CentralCovenant
SamSagaz
Aunque llevaba ya tiempo planteándome hacer esto, no ha sido hasta hoy que me he sentido animado e inspirado a hacer esto.
Aquí os presento Mi Biblioteca, donde iré actualizando con pequeños relatos momentáneos y con los grandes libros que he publicado o estoy a punto de publicar.
También os dejaré el Link de mi Wattpad más los links de los respectivos libros de una forma ordenada para que los disfrutéis.
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
Iré actualizando conforme vaya escribiendo pequeños relatos o actualizando los libros correspondientes en Waatt o escribiéndolos.
Aviso: Señalaré respectivamente los libros terminados y corregidos de los que aun están en desarrollo y, por ende, necesitan un pulido.
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Avirus-Z | Ciencia Ficción (3 Capítulos para Acabar) http://my.w.tt/UiNb/rDqM1XOd5v
Sombras de Erun | Fantasía (En Desarrollo) http://my.w.tt/UiNb/8U04AVSd5vHace diecisiete años un misterioso suceso sacudió los cimientos de toda la humanidad.
La casual llegada de un invitado extraterrestre respondió las millones de preguntas que hasta ese día se formulaban, pero... ¿a que precio?
Muchos han sido los que han caído en esta carnicería, donde el eslabón más insignificante de la pirámide evolutiva ha demostrado su verdadero potencial.
El dominio de la raza humana llega a su final. El reinado de los muertos acaba de empezar.
Arnaklon | Ciencia Ficción PróximamenteHace mucho tiempo, tanto que ya nadie recuerda lo sucedido por aquel entonces, ocurrió en el continente de Erun la historia aquí narrada; los sucesos y proezas que llevó a cabo un hombre para cambiar el destino del mundo en el que le había tocado vivir, un mundo debilitado por la guerra entre elfos y hombres.
Los pilares de la tierra comienzan a tambalearse con la inquietante brisa del Vacío. Un terror impronunciable que se revuelve en su trono oscuro y que anhela volver a reinar sobre todo ser viviente con puño de hierro...
Las puertas del abismo han sido abiertas; la Marcha Negra ruge con sed de sangre.
La edad de los Hombres ha terminado. El tiempo de las Sombras ha llegado.
Palabras del Rey Raggash al Adair del Norte
Permíteme, Adair, que te cuente una historia que tiempo ha me aconteció, en mis años de mozalbete, cuando aun no era Rey de las frías tierras de Méria.
Acostumbraba yo por aquel entonces acudir a las grandes celebraciones de los arlingos y los reinos de Sornos, conocidos por sus vastas fiestas llenas de mujeres pechugonas cuando Logan sonreía a nuestro pueblo con la Paz.
Eran miles los invitados que acudían a ellas; legiones de rimbombantes nobles que anhelaban la amistad con los supremos, alimentando su hipocresía.
Ya sabes cómo es la clase alta en los Reinos del Norte: mientras corra la cerveza todos son gracias y sonrisas.
Pero de entre todos destacó un gran acontecimiento en Svalhele, en el cual yo estaba.
El Rey Supremo su boda celebraba, lleno de alegría con la afortunada.
Corría la cerveza por doquiera que yo mirara, mas una sorpresa nueva me aguardaba.
Recuerdo a la criatura, poderosa y majestuosa, siendo exhibida como una simple mascota.
No exagero al decir que se trataba del guiverno más grande que ojos de hombre han visto, haciendo gala de una fuerza sin igual.
Arboles de cuajo caían cuando contra ellos arremetía.
Su poder me hacía recordar a los viejos cuentos de mi abuelo, lleno de dragones que furiosos peleaban en los cielos por sus territorios.
Al acabar el día volví a ver al guiverno, esta vez atado con grilletes y encadenado a una gran estaca.
Con atención observé a la calmada bestia, que ni un milímetro se movía del lugar con triste semblante.
¿No era la misma criatura que horas atrás desarraigaba los más robustos árboles? ¿Qué, pues, le detenía en aquel lugar?
En búsqueda de una respuesta, acudí a los ancianos de la corte, esperando que en ellos se hallara la sabiduría. Respondieron así con convicción:
“Porque está amaestrada, la criatura no se escapa”
Y entonces pregunté lo que la lógica mandaba:
“¿Por qué, pues, está encadenada si es que es una bestia adiestrada?”
Tras un intenso debate, ninguno supo darme una contestación razonable. Y así pasaron los años sin nadie que me aclarara mi duda.
Pasaron muchos inviernos, y mi mente fue centrándose en las tareas del reino. Las curiosidades de mi juventud quedaron rezagadas, sustituidas por las preocupaciones de la corte.
Cuando ya nada recordaba de aquella criatura, llegó uno de los ancianos con la respuesta en su lengua.
“Rey Raggash: El veloz” comenzó: “¿Recuerda usted aquella pregunta que una vez formuló? El motivo de la quietud del guiverno encontré, siendo esta la respuesta.
El animal no intenta huir porque desde su infancia ha estado encadenado a esa estaca. Desde que nació fue atado a ella y por ella ha sido subyugado. Muchas veces intentó tumbarla, pero su fuerza no era la suficiente. Así llegó el día en el que, dándose por vencida, la bestia aceptó su destino, resignándose a vivir a la sombra de lo que no pudo vencer.”
Sentado en mi trono de piedra, analicé cada una de sus palabras. Como espadas de doble filo eran a mis oídos.
El poderoso guiverno que una vez hube visto no escapaba porque creía no poder hacerlo. Grabado en sus venas tenía el recuerdo de su impotencia, ligando su destino a una ilusión.
Jamás volvió a intentarlo, jamás cuestionó…
Y entonces lo vi con claridad. La sabiduría que nadie me había enseñado era ahora revelada mediante la vida de una criatura.
Todos somos aquel guiverno, encadenados a nuestros pensamientos que nos ahogan en la imposibilidad. Vivimos dando por sentado que no somos capaces de algo porque nos atormenta el recuerdo del hombre que ataño fuimos.
De nuestro errores. De nuestros fracasos.
Tememos la certeza de que esa ilusión que una vez nos frenó será nuestro muro una nueva vez.
¿Somos libres, pues?
¿No es la libertad el corazón que no puede ser enjaulado? ¿El pensamiento que no puede ser manipulado?
¿Es nuestra vida una triste sombra de aquel monstruo reptiliano que vivía bajo el yugo de su propia mente? ¿Son nuestras vidas una triste sombra de Sornos?
Las cadenas de nuestro pasado y sus consecuencias nos atan e inmovilizan
¿Seremos lo suficientemente fuertes para romperlas, o perderemos nuestra libertad bajo una ilusión?
Permíteme, Adair, que te cuente una historia que tiempo ha me aconteció, en mis años de mozalbete, cuando aun no era Rey de las frías tierras de Méria.
Acostumbraba yo por aquel entonces acudir a las grandes celebraciones de los arlingos y los reinos de Sornos, conocidos por sus vastas fiestas llenas de mujeres pechugonas cuando Logan sonreía a nuestro pueblo con la Paz.
Eran miles los invitados que acudían a ellas; legiones de rimbombantes nobles que anhelaban la amistad con los supremos, alimentando su hipocresía.
Ya sabes cómo es la clase alta en los Reinos del Norte: mientras corra la cerveza todos son gracias y sonrisas.
Pero de entre todos destacó un gran acontecimiento en Svalhele, en el cual yo estaba.
El Rey Supremo su boda celebraba, lleno de alegría con la afortunada.
Corría la cerveza por doquiera que yo mirara, mas una sorpresa nueva me aguardaba.
Recuerdo a la criatura, poderosa y majestuosa, siendo exhibida como una simple mascota.
No exagero al decir que se trataba del guiverno más grande que ojos de hombre han visto, haciendo gala de una fuerza sin igual.
Arboles de cuajo caían cuando contra ellos arremetía.
Su poder me hacía recordar a los viejos cuentos de mi abuelo, lleno de dragones que furiosos peleaban en los cielos por sus territorios.
Al acabar el día volví a ver al guiverno, esta vez atado con grilletes y encadenado a una gran estaca.
Con atención observé a la calmada bestia, que ni un milímetro se movía del lugar con triste semblante.
¿No era la misma criatura que horas atrás desarraigaba los más robustos árboles? ¿Qué, pues, le detenía en aquel lugar?
En búsqueda de una respuesta, acudí a los ancianos de la corte, esperando que en ellos se hallara la sabiduría. Respondieron así con convicción:
“Porque está amaestrada, la criatura no se escapa”
Y entonces pregunté lo que la lógica mandaba:
“¿Por qué, pues, está encadenada si es que es una bestia adiestrada?”
Tras un intenso debate, ninguno supo darme una contestación razonable. Y así pasaron los años sin nadie que me aclarara mi duda.
Pasaron muchos inviernos, y mi mente fue centrándose en las tareas del reino. Las curiosidades de mi juventud quedaron rezagadas, sustituidas por las preocupaciones de la corte.
Cuando ya nada recordaba de aquella criatura, llegó uno de los ancianos con la respuesta en su lengua.
“Rey Raggash: El veloz” comenzó: “¿Recuerda usted aquella pregunta que una vez formuló? El motivo de la quietud del guiverno encontré, siendo esta la respuesta.
El animal no intenta huir porque desde su infancia ha estado encadenado a esa estaca. Desde que nació fue atado a ella y por ella ha sido subyugado. Muchas veces intentó tumbarla, pero su fuerza no era la suficiente. Así llegó el día en el que, dándose por vencida, la bestia aceptó su destino, resignándose a vivir a la sombra de lo que no pudo vencer.”
Sentado en mi trono de piedra, analicé cada una de sus palabras. Como espadas de doble filo eran a mis oídos.
El poderoso guiverno que una vez hube visto no escapaba porque creía no poder hacerlo. Grabado en sus venas tenía el recuerdo de su impotencia, ligando su destino a una ilusión.
Jamás volvió a intentarlo, jamás cuestionó…
Y entonces lo vi con claridad. La sabiduría que nadie me había enseñado era ahora revelada mediante la vida de una criatura.
Todos somos aquel guiverno, encadenados a nuestros pensamientos que nos ahogan en la imposibilidad. Vivimos dando por sentado que no somos capaces de algo porque nos atormenta el recuerdo del hombre que ataño fuimos.
De nuestro errores. De nuestros fracasos.
Tememos la certeza de que esa ilusión que una vez nos frenó será nuestro muro una nueva vez.
¿Somos libres, pues?
¿No es la libertad el corazón que no puede ser enjaulado? ¿El pensamiento que no puede ser manipulado?
¿Es nuestra vida una triste sombra de aquel monstruo reptiliano que vivía bajo el yugo de su propia mente? ¿Son nuestras vidas una triste sombra de Sornos?
Las cadenas de nuestro pasado y sus consecuencias nos atan e inmovilizan
¿Seremos lo suficientemente fuertes para romperlas, o perderemos nuestra libertad bajo una ilusión?
Carta de Sonya Daenys al Adair
Lamento que en estas circunstancias te hayas enterado, siendo vergüenza para mi rebajarme a tan poca dignidad.
Los míos nunca hemos huido de un enfrentamiento ante hombres, elfos o enanos. Ni siquiera ante licántropos, nuestros ancestrales enemigos.
Sin embargo, no he podido resistir este duelo.
Siendo yo hija de alto linaje, princesa bajo la luna, me he visto arrastrada a rival que jamás ningún hijo de la noche enfrentó.
No hubo casualidad en ninguno de los eventos que nos acontecieron; desde la más oscura cripta hasta los páramos helados de Sornos, jamás fui una niñita en apuros.
La desesperación hizo reunir a los Señores de Sangre Pura,
líderes que desde la Era Oscura sobrevivieron.
El terror que tanto amábamos se ponía ahora en nuestra contra, golpeando a nuestras puertas.
Enviaron, pues, al mejor guerrero con el que contaban, aquel que nunca falló en misión.
Tal era nuestro temor.
La heredera al trono de los vampiros, cuya sangre amaban hasta los de más baja clase, fue a dar caza a la leyenda de los Hombres.
No pasaron más de cuatro lunas hasta que encontré a mi objetivo en las entrañas de una cripta, buscando la forma de erradicar a mi especie.
Quiso la ironía que mi presa me salvara de una amarga conspiración, la cual mi propia casa lideraba. Postergó con aquel gesto su muerte, pues ante todo soy de noble cuna.
Me invitaste, entonces, a seguirte en tu cacería contra los Sangre Pura, ocasión perfecta para salvar mi vida y aprender de los tuyos.
No te importó lo que era. No te importó quien era.
Tan solo me lo ofreciste.
Hasta el corazón del mal te guié varias veces con tretas y engaños, tan común en mi familia como en la tuya los besos y abrazos.
Una tras otra salías airoso de mis malicias, sin percatarme yo de la realidad.
Me enseñabas a apreciar aquello que nunca había visto: los fríos vientos del Norte, los collados y los pinares llenos de vida. Las extensas llanuras de plata bajo la luna y la aurora. Las ardientes montañas blancas del amanecer.
Poco a poco fui convirtiéndome en la presa de algo que nunca había visto.
Un fuego que mi interior invadía, tan ardiente como el abrazo de las llamas o la luz del sol.
La presión en mi pecho como el peso de montañas miles.
¿Es esto, acaso, el amor?
¿Es aquella cosa que anhelan hombres y elfos por igual?
Un deseo irrefrenable de defender aquello que no es mío, el anhelo de tener cerca cosas que antes no me importaban.
Sensación de asfixia cuando pienso en ti.
La calidez en mi sangre, antaño helada como carámbanos.
¿Cómo podéis los mortales vivir con semejante regalo, el cual esgrimís como arma?
Sin pensar, atacáis con ello a todo lo que os importa y lo atesoráis.
Debilidad, pero también vuestra fortaleza; y pese a ello decidiste arremeter contra mí, cargándome con un peso que soportar no puedo.
Temiéndolo yo, aún acepté de buen grado.
Ahora me doy cuenta de que no hay manera de que esto sea real.
Moriré antes siquiera de atisbar una solución.
Por ello, he desistido en mi esfuerzo. He aquí que vampira y hombre juntos no pueden estar. Sé que jamás fijarías los ojos en una “chupasangres”.
Marcharé donde nadie me encuentre jamás, teniendo la secreta esperanza de sobrevivir a la ardiente marca que has puesto en mi y a los de mi propia estirpe, que me odian por contaminarme con este rasgo tan humano.
Lamento que en estas circunstancias te hayas enterado, siendo vergüenza para mi rebajarme a tan poca dignidad.
Los míos nunca hemos huido de un enfrentamiento ante hombres, elfos o enanos. Ni siquiera ante licántropos, nuestros ancestrales enemigos.
Sin embargo, no he podido resistir este duelo.
Siendo yo hija de alto linaje, princesa bajo la luna, me he visto arrastrada a rival que jamás ningún hijo de la noche enfrentó.
No hubo casualidad en ninguno de los eventos que nos acontecieron; desde la más oscura cripta hasta los páramos helados de Sornos, jamás fui una niñita en apuros.
La desesperación hizo reunir a los Señores de Sangre Pura,
líderes que desde la Era Oscura sobrevivieron.
El terror que tanto amábamos se ponía ahora en nuestra contra, golpeando a nuestras puertas.
Enviaron, pues, al mejor guerrero con el que contaban, aquel que nunca falló en misión.
Tal era nuestro temor.
La heredera al trono de los vampiros, cuya sangre amaban hasta los de más baja clase, fue a dar caza a la leyenda de los Hombres.
No pasaron más de cuatro lunas hasta que encontré a mi objetivo en las entrañas de una cripta, buscando la forma de erradicar a mi especie.
Quiso la ironía que mi presa me salvara de una amarga conspiración, la cual mi propia casa lideraba. Postergó con aquel gesto su muerte, pues ante todo soy de noble cuna.
Me invitaste, entonces, a seguirte en tu cacería contra los Sangre Pura, ocasión perfecta para salvar mi vida y aprender de los tuyos.
No te importó lo que era. No te importó quien era.
Tan solo me lo ofreciste.
Hasta el corazón del mal te guié varias veces con tretas y engaños, tan común en mi familia como en la tuya los besos y abrazos.
Una tras otra salías airoso de mis malicias, sin percatarme yo de la realidad.
Me enseñabas a apreciar aquello que nunca había visto: los fríos vientos del Norte, los collados y los pinares llenos de vida. Las extensas llanuras de plata bajo la luna y la aurora. Las ardientes montañas blancas del amanecer.
Poco a poco fui convirtiéndome en la presa de algo que nunca había visto.
Un fuego que mi interior invadía, tan ardiente como el abrazo de las llamas o la luz del sol.
La presión en mi pecho como el peso de montañas miles.
¿Es esto, acaso, el amor?
¿Es aquella cosa que anhelan hombres y elfos por igual?
Un deseo irrefrenable de defender aquello que no es mío, el anhelo de tener cerca cosas que antes no me importaban.
Sensación de asfixia cuando pienso en ti.
La calidez en mi sangre, antaño helada como carámbanos.
¿Cómo podéis los mortales vivir con semejante regalo, el cual esgrimís como arma?
Sin pensar, atacáis con ello a todo lo que os importa y lo atesoráis.
Debilidad, pero también vuestra fortaleza; y pese a ello decidiste arremeter contra mí, cargándome con un peso que soportar no puedo.
Temiéndolo yo, aún acepté de buen grado.
Ahora me doy cuenta de que no hay manera de que esto sea real.
Moriré antes siquiera de atisbar una solución.
Por ello, he desistido en mi esfuerzo. He aquí que vampira y hombre juntos no pueden estar. Sé que jamás fijarías los ojos en una “chupasangres”.
Marcharé donde nadie me encuentre jamás, teniendo la secreta esperanza de sobrevivir a la ardiente marca que has puesto en mi y a los de mi propia estirpe, que me odian por contaminarme con este rasgo tan humano.
Canción Profética de la Gran Sierpe
Cuando escuches al viento rugir, vas a desistir
Es temible, grande y feroz
—Es Zaändûriin Sombra Negra—
Las montañas tiemblan ya con su veloz pasar
Bosques y casas arderán
—Es Zaändûriin Sombra Negra—
Las cumbres de los montes se quiebran con sus zarpas
Las victimas de sus ojos acaban torturadas
Sus dos enormes alas el sol llegan a tapar
Las fuerzas de sus mandíbulas a un mamut pueden destrozar
Si alguna vez lo avistas, te va a tocar correr
No te ilusiones, no vas a escapar
—Es Zaändûriin Sombra Negra—
El mayor de los dragones, aquel que sobre todos está
Es negro como azabache y nunca dormirá
El poder de su aliento no tiene comparación
Tan inmenso es su calor que puede cambiar la estación
Millares de ejércitos caen sin piedad
Reinos enteros ante su voluntad
—Es Zaändûriin Sombra Negra—
¡Adair! ¡Adair! Eres nuestra salvación
Sin temor alguno se armará
—Es nuestro Libertador—
Su aparición anuncia la esperada redención
Aquel que al mal derrotará
—Es nuestro Libertador—
No hay bestia alguna que contra él pueda prevalecer
Les guste o no, el orden va a imponer
Marcha hacia la guerra sin mirar atrás
En el momento escogido, contra la Sierpe se va a encarar
Hombre y Dragón luchando están
En la cima del monte Jadiel
—¡Adair! ¡Adair! Solo tú podrás vencer—
Amigo y Rey de los Hombres, servidor de la fiel Verdad
Se alza solitario en su lucha sin final
Con voz de mando a sus enemigos juzgará
Los pilares de un Imperio muerto con sus manos alzará
Fuego y acero le formarán
Y ni Zaändûriin podrá con él
—¡Adair! ¡Adair! Solo tú podrás vencer—
Cuando escuches al viento rugir, vas a desistir
Es temible, grande y feroz
—Es Zaändûriin Sombra Negra—
Las montañas tiemblan ya con su veloz pasar
Bosques y casas arderán
—Es Zaändûriin Sombra Negra—
Las cumbres de los montes se quiebran con sus zarpas
Las victimas de sus ojos acaban torturadas
Sus dos enormes alas el sol llegan a tapar
Las fuerzas de sus mandíbulas a un mamut pueden destrozar
Si alguna vez lo avistas, te va a tocar correr
No te ilusiones, no vas a escapar
—Es Zaändûriin Sombra Negra—
El mayor de los dragones, aquel que sobre todos está
Es negro como azabache y nunca dormirá
El poder de su aliento no tiene comparación
Tan inmenso es su calor que puede cambiar la estación
Millares de ejércitos caen sin piedad
Reinos enteros ante su voluntad
—Es Zaändûriin Sombra Negra—
¡Adair! ¡Adair! Eres nuestra salvación
Sin temor alguno se armará
—Es nuestro Libertador—
Su aparición anuncia la esperada redención
Aquel que al mal derrotará
—Es nuestro Libertador—
No hay bestia alguna que contra él pueda prevalecer
Les guste o no, el orden va a imponer
Marcha hacia la guerra sin mirar atrás
En el momento escogido, contra la Sierpe se va a encarar
Hombre y Dragón luchando están
En la cima del monte Jadiel
—¡Adair! ¡Adair! Solo tú podrás vencer—
Amigo y Rey de los Hombres, servidor de la fiel Verdad
Se alza solitario en su lucha sin final
Con voz de mando a sus enemigos juzgará
Los pilares de un Imperio muerto con sus manos alzará
Fuego y acero le formarán
Y ni Zaändûriin podrá con él
—¡Adair! ¡Adair! Solo tú podrás vencer—
Fragmento del Capítulo 4º de Sombras de Erun
Varios cuerpos yacían tirados, sin vida, en medio de aquella masacre. Tanto los jóvenes aprendices como los más experimentados plantaban cara a un enemigo que les superaba por diez a uno.
El amargo destino de los Cazadores Salvajes parecía ya un hecho, incapaces de volver las tornas a su favor.
—¡Adelante, inútiles! No dejéis humano con cabeza —Gritaba el más grande de los enemigos. Era este el lugarteniente del señor de aquel ejército, enviado con una única misión: tomar los túneles y exterminar todo rastro de vida a su paso.
El titánico comandante llevaba en su cuenta una gran cantidad de muertes, y seguía sumando más por cada minuto que pasaba en el campo de batalla. Agarrándolos por el cuello con su fría mano de acero, atravesaba a sus víctimas con su mandoble, el cual empuñaba como si de una espada cualquiera se tratara. De tal manera procedía él, sin ninguna pizca de compasión.
—¿Temes a la muerte? —Preguntaba a su siguiente víctima, agarrada por el cráneo y mirándole fijamente a los ojos.
El pobre niño, cuya edad no superaba los quince años, no pudo si no derramar una lágrima por el pavor que le causaba la siniestra voz bajo el yelmo de hueso.
—Patético… —Confesó al ver el poco valor de la criatura.
Levantándole unos centímetros del suelo, la gran espada de su diestra comenzaba a alzarse, anunciando la sentencia de chaval.
Sacando fuerzas de su mermado cuerpo, apareció Uktor tras algunos “cabeza hueso”, dispuesto a salvar aquel muchacho que había visto en problemas.
Con un grito de guerra, el montaraz se abrió paso entre los atacantes hasta tener línea directa hacia su objetivo.
No habría una segunda oportunidad. Era ahora o nunca.
Lanzando al joven hacia un lado como si de un despojo se tratara, el lugarteniente se preparó para contener la arremetida de Uktor, al cual había visto cargar hacia él en lo que consideraba un acto de suprema estupidez.
Alzaron los dos sus espadas con ira, cuyas hojas acabaron chocando ferozmente, bloqueándose el uno al otro.
Las miradas de ambos se entrecruzaron durante unos segundos. Segundos que parecieron una eternidad.
Con una diabólica risa, el oficial enemigo agarró la muñeca del montaraz, aplastándole todos sus huesos de la presión que ejerció. Dos rápidos rodillazos le sucedieron, dejando al Cazador sin aire y haciéndole soltar su arma. Tirado en el suelo por aquel acto, escupía la sangre de sus encharcados pulmones, pero encontró valor para mirarle a los ojos una vez más.
Una estocada rápida atravesó el pecho del montaraz, girando la hoja sobre él con ensañamiento.
—¡No! —Gritó el jovenzuelo, que lo había visto todo.
—El siguiente eres tú, mocoso —Expresó el comandante de manera intimidatoria, dispuesto a no concederle más tiempo de vida.
Con paso lento y firme acabó acorralando al chico contra la pared. No había manera alguna de escapar del inminente abrazo de la muerte, que a través de aquel ser desalmado llegaba.
Cerrando sus ojos, pronunciaba unas palabras en susurros. Eran estas las plegarias a los dioses, esperanzado en que alguna ayuda divina descendiera a su favor.
—Dime… ¿donde están tuis dioses ahora? ¡Invócalos! ¡Que sus iras combinadas desciendan sobre mí! —Se burlaba del zagal con crueldad —. No puedes, porque ellos ni siquiera existen.
La gélida mano volvió a posarse sobre la cabeza del aprendiz, alzándolo de nuevo hasta la altura de los ojos.
—Pero yo… yo seré lo último que verás antes de enviarte al infierno.
Varios cuerpos yacían tirados, sin vida, en medio de aquella masacre. Tanto los jóvenes aprendices como los más experimentados plantaban cara a un enemigo que les superaba por diez a uno.
El amargo destino de los Cazadores Salvajes parecía ya un hecho, incapaces de volver las tornas a su favor.
—¡Adelante, inútiles! No dejéis humano con cabeza —Gritaba el más grande de los enemigos. Era este el lugarteniente del señor de aquel ejército, enviado con una única misión: tomar los túneles y exterminar todo rastro de vida a su paso.
El titánico comandante llevaba en su cuenta una gran cantidad de muertes, y seguía sumando más por cada minuto que pasaba en el campo de batalla. Agarrándolos por el cuello con su fría mano de acero, atravesaba a sus víctimas con su mandoble, el cual empuñaba como si de una espada cualquiera se tratara. De tal manera procedía él, sin ninguna pizca de compasión.
—¿Temes a la muerte? —Preguntaba a su siguiente víctima, agarrada por el cráneo y mirándole fijamente a los ojos.
El pobre niño, cuya edad no superaba los quince años, no pudo si no derramar una lágrima por el pavor que le causaba la siniestra voz bajo el yelmo de hueso.
—Patético… —Confesó al ver el poco valor de la criatura.
Levantándole unos centímetros del suelo, la gran espada de su diestra comenzaba a alzarse, anunciando la sentencia de chaval.
Sacando fuerzas de su mermado cuerpo, apareció Uktor tras algunos “cabeza hueso”, dispuesto a salvar aquel muchacho que había visto en problemas.
Con un grito de guerra, el montaraz se abrió paso entre los atacantes hasta tener línea directa hacia su objetivo.
No habría una segunda oportunidad. Era ahora o nunca.
Lanzando al joven hacia un lado como si de un despojo se tratara, el lugarteniente se preparó para contener la arremetida de Uktor, al cual había visto cargar hacia él en lo que consideraba un acto de suprema estupidez.
Alzaron los dos sus espadas con ira, cuyas hojas acabaron chocando ferozmente, bloqueándose el uno al otro.
Las miradas de ambos se entrecruzaron durante unos segundos. Segundos que parecieron una eternidad.
Con una diabólica risa, el oficial enemigo agarró la muñeca del montaraz, aplastándole todos sus huesos de la presión que ejerció. Dos rápidos rodillazos le sucedieron, dejando al Cazador sin aire y haciéndole soltar su arma. Tirado en el suelo por aquel acto, escupía la sangre de sus encharcados pulmones, pero encontró valor para mirarle a los ojos una vez más.
Una estocada rápida atravesó el pecho del montaraz, girando la hoja sobre él con ensañamiento.
—¡No! —Gritó el jovenzuelo, que lo había visto todo.
—El siguiente eres tú, mocoso —Expresó el comandante de manera intimidatoria, dispuesto a no concederle más tiempo de vida.
Con paso lento y firme acabó acorralando al chico contra la pared. No había manera alguna de escapar del inminente abrazo de la muerte, que a través de aquel ser desalmado llegaba.
Cerrando sus ojos, pronunciaba unas palabras en susurros. Eran estas las plegarias a los dioses, esperanzado en que alguna ayuda divina descendiera a su favor.
—Dime… ¿donde están tuis dioses ahora? ¡Invócalos! ¡Que sus iras combinadas desciendan sobre mí! —Se burlaba del zagal con crueldad —. No puedes, porque ellos ni siquiera existen.
La gélida mano volvió a posarse sobre la cabeza del aprendiz, alzándolo de nuevo hasta la altura de los ojos.
—Pero yo… yo seré lo último que verás antes de enviarte al infierno.
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
Iré actualizando conforme vaya escribiendo pequeños relatos o actualizando los libros correspondientes en Waatt o escribiéndolos.
Aviso: Señalaré respectivamente los libros terminados y corregidos de los que aun están en desarrollo y, por ende, necesitan un pulido.
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