10. Zarpa Negra
Cuando abandoné el campo de batalla y a Arena, sentí que era el final de algo, pero no sabía de qué. La batalla, mi vida, mi relación con Arena… Lo dejé todo atrás. Y cuando entré al callejón, mi alma estaba en blanco, y mi mente, rápida como el rayo. ¿Cómo vencer a alguien de la talla de Alma del Desierto? Quizá el engaño… Sí, los conjuros de fuerza eran demasiado fuertes para…
Mi respiración, mi corazón, todo mi ser se detuvo al ver a Alma de las Olas tirado sobre el suelo. Su pecho aún se movía: vivía. Pero tenía unas heridas que ningún gato podía causar: le faltaba media cola, dos de sus patas estaban giradas en posiciones imposibles y tres profundas líneas de sangre surcaban su costado. Él giró débilmente la cabeza y me vio.
- Zarpa Negra- musitó, tosió y escupió sangre.- Tienes… tienes que vencerle… Yo no he podido… Si tú no puedes, nadie pue…
Dejé de escucharle porque, por primera vez, vi a Alma del Desierto. El miedo cazó mi corazón como yo cazaría una presa.
Sobre él, estaba un gato gigante, del tamaño de un humano y sin rostro. Estaba hecho de arena que se movía sin cesar.
“¡Una invocación! ¡El nivel más alto de la magia! Clan Celeste, ayúdame…”
Y al mirarle a él, vi solo dos ojos. El izquierdo reflejaba furia y las emociones normales en una batalla. Pero el derecho estaba destrozado, y solo denotaba una inmensa sed de sangre.
Mi mente se reinició mientras él venía. Solo conocía un conjuro capaz de plantarle cara a esos dos monstruos: la Armadura. No era ningún secreto para ningún guerrero del Clan de la Noche, pero si la ejecutaba, podía encontrar mi límite y morir.
- ¿Quién eres tú?- su voz parecía sacada de mis pesadillas.- ¡Ya lo sé! ¡Eres ese aprendiz del Clan de la Noche! Entonces vas a saber qué les pasa a mis enemigos. ¡Acabaré lo que empecé!
El gato de arriba, el espíritu de las arenas, copiaba lo que hacía el de abajo. Esquivé por los pelos un zarpazo gigante, pero la fuerza del golpe contra el suelo me hizo volar una corta distancia. Entonces me decidí a usar la Armadura. Si no lo hacía, moriría de todas formas. Corrí directamente hacia Alma del Desierto y pasé entre las patas del espíritu. Cuando me hube alejado lo suficiente, me volví. Empecé a recitar el conjuro:
- ¡Venid, oh Armadura, y cubrid mis heridas!
¡Venid, dadme fuerzas, proteged mi vida!
¡Ayudadme, ancestros del Clan de la Noche!
¡Y dadme la antigua fuerza de la noche!
El conjuro se tenía que pronunciar una segunda vez, gritando. Mis entrañas empezaron a arder con las primeras dos palabras, y pensé que era el fin. Pero, tras acabar el primer verso, una increíble sensación de fuerza se expandió por mi cuerpo y supe que el Clan Celeste estaba conmigo.
Y, al acabar el conjuro, un manto cálido me cubrió. Ese manto era la leche de mi madre, los cuentos de Nublada, el ronroneo de Arena. Ese manto eran todos los gatos del Clan de la Noche, cuya venganza iba a ser cumplida.
Aunque no me podía ver, sabía lo que parecía por las leyendas: una coraza translúcida de color gris oscuro recubría todo mi cuerpo sin dejar grietas. Alma del Desierto, que ya estaba mucho más cerca de mí, parecía sorprendido. Pero se repuso y lanzó un zarpazo.
El golpe del espíritu me alcanzó de forma directa. Salí volando y me golpeé contra la pared. Caí al suelo. Pero ninguno de los tres golpes me había dolido. Y me lancé hacia Alma del Desierto.
Pero el espíritu me aplastó contra el suelo con ambas patas delanteras, y noté cómo la Armadura crujía y se rompía.
Salí de la mortal apisonadora de una forma que ni yo puedo recordar, y supe que había fallado. Túnez iba a morir por mi culpa. Nada iba a parar a Alma del Desierto. La zarpa del espíritu voló a por mí, y yo no me moví: resistirse no serviría de nada.
Cuando estuvo a punto de golpearme, el tiempo se detuvo, y escuché la voz de una gata, de Alma de Estrella, susurrándome al oído:
- Conjuro de la reversión.
¡Eso es! ¡Ese conjuro servía para deshacer invocaciones!
El tiempo se reanudó y esquivé el golpe por los pelos. Pero ahora estaba desesperado: ¿cómo se pronunciaba el conjuro?
Alma del Desierto volvió a situarse frente a mí. Se tomaba las cosas con suma tranquilidad.
Y comprendí. Al tiempo que el líder subía la zarpa para asestar el golpe final, yo tomé aire y me prepare para el lío de consonantes que seguiría:
- ¡Nóisrever al ed orujnoc!
Alma del Desierto descargó el golpe. Pero el espíritu no le hizo caso y retrocedió. El líder se giró, contrariado. Entonces, el gigante, con un solo golpe, descuartizó a Alma del Desierto y se disolvió. Un montón de arena cayó al suelo.
El cansancio, el miedo, la impresión de ver todo lo que había visto, todo hizo que se nublara el mundo y cayera al suelo.
Al despertar me encontré dentro de una habitación con poca luz. Mi mente estaba atontada, y casi no podía pensar. La única conclusión que pude sacar antes de volver a desmayarme fue que nunca antes había estado en ese lugar.
Al volver a la consciencia empezaron las visitas. La primera, y la que peor entendí (porque mi cerebro no trabajaba) fue de los tres guerreros supervivientes del Clan de la Noche que había encontrado hace poco, presentándome sus respetos. Sus palabras, a las que solo pude responder con vagos monosílabos, me dejaron un bonito dolor de cabeza, y los tímpanos palpitando.
La segunda fue de un guerrero del Clan del Océano, Cola de Espuma, y uno del Clan del Desierto, Garra de Piedra (que eran líderes en funciones hasta que sus clanes eligieran un nuevo líder), que me daban asilo en sus tierras hasta que mi clan fuera capaz de mantenerse a sí mismo.
Llegado a este punto, mi jaqueca era enorme, y sólo podía pensar: “¡Hay una curandera y guerreros! ¿Por qué estas cosas, propias de un líder, me las dicen a mí, un aprendiz?”
La respuesta vino junto a Nublada.
- Estás mal, ¿verdad?- preguntó.
Asentí con la cabeza, y ella se fue y volvió con unas hierbas. Me las hizo tragar. Tenían un intenso sabor amargo que me hizo adoptar varias muecas. Pero finalmente, con el sabor desaparecieron el mareo y el dolor de cabeza. Después, me dijo que la última voluntad de Alma de las Olas, al que su clan había encontrado tras ganar la batalla, había sido nombrarme guerrero, y que la ceremonia de nombramiento sería al anochecer. Yo sería líder en funciones, pero podría retrasar mi nombramiento de líder todo lo que quisiera. Tras eso me pidió que le contara mi lucha contra Alma del Desierto.
Y yo lo hice: su invocación, cómo ejecuté la Armadura, que no fue suficiente, y cómo la difunta Alma de Estrella me había susurrado el conjuro necesario.
Nublada se fue y creí que nadie más me iba a visitar.
Me equivocaba. Mi cabeza se había activado gracias a esas hierbas amargas, y ahora luchaba por comprender un solo detalle: ¿por qué Arena me había pedido que matara a su padre? Me puse de pie inconscientemente, intentando darle una explicación lógica, o al menos convincente, al enigma.
Entonces entraron. Arena iba acompañada de un gato cuyo pelaje era de color marrón. No sé por qué, pero la presencia de ese gato hizo que me sintiera mal.
Me explicó que se llamaba Espina. Después, entre los dos, me contaron todo lo que había pasado en su clan, desde la muerte de los hermanos de Alma del Desierto hasta cómo habían escapado de su captividad gracias a una historia casi olvidada, y, tras la batalla, cómo le habían explicado todo a su clan.
A su vez, yo les expliqué (sobre todo a Espina) mi historia, omitiendo el detalle de mi procedencia. No me sentía con fuerza para decir la verdad, ni tampoco para mentir.
A lo largo de toda la conversación, me sorprendió la manera en que Espina hablaba: no trataba de buscar razones para que los actos de su clan parecieran nobles, simplemente admitía que estaban mal.
Por último, me prometieron ayuda incondicional mientras mi clan estuviera alojado en su campamento. Se lo agradecí, y por primera vez desde que me despertara, lo hice de corazón.
Como no quería que nadie más viniera, y como ya estaba completamente repuesto, salí de la habitación. Enseguida me arrepentí: la gran sala a la que había salido bullía de actividad. Sin embargo, nadie me reconoció, o al menos no me detuvieron. Los gatos parecían llegar e irse por unas escaleras ascendentes. ¿Pero cómo? ¿Acaso la pericia de los humanos había llegado a horadar hasta la piedra? ¿Con esas zarpas sin garras, que, según decían, tenían? ¡Imposible!
Pero cuando subí las escaleras, me tuve que convencer de que era así. Salí a un trozo de tierra completamente invadido por las plantas: el suelo estaba cubierto de hierba, muchos arbustos obstaculizaban el paso, y la sombra de las hojas nuevas de los árboles cubría casi todo. El Clan del Desierto cada vez me sorprendía más: un campamento bajo tierra, ¡y ahora un sitio donde las plantas crecían con libertad! En el resto de Túnez, tenían que abrirse paso entre el suelo de tierra dura, no como este, que parecía hundirse bajo mis patas.
Me percaté de la sed que tenía, y tuve que recorrer lo que me pareció todo Túnez para encontrar un pozo (que resultó estar a dos calles del campamento). Después me entró morriña, y quise subir a una azotea, como en la que había estado toda la vida.
Cerca también del campamento (lo tienen todo cerca, los muy…) encontré una casa con un agujero en la puerta. Entré. El interior estaba lleno de objetos humanos hechos pedazos, pero no les hice caso y subí al segundo piso y a la azotea.
La azotea de la Fortaleza era más alta, más grande y tenía mejores vistas. Sin embargo, algo era mejor que nada.
- ¿Qué haces aquí?
Noté un escalofrío corriendo por mi espinazo, y pegué un salto. ¿Quién estaba ahí? Me giré para ver a Espina.
- Quería estar solo.
- ¿Y por qué justo este lugar? ¿Te estás aprovechando de tu situación para inspeccionar nuestro territorio?
- ¿Pero qué te…- me desinflé.- Ya sé que maté a tu líder. Pero no tengo malas intenciones. Solo quería que nadie me molestara, pero veo que he conseguido llevarme mal contigo.
- Te agradezco que hayas matado a Alma del Desierto- Espina se colocó a mi lado.- No es por eso por lo que podría llevarme mal contigo.
Sabía perfectamente cuál era la razón que insinuaba. Algo me apretó el estómago, y no me sentí con fuerzas para comentarla.
- ¿De verdad eres el hijo de Alma de Estrella?
No quise contestar. En ese momento supe que esa pregunta me perseguiría durante el resto de mi vida, así que lo pensé muy bien y contesté:
- Mis padres están muertos. Lo único que importa es que soy del Clan de la Noche.
- No eres su hijo, ¿verdad?
- Espero que no lo digas.
Creía que había sonado a súplica, pero Espina se lo tomó como una amenaza: se alejó de mí por instinto.
- Quizá… quizá no debería habértelo preguntado.
- No te preocupes. Es la verdad, y ya estoy cansado de mentir.
- La verdad a veces duele.
Ese comentario me sorprendió viniendo de él.
- Pero… pero… no te conozco, pero tú no tienes reparos en decir nada.
- En decir la verdad. La verdad a veces duele, pero yo nunca miento porque… porque la mentira no es nada, es menos que aire, y es inútil pretender que se convierta en algo.
Le miré con asombro. A pesar de su corta edad, Espina era muy sabio. No cabía duda de que Arena sería…
Dejé el pensamiento a medias: otra vez la misma opresión en el estómago. Vi a Espina mirando el desierto, que se extendía hasta el horizonte. El sol, que ya era naranja, estaba suspendido a poca distancia de la línea.
- Ya casi es el anochecer. Tu ceremonia de nombramiento será pronto- anunció el gato.
En efecto: en la zona común del campamento, Nublada, Huracán, Cola de Sauce y Pluma de halcón se removían impacientemente. Cuando me vieron, se dispusieron en círculo, y los gatos del otro clan, por respeto, se alejaron o se fueron.
- Entra, Zarpa Negra- ordenó Nublada.
Entré al círculo. De repente, conseguí asimilarlo: ¡iba a ser guerrero! Me eché a temblar de la emoción como un gatito que escucha una historia.
- Clan de la Noche, nos hemos reunido tras todas estas lunas para hablar de este aprendiz. Zarpa Negra nos ha conseguido un sitio en Túnez, y, lo que es más, ha vengado a todos nuestros amigos y familiares muertos. ¿Acaso no merece ser guerrero?
- Lo merece- dijeron tres maullidos.
- Entonces, por las antiguas tradiciones guerreras, te quito el nombre.
Y supe que con ese nombre se iba toda mi vida anterior. Ahora venía una vida de clan, y sobre todo, de líder.
- Y, según la última voluntad de Alma de las Olas, yo te nombro guerrero. ¡Clan de la Noche! ¡Aclamad a vuestro nuevo guerrero, Garra Oscura!
Muchos gatos de ambos clanes corearon mi nombre. Y solo entonces supe que no estaba solo. Y me sentí mejor que tras un buen día de caza.
Más tarde, salí. La noche caía sobre Túnez. Había sido un día largo.
Sí, reflexioné, había sido un día muy largo. Un día de diez lunas, dominado por el calor del desierto. Pero por fin, la noche volvía a la ciudad.