El cambio fue algo confuso, a decir verdad. Mientras estaba en mi pueblo, no veía la hora de salir de ahí. (Por Dios, qué molesto era ver pasar las horas tan lentamente. Quería instalarme en la gran ciudad, en donde, creía yo, me esperaban mejores experiencias.) Pero una vez que me mudé... Bueno, que sí hubo un cambio y que por supuesto que viví muchísimas cosas nuevas. Pero siempre me faltó algo, un no sé qué. Yo siempre imaginé que se trataba de algo que me era externo. Claro que no estaba en lo correcto. Con el tiempo, mientras me acostumbraba a la vertiginosa monotonía de la rutina en la ciudad, entendí qué era aquello que había perdido: la calma. E incluso, por lo menos en cierto punto, a mí mismo. Crecí, cambié, muté, me adapté al nuevo ambiente en el que me encontraba. Cuando lo descubrí, no sabía muy bien cómo sentirme. Me había pasado toda la vida esperando para... ¿volverme uno con la sociedad?