija. Además, no soy de tu raza. No soy yo quien debe escoger su nombre.
- Dornem, por favor… Ya sabes que no soy bueno para eso. Dime algo. Lo que sea. Al fin y al cabo, puede que no lo use.
- Está bien…
Hubo una pausa. Rachye empezó a buscar otra ráfaga de viento, pero el humano siguió.
- Rachye.
¿Rachye? ¿La estaba llamando? ¿Cómo?
- ¿Rachye? ¿Sigues queriendo a Rachel? ¡Perdona! Lo siento, no quería tocar ese tema, pero… ¿la recuerdas?
- Cómo olvidarla, Zaren. Cómo olvidarla.
Rachye no se lo creía. ¡Un humano había escogido su nombre! ¿Qué debería sentir?
Recordó la frase de su padre: “Aquél que te nombró según su amor.” ¿Era ese Dornem el amigo muerto de Zaren? Entonces, ¿quién era su aprendiz? Cambió la voz que buscaba.
De esa voz no escuchó mucho, pero la mayoría eran conversaciones con otro humano, que parecía muy pequeño. Supuso que ese sería su aprendiz.
Y otro viento, mucho más reciente, le dijo su nombre: Oren Sylvan. Esa ráfaga era tan reciente que pudo incluso, por su olor, saber su procedencia: un reino humano famoso incluso entre las Bestias, Aho Shan.